Conoce el suroeste de Inglaterra


Especial para De Viaje
Por: Sarah V. Platt
Publicado 28 de febrero de 2016

Muchos viajeros que se aventuran a conocer el Reino Unido se limitan a su capital, Londres, sin saber que el resto de esta maravillosa zona también tiene mucho que ofrecer. Aparte de los característicos double decker buses y las cabinas de teléfono rojas, Inglaterra ofrece al viajero una rica herencia histórica y amalgama de culturas y tradiciones. Sus legendarias abadías, castillos medievales enclavados en pueblecitos de encanto, colinas verdes, patrimonios culturales de la UNESCO y fusión de estilos arquitectónicos, ubican a este destino en uno muy atractivo. El territorio del Reino Unido se extiende a Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte, todos países plagados de belleza natural inigualable y locales amigables que disfrutan de mostrar la riqueza de sus tierras. A continuación, un recorrido por el suroeste de Inglaterra con algunos puntos de interés clave.
 
Bristol : arte urbano y tiendas vintage
Desde sus inicios, esta ciudad británica ha estado ligada a la prosperidad de su puerto, uno de los centros comerciales más relevantes del suroeste del país, seguido de la ciudad de Plymouth. Durante muchos años Bristol fue la segunda ciudad inglesa más poblada después de Londres y hoy día se caracteriza por ser una metrópolis universitaria caracterizada por un ambiente de arte urbano, música, cine y multiculturalidad. Ubicada a solo un par de horas de Londres, Bristol es fácilmente asequible tanto por tren como por autobús y hacer una parada en esta urbe, sin duda alguna, merece la pena.
Gloucester Road es una calle bastante larga que alberga cientos de tiendas, boutiques, restaurantes y colmados orgánicos e internacionales en el corazón de Bristol. Se considera una de las calles con más negocios independientes en todo el país y pasearse a lo largo de ella es realmente impresionante. Vis à vis el turista hallará restaurantes turcos, tailandeses, indios, italianos, pubs tradicionalmente ingleses, cafés, tiendas de ropa y accesorios vintage, supermercados locales y mucho más. Es posible cenar comida auténtica de un sinfín de países prácticamente a diario en este destino y cada uno de sus restaurantes ofrece una ventana a un mundo diferente. Por lo general, los precios son asequibles y los productos que se usan en cada plato son frescos y suculentos.

Stokes Croft es otra calle adyacente que se considera muy a la moda entre los residentes de Bristol. Para salir de noche, presenciar música en vivo o ir de compras, también es altamente recomendable. Por albergar varios centros universitarios, en la ciudad realmente se respira un aire fresco, vanguardista y progresivo.

En Bristol se hallan muchos mercadillos donde se consiguen productos locales manufacturados por artesanos de la zona. Desde prendas en plata, abrigos de lino, miel orgánica y aceites de aromaterapia, el St. Nicholas Market muestra ser un punto atractivo para aquellos viajeros que gustan de encontrar piezas y productos originales. Una caminata por Castle Park en el mismo centro de la urbe, donde podrá admirar la naturaleza del parque luego de haber ido de compras en las adyacentes calles comerciales, también es una buena opción.

Para los amantes de la arquitectura recomendamos visitar el Clifton Suspension Bridge, diseñado por Isambard Kingdom en el siglo 18 y considerada una joya de ingeniería victoriana, así como uno de los símbolos más icónicos de la ciudad. Abierto 24 horas al día, es posible tomar un tour gratuito del puente colgante casi a diario y admirar las vistas del cañón desde lo alto. Otra opción es ir hasta el Avon Gorge Hotel una vez se haya caminado el puente y cenar en el restaurante con las vistas del puente al fondo. Para más información, acceda a  cliftonbridge.org.uk

