No todas las mañanas son color de rosa


Llevo toda la semana mostrando en muchas de mis clases de inglés, un vídeo de un discurso que presentó Steve Jobs a los nuevos graduados de Stanford University en 2005.
Desesperada buscando material nuevo para entretener y motivar a mis alumnos me topé con este vídeo en www.ted.com. Se titula ¨How to Live Before you Die¨.

La primera vez que lo escuché me pareció maravilloso. La quinta, incluso mejor. Cada vez que volvía a poner la grabación le encontraba algo nuevo, algún mensaje escondido. El efecto de sus palabras estimulantes se agudizaba. Durante los quince minutos que transcurre la grabación Jobs va narrando a los nuevos graduandos de una de las mejores universidades de los Estados Unidos, tres historias de su vida.

La primera habla sobre su niñez, sus padres adoptivos y biológicos, sus primeros y únicos seis meses en la universidad y finalmente, según el ya fallecido fundador de Macintosh, ¨una de las mejores decisiones que jamás tomó¨, darse de baja de Reeds College. ¿La razón? No le encontraba sentido a gastar todo el dinero que sus padres adoptivos, de clase trabajadora, habían ahorrado, en pagar miles de dólares para su matrícula cuando él en realidad no tenía claro qué quería hacer con su vida.
"The only way to connect the dots is looking backwards, there is no way of connecting them looking forwards"...

La segunda historia narra su experiencia cuando a los 30 años lo despidieron de su propia compañía tras unos desacuerdos con quien fuera su socio.
"Lo más importante es amar lo que haces. Si no lo has encontrado aún, sigue, no te des por vencido", continuó. 
Y por ahí sigue hasta llegar a la tercera historia en la que cuenta cómo le diagnosticaron cáncer de páncreas y su proximidad con la muerte. 

Es verdaderamente maravilloso este discurso y aquí se los dejo para quien quiera escucharlo y no lo haya hecho todavía.
http://www.ted.com/talks/steve_jobs_how_to_live_before_you_die.html

De todas maneras lo que pretendía contarles no es esto. Esto es sino un preámbulo. 

Esta mañana, como suelo hacer todos los jueves, fui a mi primera clase de inglés en una reconocida empresa financiera de Wroclaw. Como si fuera poco levantarse tan pronto una mañana de invierno en Polonia, mi clase tampoco resultó ser lo que tenía pensado. De un grupo de cuatro, sólo asistieron dos chicas. Les di los buenos días y rápido saqué mi portátil para mostrarles el vídeo con esperanza de que lo disfrutaran y les proporcionara buenas vibras para comenzar su día.

Durante los próximos quince minutos, iba escribiendo en la pizarra algunas citas que consideraba importantes del discurso. En ningún momento me detuve a mirar sus reacciones. Sin embargo, en el momento en que Jobs concluyó, cerré el ordenador y les pregunté qué les había parecido. Sin emoción alguna, una de ellas expresó que le parecía un cliché y demasiado "americano". Me quedé atónita y sobre todo enojada (aunque creo que lo disimulé bastante bien, pues no es la primera vez que escucho esta expresión aquí en Polonia). Le pregunté a qué se refería y contestó que en Polonia nadie haría semejantes comentarios ni contaría historias de su vida íntima. Continuó diciendo que le parecía que la audiencia estaba aburrida pues no aportaba nada. "Cualquiera puede decir CARPE DIEM... No es nada nuevo".
Decidí no enojarme y simplemente cambiar de tema, pues al parecer mis esfuerzos por comenzar una mañana de manera positiva y motivadora fueron en vano. A veces se me olvida que no se puede satisfacer a todo el mundo...

¿Será que estamos tan desensibilizados ante el sufrimiento del prójimo que ya las historias que pretenden motivar no tienen sentido para muchos? 
¿O será que vivo en un país tan culturalmente homogéneo que por falta de exposición algunas personas no encuentran nada malo en expresar declaraciones tan estereotipadas y prejuiciadas como éstas?

No quisiera hablar mal de este país, pues se ha convertido en mi nuevo hogar durante el pasado año y medio y la verdad es que le tengo mucho cariño. No obstante, en las últimas semanas me he sentido mucho más susceptible a este tipo de comentarios. 

