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Un microcosmos en el aeropuerto


Cuando se viaja por primera vez a un país, los terminales de los aeropuertos son como un primer encuentro con ese otro. Una primera impresión, una anticipación, un espejo de ese terreno que pronto estarás por pisar. Estuve en el sur de Portugal en una ocasión hace muchos años, en Lisboa, Sintra y un par de lugares más que no recuerdo. Sin embargo, el norte lo desconozco y dentro de un par de horas estamos previstos a aterrizar en Porto.

Los rostros de las personas que veo aquí en el terminal A del aeropuerto internacional de Frankfurt me gustan. Hablan un portugués diferente al brasilero que me es más familiar. A menudo susurran sonidos que se asemejan al murmullo de las olas. Con excepción de dos niños rubios y su padre colorado, todos son morenos, de pelo, ojos y cejas negras como el azabache. También guapos y de buen vestir. Todavía me asombra como cada embarque nos acerca a un nuevo mundo. A pesar de estar en Alemania, ya pisé un trozo de Portugal.

A nuestro costado se hallan otros microcosmos. Estudiantes americanos de cuarto año que viajan a Madrid y Barcelona de Senior Trip. Indios con turbantes, etiopíes que posiblemente regresan a sus tierras, ejecutivos alemanes y suizos que viajan por negocio, en fin, de todo. Han comenzado a abordar. Me espera una semana de bacalhau, vino verde, mar y fado. Lo demás es sorpresa. ¡No veo la hora!

Hoy conocí a un ángel

(Irlana y yo en Guimarães, Portugal)

Se llama Irlana y es de Brasil, de Bahía. La conocí frente al centro comercial Shopping Braga, esperando el bus que nos llevaría de excursión a la ciudad más antigua de Portugal, Guimarães. Nos sentamos juntas una vez nos recogieron y prácticamente no nos separamos en todo el día. Digo que Irlana es un ángel por varias razones. En primer lugar, por su dulzura y su gran humildad. Porque a pesar de sus experiencias- algunas tiernas, otras muy amargas- es un ser muy optimista, muy noble. En segundo, porque la química instantánea que hubo entre nosotras hizo que ambas nos sintiéramos lo suficientemente cómodas como para contarnos algunos secretos de nuestras vidas y sobre todo ella- quien compartió conmigo muchas lecciones que ha aprendido durante lo largo de sus cincuenta y tres años- sin apenas conocerme. Por último, porque siento que el Universo me la puso en el camino en forma de una señal que le pedí hace algunos días en una iglesia de Porto.

Mientras comíamos en la terraza de un pequeño restaurante en Guimarães, Irlana me contó algo que le pasó hace poco. La historia es así...

Mi nueva amiga llegó a Braga hace un año para completar su doctorado en educación. Fue becada por su universidad en Bahía, donde ejerce como profesora. A lo largo de su vida tuvo tres hijas y un marido, con el que se divorció hace mucho tiempo. Muchas de las decisiones que tomó fueron, como muchas mujeres, directa o indirectamente influenciadas por su figura maternal- que aunque obviamente quería lo mejor para ella- no aceptaba a ninguna de sus parejas- tal vez por que ella misma había sufrido mucho a raíz de los hombres. El que finalmente eligió Irlana para ser el padre de sus hijas, era un hombre que compartía el mundo académico con ella, pero era poco afectivo. Como su madre nunca aceptó la relación, Irlana se vio obligada a llevar una vida doble. En los días festivos, por ejemplo, tenía que dividir su tiempo entre su padre y su pareja. Escondía mucho y por esta razón también sufrió y terminó divorciándose. Ahora con sus hijas, todas mayores de edad e independientes, ella ha decidido no interferir en sus vidas amorosas. Les da espacio para que ellas mismas elijan sus parejas y no opina ni se interpone.

Cuando Irlana decidió mudarse a Portugal- unos meses más tarde- conoció a un hombre. Era brillante, creativo, músico y aunque poseía muchos atributos, en un principio le costó dejar entrarlo en su vida. No era el tipo de hombre que le atraía. Sin embargo, él seguía insistiendo, era muy amoroso con ella, atento, la valoraba y ella finalmente decidió darle una oportunidad. Vivieron un intenso romance, compartían a diario, incluso con la familia de él. En fin, se enamoraron y este amor apasionado renovó las ansias y la fé en la mujer.