Regresar a la era romana en Bath
A solo una hora en autobús desde Bristol se halla una joya de pueblito medieval llamado Bath, que representa casi una parada obligatoria para cualquier viajero que se encuentre en la zona. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987, esta localidad cuenta con las mejores piezas arquitectónicas romanas y georgianas de Europa, incluyendo las Termas Romanas, la Sala de Bombas, la Abadía del siglo XV y el Royal Crescent. El pueblo es perfecto para ser explorado a pie y el viajero podrá no solo admirar desde su centro, la belleza natural que le rodea, sino también una amplia variedad en cuanto a boutiques, tiendas independientes, interesantes museos, restaurantes y pubs. El Thermae Bath Spa es también otra opción para aquellos que interesen bañarse en los únicos manantiales naturales de agua termal en Gran Bretaña.
Los baños romanos representan uno de los más finos spas del mundo antiguo desde donde es posible admirar las ruinas del templo de Minerva y visitar la casa-baño donde los locales se sumergían en aguas termales hace casi 2000 años. Merece la pena separar al menos dos horas para explorar este lugar, que cuenta además con un café, una tienda y un museo. Es también un interesante destino para ir con toda la familia, ya que dentro de las facilidades presenciará una recreación de la vida romana con personajes disfrazados que ilustran cómo era la vida cotidiana en el siglo 18. Para más información, acceda a www.romanbaths.co.uk

La abadía de Bath
Es una maravillosa iglesia gótica localizada en el corazón de este pueblo y es considerada la más importante de Bath. Su estilo gótico se destaca por cúpulas típicas inglesas de esta época y vidrios amuralados. Por no considerarse una catedral, su construcción fue más modesta y de dimensiones más reducidas. Con la reforma anglicana en el siglo 16, desgraciadamente gran parte de sus vidrieras fueron destruidas, aunque en la época victoriana fueron restauradas siguiendo la tendencia de estilo neogótico. El interior de la iglesia merece la pena ser visitado por ser un ícono del país, elegida por la BBC para transmitir misas en vivo durante la época navideña y otras importantes festividades. Asimismo, frente a la abadía a menudo es posible presenciar músicos y cantantes de ópera que interpretan piezas clásicas como señal de bienvenida a los visitantes del templo. 

Bath Guildhall Market es un mercado cubierto y muy característico de este pueblo que ofrece algo para cada viajero. Aquí es posible degustar una taza de té inglés, comprar comestibles locales y orgánicos como queso, olivas, embutidos, comida para llevar, y también pashminas, souvenirs, productos de belleza, piezas de cuero, entre otros. Abre de lunes a sábado y puede accederse desde Newmarkey Row y High Street. Para más información, visite bathguildhallmarket.co.uk

Para los amantes de los pubs, recomendamos, sin duda, The Bell, un espacio bohemio donde se toca música en vivo a diario y pueden degustarse una amplia variedad de cervezas artesanales de barril.

Glastonbury: un pueblo esotérico
Otro day trip desde Bristol que recomendamos es Glastonbury, un pueblo reconocido mundialmente por su tradicional festival de música que se celebra cada año a finales de junio. Sin embargo, esta localidad pintoresca tiene mucho que ofrecer y puede ser visitado durante todo el año. Glastonbury es, sin duda alguna, un pueblo muy característico y singular. De tendencia esotérica, mística y mágica, Glastonbury alberga docenas de tiendas coloridas que venden productos zodiacos, de medicina alternativa y símbolos paganos. Recomendamos visitar el pub más antiguo de la ciudad, The George and Pilgrim, que parece también haber sido sacado de un cuento de hadas. Mucho enigma y misterio circunda la ciudad y se dice que en la década del 20, Katharine Emma Waltwood descubrió el zodiaco de Glastonbury, es decir, un área circular de 10 millas de distancia donde aparecen trazados los doce signos y aún puede ser visto desde la altura. Por esta razón y también por las ruinas que yacen en esta localidad, se considera un punto de encuentro de reuniones esotéricas.

Glastonbury Abbey
La abadía de Glastonbury es una de las más antiguas instituciones religiosas de las islas británicas, de gran riqueza legendaria. Una visita es más que meritoria, ya que la energía que emiten estas ruinas es deslumbrante. Sus visitantes pueden transportarse al siglo 16 mientras recorren sus ruinas al aire libre y las leyendas que envuelven estos maravillosos restos arqueológicos. En las 36 hectáreas se levantan impresionantes arcos, estatuas, jardines medievales, un pequeño lago y otras edificaciones que muestran cómo era la vida en este monasterio benedictino. La abadía floreció durante su larga historia desde al menos el siglo 7 hasta su disolución a manos del rey Henry VIII en 1539. En el año 1066 y luego en la época medieval se consideró como uno de los monasterios de más rica herencia en toda Inglaterra. En el complejo pueden visitar también una exhibición que muestra la vida cotidiana de los monjes, la cocina medieval Abbot y la tumba legendaria de King Arthur, entre otras edificaciones. Para más información, acceda a glastonburyabbey.com

Desde la abadía es posible también subir una colina hasta llegar a Tor, el ícono de la ciudad de Glastonbury. Localizado en el tope de una montaña en forma de cono, la edificación se alza majestuosamente sobre la tierra y su origen permanece siendo un enigma. A lo largo de la historia se han encontrado artefactos de la época de hierro y la era romana. Hoy día, sobre todo en el verano, es común presenciar diferentes ceremonias de solsticio de verano. Sin duda alguna, un lugar muy interesante que visitar.