Como dije anteriormente, no es la primera vez que me sucede algo similar. En una de las evaluaciones que me hacen en mis clases le preguntaron a una alumna, una señora ya entrada en la cuarentona, que qué le parecían mis clases y contestó- "Enseña bien, pero no me gusta su estilo americano"...
Ese comentario, dicho sea de paso, no sólo malintencionado y discriminatorio, sino totalmente ignorante-pues se refería a Estados Unidos, un país que no es el mío- casi me cuesta mi trabajo.
Espero que se trate de unos casos marginados y no generalizados, aunque a veces  me lo cuestiono...

¿Qué nos pasa, gente? ¡Intentemos mirar las cosas desde un punto de vista optimista! ¡Seamos incluyentes y no excluyentes y etnocéntricos! La vida es sólo una y si no nos alegramos y tratamos bien a nuestro vecino ahora, ¿para cuándo lo dejaremos?... 


Escenas del último mes

Estas pasadas semanas han estado cargadas de sentimientos, eventos que asistir, proyectos que emprender y unas sabrosas navidades caribeñas que disfrutar. Poco tiempo para escribir, emociones sin digerir y un nuevo año que ha traido consigo muchos cambios de energía y estación. Por esta razón consideré qué mejor manera de describir todo que compartiendo algunas imágenes de tres destinos que transcurrí en este pasado mes...

El primero de los tres fue Tenerife, la isla canaria mayor. Pequeña de tamaño, aunque de mucho contraste. Un microclima que hace que quien visite el norte sienta temperaturas casi 10 grados menor que en el sur. Santa Cruz, super parecido a San Juan, sobre todo las plazas de noche, las "guaguas", el aguacate en las ensaladas, las sonrisas de la gente, su amabilidad, falta de prisa, playas volcánicas, plantaciones de bananos por todas partes, coloridos graffitis y tanto más.









Segundo, mi islita del encanto que hacía año y medio que no visitaba. Aquí pasé 17 días que resultaron ser muy cortos, aunque muy sabrosos y de mucho provecho. Lechón asado, playas de fuerte oleaje, amigas que hacía tiempo no veía y sus hijos que aún no conocía y sobre todo mi mamá a quien extrañé demasiado...










Y por último, Polonia en invierno, mi hogar adoptivo durante el último año y medio. Completamente diferente a todo lo que conozco. Frio, helado, nevado, aunque también cálido de espíritu...






La isla de Sajalín


La literatura se considera artística justamente porque dibuja la vida tal como es en realidad. Su objetivo es la verdad, una verdad incondicional, honesta… el escritor no es un confitero, un cosmético o un bufón: es un hombre obligado, comprometido por un contrato que ha firmado con su conciencia, con su deber…  ” Anton Chéjov

Regresé a la escritura académica. Durante los últimos meses la he odiado. Mucho y por varias razones. Digamos que después de mi defensa de tesis el pasado mes de marzo quedé traumada. Dediqué demasiado tiempo, energía y dinero en recopilar información que ni siquiera se si servirá o será leída. Pensé que no regresaría a redactar nada para la academia durante un buen rato, sin embargo hoy algo cambió en mi y decidí darle otra oportunidad. Desenpolvé un ejemplar de mi tesis que yacía en mi armario. Eché una ojeada a las notas de Ágata Orzeszek, la traductora de Kapuściński y gran conocedora de la literatura hispánica y rusa, quien figuró como miembro del jurado de mi defensa. 

Me detuve en uno de sus comentarios: "Echo de menos una referencia al reportaje de Chéjoy titulado Sajalín".

Hasta antes de esta mañana no tenía ni remota idea de quien fue Chéjoy. Mi conocimiento sobre el reportaje ruso no sobrepasaba la tradición eslava de ócherk, es decir, un tipo de creative writing similar a lo que desarrolló Kapuściński años más tarde. Por esta razón me di la tarea de investigar un poco... 

Resulta que Antón Paulovich Chéjoy fue un médico y escritor ruso, quien vivió entre 1860 y 1904.  A los 30 años decidió irse a descubrir una parte alejada e indomable de Siberia, conocida como la isla de Sajalín. En aquel tiempo en aquella parte tan gélida y extrema del mundo se solían deportar criminales y presos políticos del imperio ruso, quienes luego vivían en condiciones miserables. 

