Ya yo ya

 Ayer en conversación con mi querida vecina hablábamos sobre nuestras más recientes rutinas y el cansancio que produce estar siempre disponible para otros. No saber decir que no es un problema que afrontamos muchos. Querer siempre sobresalir y hacer todo lo posible e imposible por exceder, desde luego, agota. Ya yo ya, me comentó en un cierto momento. Era la primera vez que escuchaba esa frase y la verdad es que me tomó un rato poder comprender y digerirla. Me recordó al término surrender en el budismo, noción que implica dejar ir, soltar, aceptar lo que es y no emprender más esfuerzo. Como cuando nadas en contra de la corriente y de repente ante el cansancio generado, decides dejarte ir y permitir que el universo tome las riendas, aunque sea por un breve instante.
Adaptado a yoga, se dice que la posición más retante de toda la práctica es Savasana, la postura del muerto. Aquí debes permanecer inmóvil, quieto y dejarte ir durante los minutos que sean. La mente debe ponerse en blanco y ya no hace falta concentrarse en la respiración, ni esforzar más los músculos del cuerpo. Es momento de aceptar y rendirse- pero no en el sentido peyorativo de la palabra- sino de dejar que el orden de la vida tome su curso y decida por ti. Ya cumplí, ya me esforcé, ya dejo ir. Es solo en este momento en que cabe lugar para la transformación.
En la vida se nos presentan a cada rato momentos en los que tenemos que forzozamente dejar ir. Es imposible e inútil querer controlarlo todo. En la mayoría de los casos, nos resistimos al cambio: el cambio de estación, de trabajo, de hogar, de mentalidad, de rumbo de vida. Hay que soltar, dejarlo ir. Confiar en que nos hemos preparado lo suficiente, hemos hecho lo meritorio y desapegarnos de todo lo que nos sofoca. Aceptar que todo es impermanente y en el constante cambio hallamos también consuelo.
A los workaholics como yo, nos cuesta dejar ir, sobre todo cuando se relaciona a cuestiones del trabajo. A pesar de encontrarme ya en periodo de vacaciones navideñas, me cuesta mucho dejar ir. A menudo pienso que hay algo que se me ha colado, que debo invertir un par de horas en hacer tal cosa u la otra. Nunca es suficiente la labor realizada y siempre hay algo más que se presenta en mi mente. Algo pendiente, algo restante. Para calmar las fluctuaciones de la mente, se requiere de mucha disciplina. A diario practico yoga y como quiera mi mente fluctúa más de lo que quisiera admitir. Por eso la noción de soltar, dejar ir, aceptar y entregarse, cobra gran importancia.
En la filosofía védica se habla sobre cómo yoga, es un canal para desatarnos del sufrimiento causado sobre todo, por las fluctuacions inútiles de la mente. Nuestra mente es nuestra peor enemiga y de la primera que hay que desapegarnos es de ella. Acepta que ya has cumplido, siéntete satisfecho con lo que has logrado y que a pesar de poder hacer más (siempre es posible hacer más), lo que has realizado es meritorio, proporcionado y perfectamente adecuado.
Ya yo ya, me dijo mi vecina. Y en ese momento en que regresé a casa a meditar sobre esa frase tan simple pero a la vez tan profunda, me di cuenta que yo también prescindía soltar. Y como por obra de magia, hallé una enorme sensación de satisfacción.

Sin derecho a comentar


Propongo que se elimine, en cuanto antes, el derecho a comentar en los medios. No me refiero tanto a las redes sociales, sino sobre todo a los periódicos digitales principales en nuestra isla. Esa falacia del ciudadano periodista nos está consumiendo a todos y está produciendo una llaga profunda en la moral de este país. Otorgar semejante poder a las audiencias es un error enorme de nuestra era digital que continúa agravando más la desvaneciente o nula empatía que existe en nuestro entorno.