El mar

 El mar está hoy salvajemente bravo. Cuando colisiona contra las rocas, expulsa rabia. Quiere hacerse sentir y que no exista en la faz de este rincón de la tierra, ni un solo ser capaz de ignorarle.
Entre las corrientes se sumergen unos cuantos valientes. Desde la distancia los observo. Mientras, a lo largo del malecón, un puñado de surfers se deleitan con el furor de estas olas. Es un verdadero espectáculo ver cómo dentro del caos y el desorden de agua y espuma, existe también la armonía. Es como el monzón en la India que una vez al año trae consigo un ciclo nuevo de cambios, no sin antes sacudir todo su entorno.
Yo también me sacudo.
La costa va desapareciendo con cada cantazo de agua y sal que parece querer tragársela en un intento por dominar el elemento tierra. Una vez al año este mar se desintoxica y se muestra más fuerte y dominante. Deja atrás todo lo que ya no le hace falta, todo lo que le pesa, todo lo que ya no puede cargar sobre sus hombros. Pero al liberar esa cargada maleta, siente también pena, rabia y gran desilusión.
El océano se torna blanco casi por completo, metamorfoseándose en una pasta de merengue salado. Se permuta en algo totalmente nuevo, dejando atrás el pasado sin temor. Se desespera y desilusiona, pero sabe que a pesar de la dureza de la fugacidad, el próximo ciclo traerá consigo armonía. Y aunque es incapaz de ver o comprenderlo en este preciso momento, llegará ese instante, eventualmente, cuando estas aguas se calmarán y todo recobrará su sentido y regresará a la normalidad y claridad de siempre.

Una puerta al cielo

FullSizeRender (26).jpgBusto de Lola Rodríguez de Tió en la Plaza Santo Domingo, San Germán (Puerto Rico).

Hacía años largos que no visitaba San Germán. De hecho, ni tengo memoria de la última vez que lo hice, aunque hacía ya un tiempo que sí interesaba redescubrir este rincón de mi isla. Pocas personas, incluyéndome, saben que esta ciudad representó, durante la época de la colonia española, la segunda urbe más importante en la isla después de San Juan. La Ciudad de las Lomas es preciosa. Aunque en su casco (similar al resto de la isla) abastece el silencio y la carencia de tráfico- tanto de personas como de vehículos- sus edificios están preciosamente conservados y su valor tanto cultural, como histórico y arquitectónico, permanece intacto. Se dice que para el tiempo en que respondíamos a la Madre Patria, San Germán se fundó como la primera villa de Puerto Rico. La isla se dividía en dos grandes porciones: aquella bajo el mando de San Juan y la segunda-desde Arecibo hasta Ponce- que pertenecía a San Germán.

Cuando se visita este pueblo, casi de inmediato, es posible sentir su vibra bohemia. En el centro histórico abundan los cafés, teatros, restaurantes, centros culturales, iglesias y monumentos históricos. A diferencia de otros pueblos, San Germán conserva mucho el legado de lo que una vez fue: la segunda ciudad más antigua de Puerto Rico, una gran meca cultural y la cuna de grandes pensadores, intelectuales y luchadores políticos.

En el Museo de la Farmacia, una parada casi obligatoria para cualquier visitante, trabaja Ramón Vázquez. Es guía turístico y lo que le diferencia de cualquier otro, es su enorme afán por su trabajo. Se lo vive, lo disfruta y si eso implica quedarse aún después de la hora de cierre del Museo para explicar cualquier otra cuestión histórica a los turistas, lo hace con gusto. Entrar a la Farmacia Domínguez, fundada en 1875 por Don Miguel Domínguez Hernández, es remontarse a una época de antaño que ya no regresará. Su interior parece haber sido sacado de un cuento. Techos altos, interiores blancos con bordes en color amarillo mostaza, balanzas, probetas, sueros, frascos- todos en cristal-, medicinas del pasado que hoy día parecen más remedios caseros que otra cosa (VicksAgua Maravilla, aceite de hígado de pescado), botiquines que usaban los soldados en la Guerra de Corea, una máquina antiquísima de embotellar refrescos de soda, una pesa que daba también al que introdujera un vellón, su fortuna, y hasta una antigua caja registradora que hoy solo aparecen en las películas.
Esta farmacia, que sirvió durante más de un siglo a los sangermeños, es sinónimo de elegancia y de compromiso con la salud y el bienestar del pueblo. Pensar que hoy día cadenas tan artificiales e impersonales como Walgreens CVS han tomado su lugar, casi dan ganas de llorar.