Chéjoy quería dar fe de esto y verlo con sus propios ojos. Inicialmente pensó en escribir una tesis sobre los hallazgos de su investigación, aunque al final no fue aprobada... En fin, tardó 3 meses en cruzar toda Siberia y tres meses más en los que permaneció en Sajalín. Visitó las cárceles y habló con las personas que habían sido arrojadas allí. Escribió anécdotas sobre estos encuentros en las que se podía observar su rigurosidad científica al recoger datos, además de su posicionamiento de igualdad ante el otro. En sus crónicas también aparecen menciones sobre el clima, la vegetación, la historia y la cultura de la isla.  

El resultado de estas historias fue la publicación de La isla de Sajalín, una obra que figura como mucho más que una recolección de datos científicos tipo tesis, sino también el descubrimiento de una parte recóndita y abandonada del mundo. Es considerada por algunos como uno de los primeros reportajes rusos en los que se desarrolla la literatura faktu o de hechos, que tan popular se ha tornado en los últimos años. 

Chéjoy es otra prueba de que esta tradición periodístico-literaria tan rica, estoica y comprometida (con los débiles) es una corriente antigua que nació en esta parte del mundo. Ni Kapuściński, ni Hanna Krall, ni Capote ni ninguno de los exponentes estadounidenses del Nuevo Periodismo fueron pioneros. Muchos hablan de la literatura de hechos como una invención reciente (e incluso a veces latinoamericana), sin embargo, aquí mostramos otro autor eslavo que pone en evidencia lo contrario.

La literatura faktu, desarrollada también por la escuela polaca de reportaje, es más que un amalgama entre literatura y periodismo. Es crítica política y social que pone en evidencia el desencanto por regímenes autoritarios, la pobreza, la injusticia y utiliza la alegoría para hacer comparaciones . La corriente se enriqueció en Polonia durante el periodo de entreguerras y llegó a un clímax durante el comunismo cuando algunos reporteros como Kapuściński y Krall intentaban engañar los censores. 

Sus exponentes utilizan además de la florida descripción de hechos, secuencias, diálogos y el contacto directo con el otro- la técnica de la mostración- es decir, hacer olvidar al lector que está leyendo algo que cuenta un narrador para que se enfoque en ver la realidad. En estos textos somos capaces, de viajar virtualmente al lugar de los hechos, hablar con las personas, sentir sus emociones y presenciar en carne propia sus experiencias. El autor, ya no es sujeto narratario, sino que pasa a regalarnos sus ojos para nos ver con desnudez la cruda realidad que percibe. No hablan, sino muestran. 

La isla de Sajalín de Chéjoy figura como un ejemplo de lo que Kapuściński llamaría muchos años más tarde, periodismo intencional. Es decir, un género de periodismo de investigación que se lleva a cabo con un único propósito, dar voz a aquellos que no la tienen y lograr un cambio en las realidades de estas personas. Gracias a esta obra se lograron reducir o en algunos casos, eliminar para siempre, algunas torturas cometidas bajo el zarismo. 

Si es cierto que el periodismo está muriendo -o como algunos opinan- se encuentra al borde de la extinción, podríamos afirmar que una de sus salvaciones se encuentra en el aumento de lectores en busca de historias reales del más allá, una literatura de hechos que trasciende los propósitos mediáticos y va en busca de una mejor vida para aquellos que son incapaces de conseguirla por sí solos. 

Historias sin sentido

Hace una semana me llegó por correo el libro de cuentos más reciente de Haruki Murakami. Tiene un título muy raro: "Sauce ciego, mujer dormida". Y la verdad es que algunos de los cuentos son también muy peculiares. Las vidas de los personajes suelen estar envueltas en mucho drama, aunque al final, la trama termina abruptamente y en ocasiones, sin sentido. Sobran las preguntas y aveces me siento como si alguien hubiese eliminado páginas del libro. Lo que más me gusta sin embargo, es que el tema que prevalece es casi siempre el mismo: el vínculo entre la vida y la muerte y la fina línea entre el amor y la soledad.

Cada uno de sus cuentos (muy diferente que en sus novelas) comienza de la misma manera. Suelen ser dos conocidos sentados en algún sitio, recordando el pasado y de repente el narrador va juntando los trozos de alguna experiencia que uno de los dos haya vivido. Siempre hay una historia de amor apasionado aunque no correspondido, un fuerte sentido de soledad o al principio o al final y luego, la historia termina de repente sin anunciar.

