Vivía en una balsa, en un callejón de un barrio comercial de Acra, en Ghana. Así nos cuenta la primera línea de la crónica Hotel Metropole del libro Estrellas Negras, cuya traducción al español fue publicada en febrero de este año, casi una década después de su muerte. Lo habían enviado de la Agencia de Prensa Polaca (PAP) en Varsovia- su ciudad natal- a África, para crear la primera y única corresponsalía polaca en ese continente.
Corría la década del 50 y Ryszard Kapuściński era un joven reportero en medio de un triste trópico como el de Lévi Strauss, donde imperaba el calor, las luchas tribales y una transición política hacia la descolonización belga. Kapuściński se queja del color infernal de Ghana, pero encuentra también grandes similitudes con esta éxotica nación y su tierra natal. El sueldo que le paga la PAP apenas le alcanza para vivir, sin embargo es capaz de ejercer la complicada tarea que le han asignado: ser el único corresponsal polaco en todo el continente africano.
Documenta el clima tórrido que permea tanto en Ghana, como en Congo. Se transpira un ambiente de pánico en las calles, de segregación racial y el nacimiento de una revolución política y cultural. Asiste a mítines con grandes figuras del escenario y se obsesiona una vez más por los poderes dictatoriales. Kwame Nkrumah es la cara detrás de la emancipación de Ghana. Es un gran orador, expresivo y joven que luchó incansablemente por la liberación del yugo colonial. Kapuściński lo estudia, lo conoce, escribe sobre él.
“El nacionalismo africano no retrocederá ni una pulgada hasta que el continente entero se libere del dominio extranjero”, expresó Nkrumah en un discurso en el que enfatizó que no existía diferencia entre el imperialismo político y el económico.
En marzo de 1957, Ghana obtuvo su independencia, convirtiéndose de esta manera, en el primer país soberano de África negra. Se estima que en el país solo un 30% de personas era letrada para esta fecha.
Kapuściński está a favor de Nkrumah y así lo reflejan sus crónicas. No conoce la objetividad, ni le interesa- pues practica el periodismo intencionado: uno que se fija el objetivo de lograr un cambio social favorable. Está siempre a favor del desprotegido, del pobre, del vulnerable. Es el único hombre blanco en medio de una multitud africana que finalmente ha sabido librarse de sus colonos empleando métodos de lucha pacíficos. Se identifica con los otros hasta convertirse en uno de ellos.
Como corresponsal, Kapuściński se radicó también en Congo, una nación que define como una de escasas tradiciones revolucionarias. Aquí casi pierde la vida en varias ocasiones. Es un país enorme, peligroso, sobre todo para un hombre blanco y “comunista” como él. Se va a los bares y allí conoce personajes y entrevista a figuras del mundo político. El bar es el escenario de todo en África y allí los locales pasan gran parte de su tiempo.
Entre los vapores de la espumoza cerveza, del excitante aroma de las muchachas, del incompresible tableteo de los tamtanes, surgen nombres, fechas, opiniones y juicios. Se dilucida algún problema, se reflexiona, se ponderan los pros y los contra (…) Aquí fijan el precio de una noche de amor, allá confeccionan el programa de la revolución, al lado alguien recomienda un buen brujo y se comenta que ha habido huelga. En el bar lo tenéis todo: el club y la casa de empeños, la alameda y el pórtico, el teatro y la escuela, la taberna y el mitin, el burdel y el comité del partido, (El bar ha sido tomado).
Poder viajar una vez más con Kapuściński y leer crónicas suyas, cuando pensaste que todo lo habías leído ya y, encima- casi diez años después de su muerte- es un respiro de aire fresco, una holganza. Estrellas negras es para los hispanoparlantes una obra kapuścińskiana postmortem y gracias a ello, reafirma que la voz de los grandes maestros, no muere jamás.