El mundo de los intocables

7 de julio de 2008



Decidimos no desayunar en el hotel y tomamos un rickshaw a Connaught Place. De camino a la plaza, entre olores a basura amontonada, agua estancada, incienso y carbono monóxido en grandes cantidades, fueron aumentando en mi estómago las náuseas. Me siento fatal y por más que intenté cuidarme, me tocó la hora de enfrentar los vómitos. Tengo Delhi Belly.

Después de varias visitas al baño y dos vasos de 7UP (gracias a la vida por tan grandiosa medicina!) decidimos conocer la parte vieja de la capital. Jama Masjid,la mezquita más grande (e intensa) de la India, es la primera parada. Calles de barro. Mugre por doquier. Es monsón y estamos empapadas. Es la pobreza más colorida y fascinante que he visto en mi vida. El cielo desploma gotas de lluvia (¿ácida?) y nosotras, intentando encontrar la mezquita, mientras nos continuamos sumergiendo más profundamente en lo que parece ser un canal televisado de la National Geographic. Cada tiendita es un rincón oscuro, indefinible. ¨¿Qué venderán ahi?¨, dice mi amiga. ¨Ni idea¨, pensé. Aquello no era más que un laberinto sin salida. Los monos colgados de los cables nos velaban a lo alto del souq.



Levanté la vista por un momento (ya no sabía ni dónde fijar los ojos). Habíamos llegado al mundo de los intocables. De frente se mostraba, majestuosamente, una impresionante estructura en forma de cúpula. Frente a ella, todos los caminos parecían conducir a la mezquita, una tarea casi imposible de alcanzar. Pisotones. Carretas que llevan pseudohumanos, heno, animales, niños que lloran. Mantas en el suelo cubiertas de objetos inútiles. Un hombre que cobraba por pesarte en una balanza. En otra, unos gemelos sin brazos y piernas de tez oscura y ojos traumatizantes que te rogaban llorosamente por una rupia.
Millones de enfermedades dermatológicas nunca antes visto por estos ojos. Deformaciones. Basura. Olor a vida concentrada en una lata de salchichas podridas. Caras curiosas. Ojos, muchos. Demasiados. En un momento sentí que me desmayaría. ¿Y quién me recogería en medio de todo ese manjar místico? ¨Hace falta mucha paz y fuerza psíquica para sobrevivir esto¨, pensé.

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