Algo así me pasó hace dos días, aunque en este caso no hubo ninguna historia apasionada de amor. El viernes en la tarde salí de una clase de yoga que me dejó mareada y exhausta. Caminé hacia la parada del tramvía. De repente noté a una señora a mi izquierda que caminaba tambaleando y de un modo muy poco usual. Tenía unos 60 años y vestía todo de blanco: un pantalón vaquero con un suéter y dos bolsos colgando del hombro. Intentaba subir al tram, aunque ya era muy tarde. Oprimió el botón para abrir las puertas, sin embargo, el tram no se detuvo. La mujer, visiblemente enojada gruñó y se giró hacia mi. Seguía tambaleando. En ese momento me di cuenta de que aquello no era un caso de Parkinson´s, sino un evidente estado de embriaguez.

Poco después intentó caminar hacia el letrero que pone la información de los tramvías, supongo que para sostenerse. Su intento fue fallido. De manera imprevista cayó completamente desplomada al suelo, antes golpeándose la frente fuertemente. Nunca he presenciado nada así en mi vida. Aquella mujer cayó como un saco de papas y el golpe fue tan fuerte que juré que había muerto. Ya en el suelo la piel se le tornó gris, su sangre comenzaba a formar una piscina, los ojos se le habían volteado hacia atrás.

Es interesante ver cómo reaccionan las personas en momentos inesperados y de gran estrés. Me quedé boquiabierta y lo mismo pasó con un chico a mi lado. Su novia, sin embargo, corrió donde la mujer malherida y rápido le comenzó a secar la frente con un pañuelo de papel. La mujer seguía sin reaccionar. Decidí llamar a un amigo para que me diera el número de la ambulacia. Dado mi limitado polaco, puse al teléfono a una señora que pasaba a mi lado para que informara a los paramédicos. Me senté al costado de la herida, le sostuve la mano e intentaba hablarle, buscando su reacción. Nada de nada. La piscina de sangre era ahora tres veces mayor. Saqué la toalla que había utilizado en el yoga y se la até a la cabeza de manera que la herida cuajara. Busqué en su bolso a ver si tenía alguna identificación. Encontré dos cajetillas de Malboro, un libro, un par de cuadernos pequeños... En un pequeño bolsillo hallé su carnet. Se llamaba María. Había nacido en 1955 y quien sabe porqué había bebido tanto vodka aquel día.

Los paramédicos tardaron algunos veinte minutos en llegar. El tono de la piel de María permanecía gris. Le practicaron CPR, la subieron a la ambulancia y finalmente obtuvieron una reacción suya.  Decidí en ese momento que mi rol había sido cumplido en su totalidad. Me subí al tram y todo quedó atrás, como un pesado recuerdo.

No se cuál sea el punto de esta historia. Tal vez no lo tenga. Tal vez sea como una de las historias de Haruki. Intensa, colgando de un hilo y luego terminada como por acto de magia. Lo que sí se es que donde quiera que esté María ahora, seguramente estará pensando lo mismo...

Trozos de un diario de verano

29 de julio

Hoy en la mañana llegué a Dwirzyno, un pueblo costero al norte de Polonia en el Mar Báltico. Estuvimos en el tren casi 12 horas y para mi sorpresa en realidad fluyó bastante bien todo el trayecto, aunque originalmente había pensado que sería una pesadilla. Viajar en tren en Polonia no es nada fácil. La mayoría de los vagones son viejísimos, tardan casi 3 veces más de lo que deberían, las paradas sin sentido son orden del día y los asientos, pues tampoco los más cómodos. La verdad es que es una pena porque hay tantos lugares para visitar, pero sólo pensar en las conexiones, incertidumbre y las largas horas sentado delante de personas extrañas buscando donde esconder la vista agobia a cualquiera. Menos mal que sobreviví y ahora estoy aquí.


