Una vez cumplidos los sesenta minutos de hacer todo ese gran esfuerzo- no solo físico, sino sobre
todo mental- siento mi cuerpo desplomarse sobre el suelo. Se revela
ante mí un cansancio absoluto que colma mi ser. El cansancio más
delicioso que jamás he sentido. Boca abajo, mi abdomen se derrite en
la tierra. Inhalo profundamente y luego suelto todo el aire por la
boca en un suspiro de enamorado. Se produce una vibración en mi
tórax que da un poco de cosquillas. No hay mejor alivio que ese. Hoy
por primera vez logré mantener un bind cruzado y poco a poco
subir todo mi esqueleto hasta encontrar una postura de pájaro con
una pierna subida. Me emociona cuando pasan esas cosas. Como con
cualquier obra que requiere esfuerzo, ver los frutos de ello produce
satisfacción.
Quedan unos asanas más.
Pongo las manos en la parte de adentro del tobillo, mientras subo el
torso y pateo las piernas detrás, simultáneamente, hasta formar un
arco. Me siento como una guerrera cuando llega esta parte. Me encanta
que todos los asanas reflejen la naturaleza y los animales.
Por un momento podemos convertirnos en camellos, en luciérnagas,
nuestras piernas en mariposas, montañas, árboles y hasta en un
pescado. Esa es una de mis favoritas, sí, la postura del pescado. En
ella la cabeza se cae hacia atrás, las piernas se quedan rectas,
mientras un bloque sujeta la espalda baja. Puedes subir los brazos
hacia arriba y poner las manos en forma de rezo.
En este momento de relajación absoluta
me dejo ir. Mi mente no piensa más que en mi respiración, en cada
inhalación y exhalación. Siento que puedo controlarlo todo con el
aire que capturo y libero. Mientras, hago un resumen mental de todas
las posturas en que me he torcido. Llega un momento en que mi mente
se va en blanco. Lo dejo ir todo, sin apego, sin juicio. Distención.
Tranquilidad. Aflojamiento absoluto.
Con dificultad abro el ojo y con el
rabo miro a mi costado. La chica a mi lado se encuentra en mi mismo
trance. La de al lado suyo, igual. Envuelta en una bolita en una
postura de semilla, se deja ir. Ojos cerrados. Se silencian las olas
y la vibración de la respiración ujjayir. Culminan
las posturas de guerrero uno y dos, y todos los estirones de muslos y
caderas. Ya no hace falta encontrar un drishti para no perder
el equilibrio. Ni exprimirse un poco más o abrazar las rodillas
fuertemente y hacer suaves movimientos para masajear la espalda baja.
Ya hemos esforzado los brazos tanto, contra la pared para
fortalecerlos en una parada de manos o en una postura de delfín o de
esfinge. Hemos alcanzado la meta y solo ahora, después de agotar el
cuerpo físico por medio de asanas, es que podemos alcanzar
este estado de relajación total en la que los brazos se sienten tan
pesados como el plomo y la mente tan liviana como una pluma que vuela
por el cielo.
Concluímos con un largo om y una
dulce voz que dice: “No dejes que nada ni nadie te quite tu
paz”.
Qué bonito es todo, pienso...