La época de la Farmacia Domínguez era una en que los farmacéuticos dormían en un catre ubicado en un cuartito en la parte de atrás de la botica y atendían pacientes a cualquier hora del día o de la noche. Una época en que las fachadas se construían de estilo neoclásico y que en las afueras de la Farmacia se producían tertulias entre intelectuales que discutían cuestiones sociales y del gobierno con gran afán, por ser San Germán un centro de rebeldía política e intenso sentimiento regionalista. Quienes participaban de estas tertulias colocaban sillas en la misma Calle Cruz donde yace la Farmacia y vestían chaquetas planchaditas, zapatos brillados con Betún y monóculos que colgaban del pantalón mientras planificaban y analizaban la posible independencia de esta tierra. Un esfuerzo, que a pesar de ser posible y muy cercano a producirse en ese momento, se desvaneció como un sueño de esos que te despiertas y a los tres segundos ya ni te acuerdas de qué trataba. Esas eran las famosas Tertulias en la Botica, la antigua palabra castellana para farmacia.

Los sangermeños son personas orgullosas de su tierra. Conocen de historia y sienten placer al mostrar los puntos de interés de esta ciudad. El caso de Porta Coeli, una de las iglesias más antiguas de América Latina y el símbolo emblemático de este Municipio, es igual. Según Ramón Vázquez, quien cuenta las leyendas de su pueblo a los interesados, Porta Coeli- término en latín que significa Puerta del Cielo, el edificio nunca fue iglesia, sino monasterio. Se construyó en 1606 y aún es visitada por grandes multitudes, sobre todo en Semana Santa, cuando se celebran las características procesiones de este pueblo.

San Germán es la tierra de ilustres personajes como Lola Rodríguez de Tió y tantos más. Es una ciudad donde se respira cultura, clase, buen gusto, afan, orgullo y si no han recorrido sus calles desde hace tiempo, les invito a hacerlo. Seguro que al igual que yo, esta puerta al cielo, también les impresionará.

La maldita americanización

Niña recita himno de Estados Unidos en escuela. Corozal, Puerto Rico, 1946. (Foto: Jack Delano).

Desde que regresé de Inglaterra he estado relacionándome mucho con extranjeros que vienen de visita a Puerto Rico. Ahora con aerolíneas europeas como Norwegian, Air Europa, Condor, entre otras- la cantidad de turistas que vuelan directamente desde Copenhagen, Londres, Frankfurt, Madrid y otras ciudades del Viejo Mundo, ha aumentado significativamente. Recibir a amigos que vienen de otros países me causa dos emociones contradictorias y muy apasionadas, ambas: orgullo y apocamiento. Orgullo por mostrar a otros nuestras costas, el turquesa cálido del mar, la brisa tropical, los ríos, la jungla, la salsa, el bosque y toda la belleza natural que nos circunda. Apocamiento por prácticamente todo lo demás.

No me imaginé nunca que estuviesen tan americanizados, me comenta la gran mayoría de amigos extranjeros que pisa suelo boricua por primera vez.

Me sorprende que no exista transporte público, me dijo una amiga horrorizada al contar una anécdota de un taxista que quiso cobrarle casi $100 por llevarla de Isla Verde a Guaynabo. 

Los precios son casi iguales que en Escandinavia, sobre todo en cuanto a comida, aseguró otro extranjero tras una visita al supermercado donde le sorprendió la enorme cantidad de productos exportados (y de mala calidad).

Reitero una vez más que me encanta recibir a amigos y conocidos que están de visita en Puerto Rico. De veras que sí. Casi todos se deleitan con los coquís en la noche y flipan con el clima tropical y placentero durante todo el año que les permite disfrutar de la naturaleza y el sol libremente, dos cosas muy difíciles para la mayoría de personas que viven en países fríos. Pero, ¿cómo hago para explicar las idiosincracias tan contradictorias de esta isla donde habito? Cuando me preguntan cuestiones simples para el resto del mundo, me resulta imposible decifrárselas, pues ni siquiera me hacen sentido mi misma.