Un día hace tres meses salieron juntos a cenar y disfrutaron como siempre. Una vez habían terminado, se despidieron y cada cual tomó su rumbo. Al cabo de algún tiempo, Irlana recibió una llamada de emergencia de parte de uno de los hijos del hombre. Se dirigió rápidamente hacia la residencia y cuando llegó, su amor se encontraba en la cocina moribundo. Había sufrido un ataque masivo al corazón. Le había llegado su hora. Antes de morir, logró escuchar la voz de Irlana quien le tomaba el pulso. Esto le hizo sonreir y al cabo de un minuto, murió en sus brazos.

Es una historia muy bonita y triste a la vez. La fragilidad de la vida solo la recordamos de vez en cuando. Cuando escuchamos historias así, nos hacen evocar la importancia de vivir a plenitud, de amar sin tapujos y sobre todo, de vivir de acuerdo a nuestros propios deseos e intereses, y no los de los demás. El Universo me envió a este ángel para que yo re-aprendiera esta lección. Nuestra vida es solo nuestra. Un día estamos aquí y otro, partimos. Hagamos lo que más nos llene y aprendamos a valorar a quien nos valora. El dinero, los títulos académicos y las caras bonitas no equivalen a la felicidad. Amemos a quien nos ama de verdad porque todo lo demás es pues, insignificante e irrelevante.

¡Feliz Pascua a todos!

Notas desde un avión (Parte II)


En los aviones a menudo se producen situaciones y diálogos que inspiran a escribir. Tal vez por la cercanía en que uno se halla con otros seres humanos durante varias horas, o el hecho de que voy a bordo de un vuelo de San Juan a Chicago repleto de boricuas que cuentan sus historias sin tapujos. El "eavesdropping" (escuchar a escondidas) resulta ser un buen antídoto para el aburrimiento y desde hace un rato me estoy entreteniendo con la conversación de mis vecinas sentadas en la fila detrás. A raíz de sus historias me he acordado de que a pesar de ser una islita tan pequeña, existen docenas de tipos de puertorriqueños. El grupo de mayor índice poblacional habita fuera de la isla. Pertenecen a un complicado fenómeno de identidad que conlleva ser parte de la diáspora y, según estadísticas, constituyen alrededor de cinco millones de personas. La mujer que está sentada justo detrás de mí es una de ellas. Nació hace cincuenta años en la ciudad señorial de Ponce, pero desde hace cuarenta y cinco vive en Chicago. Habla un español chapuzeado y suele pronunciar dos o tres palabras en inglés en cada frase. Los años en el exilio la han desconectado de su tierra y le cuesta recordar vocabulario en su lengua materna. Su vecina, sentada en el asiento de en medio, le cuenta que también es ponceña, aunque aún reside en la ciudad, y conversan sobre los principales lugares de interés de la misma.

-"Yo estuve por la playa esa de Ponce, la Concha", dice la primera.
-"La Guancha, la Guancha", la corrige la segunda.
-"¿Y estuviste en el Museo de Arte?", pregunta ingenuamente la segunda.
- "No, no. No tuve tiempo para eso", responde la primera. "Pero comí muchos tostones de la cosa esa verde grande. ¿Cómo es que se llama?", le pregunta.
 "Debe ser pana", responde.

Reflexiono sobre este tema y siento pena porque sé que el grupo de la diáspora que emigró hace veinte años o más (y en ocasiones incluso mucho menos) conocen muy poco acerca de su cultura, sus raíces. Conforman un extraño híbrido. ¿Quiénes son realmente? ¿Qué identidad poseen? En Estados Unidos son
"pororicans", "latinos", o "hispanic". Pero a nosotros los boricuas que hemos vivido la mayoría de nuestras vidas en la isla, no se nos parecen en nada y no nos identificamos con ellos. No son ni de aquí de allá. Llevan otro estilo, hablan con un acento raro, poseen una actitud expatriada y la mayoría está desconectada de los temas que afectan la isla.

