Un granito de arena




Hoy el karma me dio una palmadita en la espalda de esas que dicen “¡bien hecho!”. Puedo decir con total regocijo y humildad que hoy puse mi granito de arena para hacer de este mundo uno mejor.

Todo comenzó en octubre de 2013 cuando se creó un plan por parte del Gobierno de Puerto Rico para reducir los gastos del sistema de educación pública ante la crisis que enfrenta la isla. Como parte de ese proyecto, se cerrarían más de cien escuelas. Mi abuelo materno, a quien nunca conocí, fue educador durante muchos años y en reconocimiento de su labor, en 1994, le pusieron de nombre a una escuelita pública anónima en el pueblo de San Sebastián: Escuela Francisco Lugo Rosa, en honor a él. El nombramiento fue, evidentemente, un motivo de gran honor para mi familia, y sobre todo para mi mamá, su única sucesora directa. 

Poco después nos comunicaron que la escuela de Paco, como le llamaban cariñosamente sus allegados, caería dentro del plan del gobierno y dejaría de existir. La noticia fue devastadora para muchos. Se verían afectados no solo los empleados y maestros que serían reubicados a otro centro de trabajo, sino también los alumnos de sexto grado que aguardaban con ansias graduarse de escuela intermedia y a tantas personas más a quienes les tomó por sorpresa esta noticia.

Afortunadamente y casi por obra de magia, un buen día le comunican a la Directora de la Escuela que la institución había quedado repentinamente fuera del proyecto y que se salvaría de un cierre. En honor a mi abuelo y a este giro inesperado de fortuna decidí contribuir de alguna manera a esta institución y ofrecer un taller para los maestros para levantar ánimos y celebrar el evento. Con este objetivo, hace unas semanas me reuní con la Directora, fijamos una fecha y llegamos a un acuerdo sobre el tema del taller que combinaría tanto mis conocimientos, como las necesidades de los participantes.  
 
Hoy, tras dos horas de viaje de San Juan a San Sebastían, arribamos a las instalaciones de la Escuela en el Barrio Culebrinas. Once maestros, una Directora y otro personal no-docente nos recibieron en un salón de segundo grado decorado de manera muy colorida y acogedora. Enchufé el proyector y me di a la tarea, durante hora y media, de compartir mis conocimientos con el grupo, que me aguardaba con ojos curiosos y hambrientos de conocimiento. 

Durante hora y media escribimos y compartimos cortos ensayos sobre la vida, la importancia del  diálogo, el poder de la mente y el pensamiento positivo, la autoestima y la buena convivencia en el ambiente laboral. También llevamos a cabo ejercicios de grupo en las que pusimos a prueba nuestra capacidad para resolver conflictos y alcanzar metas comunes. Y sobre todo, nos abrimos un poquito más a compartir nuestras experiencias como educadores ante un complicado panorama de crisis económica y de valores.

Fue una experiencia que no olvidaré, pues por una parte le rendí tributo al abuelo que nunca conocí y que tantas personas recuerdan gentilmente como Maestro de Maestros. Y por otra, interactué con personas a quienes posiblemente nunca conocería de otra manera y recibí a cambio una gran recompensa y satisfacción personal al saber que puse mi granito de arena para hacer de este mundo (educativo), un mejor lugar.

¡Gracias a todos en la Escuela por esta bonita experiencia!

Un microcosmos en el aeropuerto


Cuando se viaja por primera vez a un país, los terminales de los aeropuertos son como un primer encuentro con ese otro. Una primera impresión, una anticipación, un espejo de ese terreno que pronto estarás por pisar. Estuve en el sur de Portugal en una ocasión hace muchos años, en Lisboa, Sintra y un par de lugares más que no recuerdo. Sin embargo, el norte lo desconozco y dentro de un par de horas estamos previstos a aterrizar en Porto.

Los rostros de las personas que veo aquí en el terminal A del aeropuerto internacional de Frankfurt me gustan. Hablan un portugués diferente al brasilero que me es más familiar. A menudo susurran sonidos que se asemejan al murmullo de las olas. Con excepción de dos niños rubios y su padre colorado, todos son morenos, de pelo, ojos y cejas negras como el azabache. También guapos y de buen vestir. Todavía me asombra como cada embarque nos acerca a un nuevo mundo. A pesar de estar en Alemania, ya pisé un trozo de Portugal.