Esta madrugada salieron de sus hogares seis ciclistas. Querían aprovechar el día feriado para sacar sus bicicletas y recorrer el área de Loíza. A las 7am y sin alerta alguna, una conductora que arrojó .1888% en la prueba de alcoholemia y que transitaba en la misma dirección que los chicos, perdió control de su auto, impactando primero un poste de luz y más tarde, al grupo de ciclistas. Uno murió en el acto, otros cuatro resultaron gravemente heridos. Varias familias se encuentran ante el enorme dolor de lidiar con pérdidas y tragedias injustificadas como estas.

Como si fuera poco, la mujer llevaba más de diez años conduciendo con una licencia vencida. Tampoco mostró pena alguna por sus actos y en el momento de su detención, con el rostro demacrado como resultado de su embriaguez, insistió que la culpa era de los ciclistas, pues "estaban en el medio".

La historia se pone peor, pues al leer los comentarios en la red desde los principales diarios del país, no solo siento una enorme pena por las víctimas, sino que me arropa un asco profundo. En mis aulas de periodismo, intento hacer hincapié en la ética de este oficio. Repito a mis alumnos que nuestro deber es minimizar el daño. Que no existe tal cosa como el periodismo ciudadano, puesto que para ser periodista, tienes que haber recibido una formación, debes conocer los cánones éticos, regirte por unas normas de conducta y poseer ciertas habilidades que está claro, no todo el mundo tiene.
Una persona que no posee estas cualidades y habilidades, pero se encuentra en el lugar de los hechos en el momento oportuno y aprovecha para subir un video o enviar al Caza Noticias alguna imagen- es un ciudadano haciendo comunicación pública, no un periodista. Apoyo y respeto enormemente el derecho a la libertad de expresión, pero considero que el periódico debe reservarse para los periodistas, para de esta manera, conservar su seriedad y ser apoyado en fundamentos éticos, empáticos y de responsabilidad social.

Cuando ocurre una desgracia como la que aconteció esta mañana y entro a los medios para leer sobre ello, me encuentro ante un mar de comentarios sin sentido, perturbantemente ignorantes, insensatos y sobre todo, preocupantes. "Los ciclistas siempre están en el medio", escribía una. "Si no pagan marbete no deberían transitar en las calles", escribía otro. Y luego, casi como por obra masoquista, continué leyendo entre los 436 comentarios que aparecieron todos junto a la noticia...

"Las bicicletas deber ser proibidas y PUNTO...si no es legal correr fourtracks en vias publicas porque supuestamente no pagan malvete creo que deberia ser igual para los cyclistas. yo choque mi carro hacen 3 semanas por culpa de 4 despues ellos salen como si nada y uno jodio"

"irresponsables ciclistas de mierda"

"yo lo que no entiendo  es como diablos los ciclistas sabiendo como esta el conductor negligente que hacen orillas y pendientes a los celulares se empenan en correr bicicleta a to cojon"

Y así por el estilo. Además de lo mal escrito que están estos comentarios, deberían prohibirse porque cumplen con el único propósito de fomentar el odio y la ignorancia. Por amor a Dios, ¿cómo es posible que se permita esto? La falta de ética por parte de los medios ni me preocupa tanto ya, ni la foto que publicó el periódico del hermano del difunto ciclista llorando (que evidentemente maximiza el daño a la familia de las víctimas). Los medios son negocios que tienen que vender para sobrevivir- lo sabemos todos.

Ahora, lo que sí me preocupa enormemente es que se le conceda el derecho a comentar a tantas y tantas personas, que se convierta este derecho, en un relajo. También en un momento para ridiculizar, dar alas a la atrevidísima ignorancia de muchos y a hundir más aún a nuestro país en tragedia. Y encima de todo, parece que sea aplaudido tanto por la sociedad, como por los diarios.

Si por mi fuera, como dije al inicio, eliminaría el derecho a comentar por completo, porque desafortunadamente, se paga justo por pecadores. En mi casa me enseñaron que si no tengo nada bueno que decir, que me quede mejor calladita. Esta moraleja aparentemente careció en los hogares de estos comentaristas. Te invito a que reflexiones un segundo antes de publicar dos o tres líneas que solo afectan tu imagen y la de tu país, además de poner en evidencia el tamaño de tu cerebro. Si lo que vas a comentar es igual o más dañino que el contenido que aparece a diario en los medios, y encima aprovechas este espacio para reflejar tu falta de conocimiento y odio- pues en una sociedad civil y prudente, habrías perdido hace rato el derecho a comentar en su totalidad.