Cuando leo el periódico y aumentan cada vez más las cifras de personas que al igual que yo también han tenido que emigrar de la isla por x ó y razón, me pregunto si llegará un momento en que ya no existan boricuas defensores de su cultura e identidad. Posiblemente estarán todos ocupados metamorfosiándose y evolucionando en otras formas...

Notas desde un avión


El polaco es un idioma que toca fuertes acordes. A veces si lo escucho desde una dulce voz, me provoca sentimientos de placer y ternura. Los diminutivos son también dulces, especialmente si son pronunciados entre niños pequeños o entre susurros de pareja. También es capaz de provocarme un sentimiento maternal, cálido, como el abrazo de una madre en momentos de desolación. Me recuerda el confort que se siente al tomar una sopa calientita en un día de invierno. Sin embargo, tanto como puede encariñarme, también es capaz de torturarme. Es una lengua fuerte, que te penetra en los oídos a menudo. Muchos sonidos son cacofónicos, perturban sin compasión. Si alguien tiene rabia o ira, en polaco se acentúa mucho más. Los tonos altos son punzantes y monótonos. Y la monotonía al igual que una guitarra desafinada es capaz de volver loco a cualquiera.

Desde el asiento 12 J del vuelo de la LOT (línea aérea polaca) voy rumbo a Nueva York desde Varsovia. Llevo casi cuatro horas siendo muy paciente. Detrás de mi se encuentra el objeto de mi desiquilibrio: un trío de polacos cincuentones que parece van rumbo a América por primera vez. En los aproximados 250 minutos que llevo en este asiento no han hecho otra cosa que hacer extremadamente pública su conversación. El polaco que pronuncian es agudo, alto, insoportable, igual que la guitarra desafinada.
Antes de que acabara la primera hora de vuelo ya el olor a whiskey desde la botella duty-free que bebían impregnaba también mi asiento. Con cada risa exagerada una de las dos señoras me golpea el asiento. Intenté soportarlo hasta que ya no aguanté más. Me giré y les dije en mi polaco ingenuo y primitivo que hacía cuatro horas que estaban hablando y que por favor bajaran la voz y respetaran al resto de los pasajeros.

La mayor de las dos me dijo que me pusiera los cascos porque ellos habían comprado su billete y tenían el derecho de hacer lo que les parecía. No entendí su razonamiento. Sin más, pasaron de mí y continuaron su conversación como si nada, y peor que todo, aún más alta. Más frustrada que antes, volví a sentarme en mi asiento para no causar más problemas. La chica a mi lado me hace una mueca de desagrado con la cara.

¿En qué momento nos hemos deshumanizado tanto?
No puedo leer, ni ver pelis y apenas puedo escribir esta nota. Me tienen mareada.
Está claro que están muy contentos. Posiblemente vayan de camino a casa de algún pariente en la Gran Manzana a celebrar la Navidad. No tengo ningún problema con eso, todo lo contrario. Lo que me saca de quicio es el egoísmo. El hecho de que ya ninguna conversación es privada. El hecho de que ya nos da igual respetar a los otros. Pasamos de todo. A la gente se le ha olvidado la importancia, la necesidad y el valor de la privacidad.
Los novios cortan sus relaciones por móbil mientras uno de los dos se encuentra en un tren topado de personas como sardinas en lata. Ignoran que todos esos extraños se estén enterando de las intimidades de su vida. Otros mantienen conversaciones muy íntimas mientras comen un bocadillo y caminan por la calle. Llanto, risa, coraje, nervios, se ve de todo. El multi-tasking nos ha hecho ganar mucho tiempo a la vez que destruye nuestros valores esenciales.

Parece que yo me he quedado atrás en el tiempo, pero no acabo de comprender en qué momento hemos perdido la esfera privada, el respeto, la conciencia de que vivimos en una sociedad y a la mayoría de las personas nos les interesan tus asuntos y merecen tener la opción de mantenerse al margen. Mientras más globales nos hacemos, más viajamos, más oportunidades se nos presentan. Sin embargo, ¿de qué nos sirve todo esto si con cada minuto sucumbimos a la deshumanización y nos tornamos más primitivos que nunca antes?
Espero que pronto el whiskey haga su efecto, los tumbe y yo también pueda disfrutar y tener derecho a mi momento de silencio, reflexión y felicidad rumbo a casa para celebrar la época más bonita del año...


Una mirada al mundo