Así es viajar solo por el mundo


De la misma euforia que produce recorrer el mundo sin compañía, también nace un lugar muy oscuro. La vulnerabilidad absoluta es un juego mental que produce enormes altas y bajas. En mi último día en China, luego de recorrer el país de norte a sur durante tres semanas sola, caí en un barranco. No literal, sino simbólico. Intentando buscar salida eminente a la crisis del solo traveller, me detuve a reflexionar.
China es un país fascinante, desde luego, pero también igualmente impenetrable. La barrera lingüística es cosa seria y puede llegar a ser motivo de desespero. Esa misma barrera ha producido que se me quiten las ganas de tirarme a la calle a buscar alguna medicina para curar el catarro que aqueja mi cuerpo hace días, hacer el esfuerzo por preguntar a alguien cómo llegar a x ó y lugar, y también incluso me ha llevado a la cama con mucha hambre.
Anoche fue una de esas noches y hoy también por la lluvia y el desánimo, he vuelto a pasar hambre. Irónico, ¿no? Pues en China hay comida en cada esquina, pero como extranjera no-carnívora, ando siempre con hambre.
Ante la imposibilidad de comunicarte, a veces se niegan a servirte, te cobran de más o incluso, te echan de restaurantes, como me ha pasado hoy por primera vez. Poco puedes hacer por no poder comunicarte. Aceptar, dejarlo ir y continuar el paso. Tras el malrato, me ha dicho un amigo chino que posiblemente la barrera lingüística haya sido la razón para no atenderme y servirme un plato de comida, pues a menudo los locales se desinteresan por hacer negocios con extranjeros por este motivo.
Anduve otra hora en busca de un segundo restaurante y otra vez tuve poca suerte. Mi terrible sentido de dirección empeoró el contexto y de momento me desorienté en medio de una locura de colores, luces de neón, negocios indescifrables, caracteres chinos y caras desconocidas que me cruzaban. Decidí que a pesar del hambre, regresaría al hotel. Me acerqué a una joven pareja en la calle, le mostré la tarjeta de mi hospedaje a ver si podían dirigirme en la dirección correcta y ni se giraron a mirarla. Alcé la mano para detener un taxi y al mostrar la tarjeta (toda en mandarín) nuevamente, continuó el paso sin pronunciar palabra.
Por fin encuentro un restaurante de pizzas en una calle principal en la ciudad de Guilin, al sur del País. Me sirven una pizza con dos tenedores (nada de cuchillo). Es el primer día que no como arroz en casi un mes. ¡Qué delicia, se me agua la boca solo de pensarlo!
La camarera se acerca a la mesa con una mascarilla de papel sobre la cara y me ofrece un par de guantes de plástico. No entiendo nada ni tampoco puedo cortar un pedazo de la pizza, que es lo que más me interesa.
A pesar de que la temperatura asciende a los cien grados y todo el mundo anda bañado en sudor, te sirven las bebidas calientes. En China es costumbre ingerir alimentos calientes durante el verano para así expulsar las altas temperaturas del cuerpo. Cuando intentas pedir hielo, te miran como a un extraterrestre. Parecen cuestiones tontas e insignificantes y la verdad es que lo son si ponemos las cosas en perspectiva. Por esta razón cuando logras reconocer una botella de Coca-Cola en una nevera fría en China entre medio de otras mil bebidas desconocidas, y llevas cinco horas caminando perdido por las calurosas calles- el sentimiento de gratificación, alivio y felicidad es enorme.
Así es viajar solo por el mundo. Las pequeñas alegrías nunca son pequeñas y las tonterías tampoco.
Como cuando vas tranquilo por la calle o estás comiendo en un local y un grupo de locales se detiene a mirarte, señalarte y algunos, a tomarte fotos. Otros te preguntan si tu pelo es natural o te tocan la piel a ver si también lo es. Muchas veces estás en desventaja cuando viajas solo por el mundo. Fluctúas entre pasar desapercibido o sobrepercibido. No existe un punto medio.
Cuando viajas solo cargas tu propio mundo sobre los hombros. Tienes que estar alerta, preparado para todo- pero también relajado. No puedes depender de nadie aparte de ti mismo. A veces te confías demasiado. Como cuando estás eñangotado en una letrina, se te acabaron los Kleenex que llevabas en la cartera y olvidaste comprar más. O cuando vas a pagar a un negocio y sin querer das un billete con dos ceros de más, no te dan el cambio correcto y tampoco te das cuenta hasta haberte ido.
Cuando viajas solo por el mundo te expones a todo. Pero como dice una amiga italiana que ha recorrido tantísimos países también:
"No temo viajar. No le temo a los ataques ni a los terroristas. No le temo a la adversidad. Continuaré viajando por el mundo como pueda, sin temor y con el corazón abierto. No le temo a la muerte. No existe el temor cuando eliges el amor."
En Tailandia una vez hace muchos años, un hombre local me echó un líquido raro en una bebida que me dejó vomitando toda la noche. En Fiji a los diecinueve años en una aldea lejana, me intentaron robar el pasaporte y el dinero que llevaba en un canguro. En Marruecos, hombres me perseguían en la calle a cada rato y me velaban afuera del hotel. En China, el otro día, un taxista me obligó a pagar de más y ante mi resistencia, se negó a devolverme el equipaje y continuó el paso en el carro.
Tal vez la lista de experiencias similares o incluso más desagradables- que ahora olvido- sea mayor. Sin embargo, prefiero recordar lo bonito y el bagaje de enseñanzas de vida que cargo. Gracias al Universo y a los ángeles que me protegen, siempre he salido airosa de todos esos incidentes. Incluso en mi propio país me siento mucho más desprotegida que en muchos otros lugares del mundo.
Dijo Kapuściński una vez en una entrevista que siempre que se encontraba en medio del campo de batalla, enfermo de malaria en una cama africana o amenazado de muerte en alguna aldea- rezaba a Dios, aunque fuera ateo. Hacía una promesa de no volver a ubicarse en situaciones difíciles si Dios le permitiese salir sano y salvo de aquel momento. Una vez más hacía la misma petición. Luego con el paso de los días, volvía a encontrarse en el mismo lugar como si hubiese olvidado aquella promesa y padeciera de amnesia.
Los viajeros como él que andan solos por el mundo sufrimos de una especie de masoquismo producido por la adrenalina. Se trata de la enfermedad incurable que es viajar solo y de modo "arriesgado". Pareciera ser que la vida "normal" no fuera suficiente para nosotros. Nos enriquecemos y alimentamos con ambos lados de la moneda del viaje: la clara y la oscura.
En palabras de la escritora francesa, Anaïs Nin: "Pospongo la muerte por la vida, por el sufrimiento, por el error, por arriesgarse, por dar, por perder." Y viajar solo por el mundo es eso mismo: arriesgar, no siempre salir airoso, pero ganar un saco de experiencias que nadie te quitará y te acompañarán para siempre.

Una mirada al mundo