Malala

Mala
Malala Yousafzai nació en el verano de 1997 en el Valle Swat de Pakistán. Su rostro le ha dado la vuelta al mundo durante el pasado año y medio cuando fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, convirtiéndola en la ganadora más joven en la historia de este reconocimiento. A pesar de su corta edad, Malala tiene muy bien definido su objetivo: lograr que la educación sea más asequible para los niños en todo el mundo, sobre todo en aquellos países que han sido dominados por regímenes totalitarios, grupos extremistas como los talibanes, o que han sido devastados por la guerra.
Su historia comenzó en 2009 cuando los talibanes dominaron la zona que la vio crecer y con cada atentado de bomba, masacre y quema de artículos de Occidente, considerados "vulgares o impuros", la situación se tornó más delicada. Todo acto que ofendiese a Allah era considerado una amenaza para la zona y por lo tanto, rechazado y castigado severamente. Fazlullah, el líder talibán más notorio del momento, producía un programa radial en el que cada día se anunciaban públicamente los pecadores del pueblo y se pregonaban consejos de cómo vivir o qué cosas rechazar o prohibir. Las mujeres también se mencionaban en estos discursos y se les exhortaba a ocuparse de los asuntos domésticos y de propagar la religión, pero bajo ninguna circunstancia, de educarse, pues según ellos, no les servía de nada.
Un día, se sentenció por radio que a partir de enero del siguiente año, se condenaría a cualquier niña o jovencita que quisiese ir a la escuela. De noche, los terroristas se encargaban de demoler escuelas y hacer que la educación se tornase cada vez más imposible para esta población. Una vez se corrió la noticia, arribaron periodistas internacionales a cubrir el acontecimiento. Uno de la BBC contactó al padre de Malala, quien aceptó que su hija proveyera un testimonio de dicha situación. Bajo el seudónimo Gul Makai, Malala escribía entradas en una especie de blog/diario, eventualmente llegando a oídos de los líderes talibanes.
Un día de camino a la escuela, el bus en el que viajaba Malala junto a sus amigos, fue atacado. La niña recibió un impacto de bala que terminaría dejándola al borde de la muerte y a sus amigas, heridas. La transportaron en ambulancia a un hospital militar cercano y eventualmente para protegerla ante otro futuro ataque, la trasladarían junto a su familia a la ciudad de Birmingham en Inglaterra. El Talibán ha declarado oficialmente que de regresar, se encargarán de aniquilarla definitivamente.
Ahora Malala vive junto a sus dos hermanos menores, su madre y su padre- quien ha sido su héroe y mentor durante toda su vida, en una bonita casa inglesa. La familia intenta adaptarse e integrarse al nuevo estilo de vida, pero por sus enormes diferencias con su natal Pakistán, enfrentan evidentes dificultades. Aunque asumiría un riesgo monumental, Malala espera poder regresar a su pueblo natal en algún momento. Mientras tanto, se ha dado la tarea de servir de embajadora de la paz y activista de la educación, sobre todo para niñas, cuyas complicadas situaciones de pobreza, guerra u ocupación terrorista les previenen poder asistir a la escuela y recibir una educación.
"One child, one teacher, one book and one pen can change the world", cree firmemente Malala, cuyo nombre significa valentía. La dieciochoañera ha, sin duda alguna, producido un eco en todo el mundo por su dedicación y vocación por luchar por esta causa. Tanto así que se ha reunido con líderes internacionales como el Presidente Barack Obama, el empresario Bill Gates y otros, ha pronunciado numerosos discursos públicos ante entidades reconocidas, ha viajado a localidades tan lejanas como África para conversar con jóvenes estudiantes y motivarlos a no abandonar sus estudios, ha publicado libros que recogen su historia, ha creado una fundación para dar a conocer su obra y continúa defendiendo el derecho a que las niñas obtengan una educación.
Como resultado del impacto de bala que recibió de mano de un atacante del Talibán, Malala no puede mover mitad de su cara, ni escuchar por un oído, además de que su cerebro fue lastimado severamente. Sin embargo, admite no sentir odio contra sus atacantes, sino todo lo contrario. "Islam nos enseña a perdonar", dice. Malala es la personificación de la paz, la valentía, el esfuerzo sobre humano por apoyar una noble y justa causa.
Esta última cita me hace reflexionar también sobre los recientes atentados en París y Beirut y cómo han multiplicado estereotipos en contra del Islam, los refugiados y los musulmanes en general. Las razones detrás de todo este odio, este fundamentalismo y este terror son mucho más profundos y envuelven muchísimos matices y justificaciones políticas y de poder que no todos logramos entender. La historia de Malala debe conocerse, pues a pesar del horror y el sufrimiento que se ha evidenciado tanto en Europa como en el Medio Oriente, existe también una gotita de aliento y esperanza para el futuro. Y esa es Malala.
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Buena Vista Social Club dice adiós