A nuestro costado se hallan otros microcosmos. Estudiantes americanos de cuarto año que viajan a Madrid y Barcelona de Senior Trip. Indios con turbantes, etiopíes que posiblemente regresan a sus tierras, ejecutivos alemanes y suizos que viajan por negocio, en fin, de todo. Han comenzado a abordar. Me espera una semana de bacalhau, vino verde, mar y fado. Lo demás es sorpresa. ¡No veo la hora!

Todo es bello menos los mosquitos




Todo es bello… menos los mosquitos.

Así es. Hace un par de semanas me mudé a Arecibo. Es la primera vez que vivo en la isla fuera de San Juan. En realidad la palabra mudé debería de ponerla entre comillas, porque paso allá solo la mitad de la semana. El resto de los días regreso a San Juan. Y bueno, todo esto se produce porque afortunadamente conseguí lo que posiblemente hasta ahora sea el trabajo de mis sueños. En mi campo, con compañeros muy amenos y en un entorno nuevo, fresco. Me encanta. Como si fuera poco también encontré una casita súper bonita donde me he mudado para no tener que viajar a diario. Y bueno, todo de repente ha caído en su sitio de una manera muy placentera y perfecta. La vida me sonríe.


El único problema que tengo son los mosquitos. Suena estúpido e insignificante, pero es cosa seria. Y en Arecibo hay MUCHOS. Esos bichitos que ahora transportan en sus minúsculos cuerpos el famoso virus de la Chikungunya. Una palabra que al principio se hacía imposible pronunciar, mucho más escribir, pero que ha ido convirtiéndose en uno de los más populares trending topics boricuas.


-“¿Te dio?”

-“Es horrible, nena. Te dan unos dolores en las articulaciones que matan. Se te hinchan las manos, los pies. A mí me dio hasta artritis. Y lo peor de todo es que los síntomas pueden durar hasta un año”.


Así cuentan las víctimas de esta epidemia que está arrasando con Puerto Rico. Imagínate si la situación se ha tornado seria que hoy los titulares ponían: Chikungunya se apodera de una urbanización en Bayamón, Más casos se reportan en Barrio Obrero, La nueva epidemia se propaga. Prácticamente todo el mundo que conozco ha contraído el virus. Está por toda la isla, regándose como la lava de un volcán en erupción. Tengo una amiga que dice que a la larga, nos infectará a todos. Hoy el ex-Secretario de Salud confirmó este pronóstico. Parece una película de ciencia ficción, mas no lo es.


Para evitar una casi-mortal picadura de Chikungunya he equipado mi casa nueva con todos los remedios posibles. Orgánicos y químicos. De todo. Me he empapado de artículos sobre qué remedios anti-mosquitos son los más efectivos, cómo combatir los dolores si es que te da... Hasta compré una lámpara eléctrica de esas que brillan una luz azul que los atrae y luego los fríe y apestan. Por desgracia nunca prendió. Mientras consigo otra, he encendido una cobra en la entrada. Uno de esos repelentes en forma de caracol que generan un humo fuerte que aleja los bichos.Encima de todo tengo dos ventiladores que me abanican perpetuamente. Parezco neurótica.

En otra esquina cerca de la ventana coloqué dos inciensos de eucalipto encendidos. Por lo menos el olor es agradable y hasta ahora el humo ha logrado espantar los mosquitos entre ratos. Como si fuera poco, también me baño a diario en repelente Off hasta crear una barrera tan potente que solo los muy atrevidos se me acercan. Sin embargo, nada resulta efectivo y hay que seguir engrasándose la piel a cada rato para notar algún efecto. La primera noche que dormí aquí me picaron como treinta. Será porque estuve tanto tiempo viviendo fuera. Antes me ignoraban.


Como quiera, fuera de broma, el Chikungunya está acabando con el país. No hay remedio que funcione. Nos tiene a todos arropados en una histeria colectiva. Poco a poco nos irá contagiando a todos y no hay nada que podamos hacer. A los que no nos ha infectado aún le tenemos pánico a los voladores esos invisibles que te atrapan por debajo de la mesa y nunca los ves. Que te cogen los tobillos y los codos  y luego te pican desconsoladamente hasta por debajo del pantalón. Son unos malditos.


De momento todo es bello, menos los mosquitos.

Una mirada al mundo