Los viajeros que arriban a esta zona del mundo, casi todos vienen en busca de sol, playa, mangós y mojitos. Quieren escapar del invierno y obtener una aventura auténticamente caribeña. Pagan, en su mayoría, unos cuantos cientos euros por el boleto aéreo y tras dos semanas visitando San Juan, Culebra, el Yunque y Rincón- muchos regresan a sus países con bolsillos defalcados y muchas incógnitas ante la experiencia. No me refiero a turistas que viajan en busca de lujo u hoteles tipo resort, sino gente joven que trabaja duro para ganarse la vida y darse el lujo de cruzar el charco de vez en cuando.

Se imaginan esto como si fuera un paraíso tropical donde los precios son asequibles, pero a la vez tenemos lo mejor de la madre patria. Visualizan Puerto Rico como un destino exótico donde pueden sentarse a disfrutar una piña colada y a la vez experimentar la cultura caribeña sin mayores problemas o dolores de cabeza. A su llegada en el aeropuerto se topan con la necesidad y urgencia de alquilar un auto por al menos $60 al día (excluyendo los seguros), la ausencia de hostales a precios módicos, hoteles que sobrepasan los $100 la noche (pero excluyen los lujos), precios carísimos en cuanto a opciones gastronómicas y por lo general, un servicio que deja mucho que desear en la hostelería. El que no quiera aceptarlo, que se quite la venda de los ojos. Aquí es cuando comienza a inundarme el apocamiento.

En lugar de encontrar cilantro, menta y productos locales al momento de querer cocinar o preparar bebidas, no logran entender por qué solo se topan con yerbas de Israel, pescado de Chile y pimientos tricolores que cuestan más de $5 por paquete y vienen de vete a saber donde. Cada vez merman más los productos boricuas y mientras los consumidores opten por hacer sus compras en Costco y Walmart, en lugar de las plazas de mercado y otros negocios familiares (tampoco los culpo porque los precios son aún más exagerados en estos lugares), ¿qué podemos esperar de la economía local?
En Arecibo nisiquiera existe una panadería decente donde comprar una hogaza hecha en casa, de buen sabor y calidad. Solo en la carretera #2 han cerrado al menos cuatro. Y si de supermercados hablamos, la situación es aún peor, con la excepción de Sam´s, una opción que tampoco hace mucho sentido cuando de hogares pequeños se trata.

¿Cuándo dejaremos de pensar que Estados Unidos lo hace mejor? Si vamos a copiar un modelo, por lo menos lo razonable sería elegir uno que funcione. ¿O no?

¿Cuándo dejaremos de idolatrar todo lo de afuera e insistir en ser el producto confundido, incompleto y deficiente de los grandes intereses externos?

Regresar a Puerto Rico es, muchas veces, volver a lo peor de los dos mundos. Me duele decirlo, pero es la verdad. Retornar a un mundo sin sentido en el que abastecen las personas de poca autoestima que no saben comportarse, ni vestirse y les importa un comino disimular su falta de cultura. Se me hace difícil agradecer la naturaleza, el clima y todos aquellos toques característicos que nos definen, cuando carecemos de los servicios más básicos y efectivos en cuanto a salud, educación, transporte público, alimentos saludables, recogido de basura y sistemas productivos de reciclaje, ciudadanos responsables y civilmente conscientes que estando educados, fomentan y trabajan por un mejor porvenir.

¿Hasta cuándo continuaremos creyendo y asumiendo la falacia de que si seguimos a Estados Unidos, estaremos mejor?

Coño boricua, despierta, que esto no es sinónimo de calidad de vida. Y si tiene que venir uno de afuera para hacernos abrir los ojos y realizar nuestra realidad- la que asumimos es normal y cotidiana para todos los habitantes de la tierra- definitivamente algo anda muy mal.