Solté la mochila en la habitación que compartiría con tres chicas más y rápido me di la tarea de dar una vuelta para conocer el lugar. Mucha gente invadía las calles, sobre todo familias con niños pequeños. Hay una calle principal llena de negocios, bares, ferias de juegos, tiendas de souvenirs, mercadillos y luego la playa, que es, dicho sea del paso, realmente bonita. La arena parece talco y la costa, infinita. Hacía tiempo que no veía el mar. Una pena que el cielo estaba nublado, sin embargo, las tonalidades de gris eran bonitas y con sólo poder respirar aire de salitre, me bastaba. Me senté en un esquina y me quedé observándolo todo.Un padre con su hijo fueron los únicos suficientemente valientes para meterse al agua. Se sumergían y retaban el fuerte oleaje...

Sirvieron la comida a las 14,30. Me moría de hambre y no tenía a quien preguntarle donde sentarme. Me sentí perdida en el espacio. Finalmente terminé compartiendo mesa con otro de los profesores de inglés. Ahora regresamos de la primera reunión de integración y sigo un poco perdida, aunque no me atormenta. No me preocupa y creo que ya después de estar un año en este país, he llegado, o por lo menos he intentado llegar a un estado de comodidad y aceptación ante la duda. Soy y somos completamente diferentes y, está bien. Es parte de la magia que siento aquí. Lo acepto con humildad.

30 de julio

El cielo ha estado tan bonito hoy. La naturaleza en su punto. En la tarde mientras paseaba por el mar y derretía los dedos de los pies en la fria arena, el cielo, nublado en algunas partes, reflejaba unos destellos de luz en el horizonte. Esa imagen daba un aspecto tan celestial. Leí Saramago hasta que oscureció y enfrió todo a mi alrededor.
En la mañana estuve impartiendo clases. Me intimidaron los teenagers en un principio. Casi todos tenían caras largas de aburrimiento y decían que sólo estaban ahí porque sus padres los habían obligado. Poco después rompimos el hielo con un par de juegos y mejoró la situación...


Los días aquí son largos. Se hacen muchas cosas. 3 comidas, clases, playa, sol y lluvia, frio y calor, minicharlas con la gente, siesta, caminata nocturna y a la cama. Soy feliz. La vida y el universo me sonríen...

Una semana más tarde...

Ya perdí la cuenta de los días. Sé que estaré con esta rutina todo el mes, así que ya me negué a estar recordando qué fecha es cada día. Son casi las nueve de la noche y aún está claro el día. Hoy pasé más de la mitad de mis horas en la playa. En la mañana estuve con Gosia y Asia que llevaron sus grupos a caminar por la orilla hasta llegar al siguiente pueblo dos horas más tarde. Vimos una medusa y recogimos caracoles blancos. Había poca gente, me gustó mucho.

Como siempre regresé hambrienta. Después de la comida decidí ponerme en marcha de nuevo. Terminé en un internet café y más tarde en un bar irlandés que se llama Pirat. Me sumergí en ¨Claraboya¨ sin darme cuenta que se me había pasado la hora de la cena. Prefiero leer que buscar con quien hablar. La gente no me atrae mucho, sobre todo porque la mayoría están en familia y no solos como yo. En las tardes a menudo me siento sola, pero luego llego a la conclusión de que estamos todos iguales. ¨Anywhere you go, there you are¨... A medida que van pasando los días me habitúo más y me doy cuenta de que realmente hay pocas cosas a las que uno no pueda acostumbrarse con el tiempo.



El mismo día que regresé del Báltico, me subí a un tren con destino a las montañas Tatra, las más altas en Polonia. Murzasichle, un pueblito cerca de Zakopane se convertiría en mi próximo hogar durante dos semanas más...


15 de agosto

El bus iba subiendo la montaña y los ojos se me cerraban, aún con las ganas que tenía de que se mantuvieran abiertos. Estaba completamente exhausta después de casi 24 horas de viaje. Con una sola ojeada a la vida me di cuenta de que es hermoso aquí. Se respira un aire con sabor a pino y hay poco ruido. Digamos que en esta calle las únicas cosas que se pueden encontrar son cabañas de techos triangulares y chimeneas altas, montañas y animales de granja. Mi habitación queda en el quinto piso de la cabaña-hotel. Tengo que eñangotarme para no chocar contra el techo. Es mi cuevita y me encanta. Aquí se respira paz. Y aunque no hay mucho que hacer aparte de relajarse, disfrutar las vistas y leer, tenemos internet y hasta un jacuzzi en el hotel (aunque en realidad el agua es igual de fria que en una piscina). 


