Viernes negro

Como buena y muy obediente colonia que somos imitamos solo los malos hábitos de nuestros padrinos, los Estados Unidos. Una de estas costumbres que hemos adoptado y transportado a la Isla es el Viernes negro, también conocido como la Venta del Madrugador, el día que inaugura la temporada de compras navideñas y es popular entre consumidores compulsivos, ya que se ofrecen ¨significativas¨ rebajas en muchas tiendas minoristas y otras multi-tiendas gringas instaladas en Puerto Rico. Durante el Viernes Negro se acostumbra abrir las puertas de tiendas como WalMart, Sam´s Club, entre otras, tan pronto como a las 4 de la mañana, para ofrecer a los clientes más flexibles horarios para adquirir nuevos electro-domésticos, televisores plasma, o los más modernos enseres tecnológicos. El año pasado se estima que 900,000 personas acudieron a estas ventas.

De más estar decir que me parece absolutamente innecesario, patético, avergonzante y desastroso este ritual yanqui, pues no solo crea falsas necesidades y prioridades al público consumidor, sino que da rienda suelta a salvajes que hacen cualquier cosa por llenar sus carritos de compra con las más grandes e innecesarias pantallas High Definition acabadas de salir del mercado, incluso, a cuesta de poner en riesgo su salud y la de sus familias e hijos.
Como resultado del viernes negro que se llevó a cabo hace un par de años y en el que decenas de personas resultaron heridas- entre ellas niños y otros menores de edad quienes fueron descuidados por sus padres esa noche que acamparon fuera de las mega tiendas, posiblemente sin suficiente agua o comida y bajo temperaturas asfixiantes- este año se optó por introducir otra brillante medida. Digo brillante y se me escapan las comillas. El periódico El Nuevo Día de hoy, 28 de noviembre, anuncia que para atender los casos de padres que asisten con sus hijos menores de edad a las Ventas del Madrugador,  se movilizarán 40 trabajadores sociales, apoyados por personal administrativo del Departamento de la Familia, quienes realizarán rondas preventivas para evitar tragedias. Además, se han instalado lineas teléfonicas de emergencia, presencia policiaca en las áreas comerciales y otras ¨ayudas¨ externas.

Con ganas de ir personalmente donde el gobernador de mi Isla a preguntarle qué demonios está pensando resolver con tan absurda medida, me pregunto-

Ya que no somos capaces, como pueblo, de ocuparnos por rescatar a  nuestro país, de ser mejores padres, mejores seres humanos y enriquecernos de espiritualidad y valores en lugar de matarnos por comprar porquerías que no necesitamos ni tenemos el dinero para adquirir, ¿no sería MUCHO más fácil simplemente eliminar el maldito Viernes negro y ya? Ya tenemos suficiente con el pavo y la comelata del día siguiente...

Los invisibles

Son las siete de la mañana, aunque para él parece que sigue siendo ayer. Figura el estereotipo perfecto de lo que equivale a una trasnochada. Es pequeñito y cualquier podría confundirlo por un enanito o una persona con alguna minusvalía. La mayor parte de sus ojos los tiene de color sangre, aunque como son tan grandes, también puede observarse el azul de sus pupilas. La calvicie se le notaría más si no fuera por los pocos pelos que aún le quedan: grasientos y parados de punta. Mientras acelera el paso voy observando más detalles de este personaje. Lleva un perro y a diferencia del dueño, éste sí que está muy acicalado, bañadito y lleva un collar. Se ve que le cuida, incluso mucho más que a sí mismo. Cruza la calle a pesar de la luz roja, con un paso bastante acelerado. Saca de su chaqueta una botella de cerveza. Toma un largo sorbo, luego otro y la vuelve a guardar. Logro observarlo mejor desde más lejos. Cuando miro al suelo veo que calza unos viejos zapatos de al menos cuatro tallas más grande. Con dificultad continúa su camino con el perro, y por esperar la luz verde para cruzar, se me pierden en la distancia...

Quince minutos antes de eso, recorriendo el mismo camino, observo a otro señor. No está trasnochado, o al menos no se le nota tanto como al primero. Se le ve muy despierto y aunque bastante cubierto por un grueso abrigo, una cabellera blanca se asoma por los lados. Son buenas las horas de la mañana para ir en búsqueda. ¿En búsqueda de qué? Pues, de lo que aparezca. Se agacha casi frente a mí y recoge tres colillas de cigarro del suelo. Se las mete en el bolsillo de la chaqueta. Da unos pasos hacia delante y se detiene en el trastero. Mira adentro detenidamente y luego mete la mano. Continúo mi paso y no quiero girarme para ver si ha sacado algo. Da igual si es una lata, una botella, una colilla. Si no puede consumir lo que encuentre, lo venderá por algunas monedas sueltas. Tal vez le alcance para algo...

La economía en Polonia se enfrenta a un boom. Eso dicen las estadísticas y los economistas. Hay trabajos para quien los busque. No escasean las multinacionales, los empresarios autónomos con negocios propios, ni las universidades y escuelas de idiomas, para los que se dedican a enseñar lenguas, como hago yo. Sin embargo, rara vez se menciona a esta población invisible que no se beneficia en absoluto de este crecimiento económico. Me refiero a las personas jubiladas, a los envejecientes, a los alcohólicos no tan jovencitos. Sobre todo hablo de las personas de edad avanzada que se sostienen únicamente del seguro social que les otorga el Estado, una cantidad que apenas les alcanza para vivir. Tal vez sea por esto que algunos se refugian en el alcohol, mendigan en la calle, o van en busca de objetos usados en los basureros. Es imposible saber con certeza a qué se dedicó esta gente en sus años de juventud; si trabajaron, fueron profesionales o no. Sin embargo, lo que sí queda claro es que pasadas tres partes de la existencia propia y sin posibilidades de trabajar a esas alturas ni cambiar nada al respecto, nadie merece vivir sumergido en tal pobreza, tales necesidades, y muchos, sin nadie con quien contar.

Mientras los jóvenes van tejiendo sus brillantes futuros, los emeryci (jubilados) intentan subsistir entre necesidad e invisiblidad. 

Una mirada al mundo