El pub

  Si tuviera que elegir un símbolo predominante de la cultura británica, seleccionaría sin duda alguna, el pub. Se dice que la palabra pub es una abreviación de public house (casa pública) y el concepto se distingue por poseer ciertas características sociales y culturales muy específicas de este país. Aunque muchos locales acuden al pub para ahogar sus penas, estos espacios no solo representan un lugar donde ir a emborracharse, sino mucho más. El pub es, sin duda alguna, un local colectivo, inclusivo y dedicado al disfrute de toda la familia- digamos que incluso, el eje de la vida en comunidad.  
 En países europeos donde hace frío gran parte del año, las personas suelen beber mucho. Esto lo sabe todo el mundo y no es nada de esconder. Ya sea para expulsar las penas, tronchar inhibiciones de socialización, manejar las bajas temperaturas y las fluctuaciones de ánimo o el seasonal depression, la gente suele emborracharse. En Polonia, la costumbre es beber en casa. De vez en cuando organizas o asistes a una domówka, fiesta o reunión casera y en otras, sales a la calle. Pero casi siempre, bebes en casa. A mi esto me deprimía, pues cada noche de regreso a casa, veía cómo personas de todas las edades volvían del trabajo cargando uno, dos o tres litros de cerveza bajo el brazo. Es casi como si tomar alcohol fuera una práctica individualizada que se hace a escondidas y no contribuye en absoluto a la socialización o interacción con otros.
En Puerto Rico la historia es muy diferente. Dado el clima tropical todo el año, la práctica de consumir alcohol se realiza, por lo general, al aire libre. Los chinchorros, bares, restaurantes y fiestas en casas son los lugares donde se llevan a cabo casi siempre estos encuentros sociales que envuelven mucho alcohol, música alta y conversaciones exageradamente animadas entre personas.
En mi más reciente viaje a Inglaterra me detuve en muchas ocasiones a comparar los espacios sociales donde la gente va a encontrarse con amigos y por lo general, a tomar alcohol. A diferencia del Caribe donde los espacios varían, en el Reino Unido prácticamente toda actividad colectiva ocurre en el pub. Algunas noches se llenaban de fanáticos de fútbol ebrios que gritaban frente a la pantalla en espera de un gol de su equipo favorito. Aquello olía a destilería y no invitaba más que a miembros de esa afinidad. Sin embargo, con el pasar de los días fui cogiéndole amor e incluso admiración a los pubs por ser sobre todo, un espacio de unión para todos y entre todos. 
 Comenzar una mañana de invierno en alguna ciudad inglesa requiere casi por obligación desayunar un full English breakfast, osea un plato enorme de huevos fritos, salchichas, beans on toast, hashbrown y algún vegetal cocinado a la parrilla, ya sea tomate o setas. Si quieres tener una experiencia auténtica y además pagar poco, en el pub te sirven el mejor desayuno por cinco libras o menos. En Wetherspoon, una cadena de pubs en todo el país, me sentaba cada mañana en Londres a comer mi desayuno y observar mi entorno. Muchos jubilados pasan sus horas aquí. Leen el periódico, conversan con otros locales y sobre todo, beben. Desde las tempranas horas de la mañana los veía con pint en mano llenando el crucigrama.   
  
A medida que iba pasando el día y después de caminar por todo Londres, Bristol o Liverpool, regresa el hambre y las ganas de sentarse en un espacio tranquilo a escribir, leer un libro o simplemente, observar. Mi mejor opción sin duda alguna era, nuevamente, el pub. A veces pedía un plato de fish and chips, en otras ocasiones un té o una Guinness. A mi alrededor jugaban niños, mientras sus padres conversaban, lanzaban dardos o miraban la pantalla de televisión. El pub es un espacio para todos. Las sillas o sofás son cómodos, la luz es casi siempre tenue o templada y da la sensación de calentarte por dentro, la variedad en cuanto a cervezas es impresionante y la comida, por lo general, es buena también. La decoración de los pubs es solemna y representa también la cultura inglesa; los cristales opacos o de grabados elaborados, aportan además al ambiente acogedor e íntimo de este espacio. El pub te permite escapar del frío, del enclave de casa y conectarte con el vecindario, los amigos, la familia y los desconocidos.  
 De noche el pub se transforma en mil y una cosa. Puede ser lo que quieras. Una pista de baile, una tarima para el dj, un centro cultural donde los senior citizens juegan bingo, un espacio en el que familias se juntan a despedir a un recien difunto, una extensión de la cancha de fútbol para los aficionados del Liverpool o el Chelsey, el refugio de los solitarios, los borrachos, los desconsolados. Una noche en Bristol, el pub llegó a metamorfosearse en un concierto de música tradicional inglesa, donde mandolinas, banjos, violines, guitarras y otros instrumentos unen cada mes a un grupo de vecinos locales.  
 El pub es, pues, un ícono de la cultura de este país, uno de los centros de la comunidad, y al igual que la iglesia anglicana, el estadio de fútbol o el edificio histórico, representa una institución donde el espíritu de esta nación se siente libre y representa a todos por igual. ¡A brindar por ellos!  
 