20 de agosto
Paso mucho tiempo sola. Hago mi trabajo en las mañanas y luego me gusta encerrarme en mi cuevita. La vista es tan bonita que no hay mejor lugar para admirarla. Mi compañera de cuarto está fuera todo el día porque se encarga de un grupo de niños y pues qué mejor para mi que tener todo este tiempo libre. Estoy leyendo a Haruki Murakami y se ha convertido en mi autor favorito del momento. Me quedan pocas páginas para terminar ¨Tokio Blues¨ y he comenzado a interesarme mucho por visitar Japón. No se cuando. Solo pienso en ahora, en este momento. Aquí en las montañas Tatra, en medio de la nada, cada vez más unida a la naturaleza y la sintonía de toda su energía... 



Me despierto con el canto de los gallos. Cuando paseo le sonrío a los campesinos que cultivan sus tierras, ordeñan sus vacas, cuidan sus cabras. Subo al tope de la calle y allí me siento a observar el atardecer. Una gran bola de fuego y lava se expande por todo el cielo. Sonrío. 




AGRI-CULTURA


Frente al condominio donde vivo hay un lote de tierra. Algunos lo utilizan como estacionamiento, otros para pasear a sus perros, sin embargo yo lo utilizo como inspiración. ¿Inspiración? Pues sí. En ese lote de tamaño mediano crecen unos árboles y, detrás de ellos, cientos de jardines. Durante el comunismo en Polonia, el gobierno solía entregar pequeñas parcelas de tierra a familias para que sembraran huertos. Ahora, décadas más tarde, algunas de estas familias han conservado estas tierras. Otras han decidido pagar una pequeña fracción para alquilarlas y sembrar diversos frutos y también para disfrutar con sus familias y hacer parrilladas en los fines de semanas.

Ahora que llegó el verano y el calor es casi igual o aún más fuerte que en Puerto Rico, estos árboles que una vez se escondían del frío, han florecido y ¡de qué manera! Mis amigos y vecinos seguramente creen que estoy loca o no podrán comprender porque me maravillo tanto, pero es que en la pequeña isla de donde vengo, no hay cerezos, perales, ni manzanos y más aún, practicamente no existe la agricultura.

Sin embargo, no siempre fue así....

Durante mucho tiempo la agricultura constituyó una de las industrias más importantes de Puerto Rico. Incluso en el siglo 19, la isla llegó a exportar una gran cantidad de café, tabaco, azúcar y otros productos. Se dice que el café puertorriqueño era de tan alta calidad que llegó a consumirse hasta en el Vaticano. Sin embargo y muy desgraciadamente, una vez se instaló en la isla el modelo de industrialización, la agricultura comenzó a desaparecer.

Puerto Rico pasó a convertirse en una economía casi completamente dependiente en la importación de alimentos. ¡Algunos estudios estiman que en la actualidad, la isla importa 85% de productos agrícolas! En una isla ultra-tropical donde la tierra es sumamente fértil este dato es inconcebible. Los puertorriqueños se encuentran en una posición de horriblemente GRAN vulnerabilidad alimentaria que llevará (cómo ya lo estamos observando) a grandes conflictos sociales.

El desequilibrio global entre demanda y oferta produce una tremenda alza en los precios y una eventual escasez de productos. Los beneficios de desarrollar una industria agrícola en la isla como la que una vez existió (especialmente en el momento histórico en que vivimos) son obvias.  Se proporcionarían empleos, un alivio al bolsillo del consumidor, colaboración entre el sector público y el privado, SALUD, incluso, más tiempo con la familia, etc. etc. etc.

Los árboles que crecen frente a mi casa me inspiran. Me inspiran porque cuando los observo y admiro veo que si es posible que florezcan aquí, en este lote de tierra abandonado en Polonia, ¿por qué no es posible que también crezcan en mi isla?

Salvemos la agricultura, podemos hacerlo. Sin ella tenemos que comer pescado de China, guineos de Ecuador y menta de Israel, cuando todos estos productos podrían perfectamente sembrarse en nuestros alrededores.

Además, no hay nada más bonito que pasearse entre racimos de uvas, peras, cerezas y manzanas que dentro de unos meses podrás arrancar del árbol y comértelos al instante. 








Una mirada al mundo