Tierra de nadie, tierra de todos

 Hace tres semanas estuve en Londres. Hacía varios años que no visitaba la capital del Reino Unido y la verdad es que me maravillé ante su metamorfosis. Durante cuatro noches me quedé alojada en Wood Green, un distrito al norte de la urbe. Gracias a Airbnb- una página que permite a los viajeros alojarse en residencias privadas- mi hogar durante ese tiempo fue la residencia de una rusa, dueña de un restaurante italiano en dicho sector, que además alquila tres de las habitaciones de su casa a viajeros como yo. En el cuarto adyacente al mio pernoctaban dos chinas; una universitaria que llevaba varios años en Londres y su madre. En la azotea, por otra parte, dormía un hombre de un país de Europa del Este, desconozco cuál. Cada mañana me levantaba a preparar café y me topaba a medio camino con estos otros huéspedes, que junto a mí, formaban un tipo de microcosmos internacional en aquella casa.
Aventurarse desde Wood Green al centro de Londres es una misión. Si vas en un double decker, aún más. Por el tráfico- sobre todo en la época navideña- solía demorarme al menos hora y media. Salir de Wood Green nada más requiere de mucha paciencia, pues las calles son estrechas, los comercios son muchos y el flujo, tanto de personas como de tránsito, es abrumador. Cada vez que me subía a un autobús, procuraba siempre sentarme en el primer asiento de la segunda planta, para así poder observarlo todo desde arriba y con claridad. A menudo lo conseguía.  
 Desde luego, no es un área bonita. Muchos londinenses la conocen por ser la zona residencia de immigrantes de bajo ingreso. En la calle principal yacen cientos de negocios de mil y un tipo. Puestos de kebabs turcos, restaurantes de comida china, otros indios, tiendas de primera necesidad pakistaníes, supermercados polacos, barberías italianas, centros de envío de remesas africanos, bares jamaiquinos, carnicerías islámicas que solo venden carne halal, centros culturales etiopíes, uno que otro puesto que vende vegetales caribeños. Uno pegado al otro sin ningún tipo de espacio o respiro entre medio. No pude evitar maravillarme al ver cómo tantas culturas son capaces de coexistir en este lugar. Tantas culturas tan diferentes entre sí.
Una vez te subes al autobús te encuentras mucho más de cerca con este otro mundo. Uno muy difícil de descifrar. Te pierdes entre tantos idiomas, tantos dialectos. Cada cara está marcada por diferentes rasgos, diferentes tonos de piel, ojos que son el alma de tantas naciones, tantas experiencias culturales, tantos países. Cada uno habla por celular en un idioma que desconoces. Cada uno carga con un bagaje cultural muy único. A mi lado se encuentran dos mujeres en burka. Son africanas, desconozco de qué país exactamente, pero visten de colores muy llamativos a pesar de cubrir sus cuerpos por completo.
En esa tierra de nadie, nadie habla inglés. Ni siquiera el conductor es un local. Todos estos immigrantes llegan, de alguna manera y por la misma razón, a Wood Green. Me detengo una vez más a mirar por la ventana. Esta vez el tráfico ha sido detenido por una manifestación de turcos que abogan porque se detenga la masacre de kurdos en su país. Una mujer de voz ronca grita por un altoparlanteante ante una multitud de personas todas arrodilladas en la calle y mojándose por la lluvia. No hablan inglés. Los policías que controlan el paso vehicular tampoco son británicos. Tengo que hacer un esfuerzo por recordar que aún estoy en Londres y no en Anatolia.  
 Me abruma el bombardeo de experiencias sensoriales. No sé para dónde mirar. Me siento como una hormiga indefensa en medio de una torre de Babel. De momento me invade un mal presentimiento. Si fuera a desatarse un mal rato aquí, ¿cómo haría para salir ilesa?
Intento devolver mi pensamiento a algo positivo. Cierro los ojos y por obra de magia ha pasado ya una hora. Estoy en Trafalgar Square, en el centro de Londres. Ante mí me encuentro con un mundo totalmente diferente. He dejado atrás aquella otra tierra de nadie, tierra de todos.

Una mirada al mundo