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Anoche se presentó en el Coliseo Roberto Clemente de San Juan, la Orquesta Buena Vista Social Club en su gira "Adiós Tour", un espectáculo que a pesar de ser muy energético y musicalmente brillante, tristemente marca el final de este legado histórico y musical cubano.
En 2014, el grupo cubano de música, Buena Vista Social Club, inició una gira mundial bajo el nombre: Adiós Tour. El reconocido conjunto que obtuvo su nombre de un club de reuniones de tema musical y de baile en la Habana que cerró en la década del 40, conforma un legado de la música cubana de la época dorada conocido por aficionados en todo el mundo. Tanto así que anoche, el show que se presentó en el Coliseo Roberto Clemente, en San Juan, figuró como el espectáculo número 80 de esta gira. A pesar de que la gran mayoría de los miembros originales de este grupo ya han fallecido, la estrella femenina de Buena Vista, Omara Portuondo, quien recientemente cumplió 85 años, prometió que aunque ya no se irá de gira, "seguiré cantando siempre".
Desde la Casa Blanca para una audiencia exclusiva liderada por el Presidente Barack Obama, hasta la prestigiosa Carnegie Hall en Nueva York y otros destinos más lejanos como Nueva Zelanda, Australia, Japón, todo Europa y América Latina- Buena Vista Social Club ha asegurado dejar su huella musical con sencillos tan famosos como: Candela, El cuarto de Tula, Dos Gardenias, Chan Chan, entre otros. Anoche el concierto que duró alrededor de dos horas, fue sin duda alguna, un éxito rotundo y puso a bailar y aplaudir a la multitud que llenó casi a cabalidad el Coliseo Roberto Clemente.
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Buena Vista Social Club ha sido y continúa siendo fuente de inspiración para muchísimos músicos, no solo en la capital donde fue fundado el grupo, sino también para cubanos en el exilio y otros aficionados del compás salsero y rumbón en todo el mundo. Temas como Chan Chan se han tornado casi himnos nacionales de la nación cubana y al visitar las calles adoquinadas de la Habana, en cuyos bares se replican dichas melodías de antaño, pareciera como si estos temas no dejaran de estar a la moda nunca. A pesar de haber dejado sus cuerpos terrestres a principios del siglo 21, miembros icónicos del grupo como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Manuel "Puntillita" Licea, Pío Leyva, y Rubén González, entre otros- continúan diseminando su contagiosa pasión por melodías de salsa, guaguancó, rumba y son cubano.
Hoy, bajo el nombre Orquesta Buena Vista Social Club, otros músicos se han dado la tarea de procurar la inmortalidad del legado de los miembros originales de este conjunto. Eliades Ochoa, un reconocido guitarrista de Santiago de Cuba, es uno de ellos quien anoche se presentó sobre el escenario y deslumbró con su interpretación de "El Carretero". Barbarito Torres, es otro, quien detrás de una pantalla que proyectaba imágenes de la Cuba de antaño y los primeros músicos de Buena Vista, cautivó a la audiencia en este monumental tributo a los miembros originales.
El clímax de la noche se alcanzó con la subida de Omara Portuondo a la tarima. A pesar de la fragilidad de su cuerpo, el espíritu y la voz de esta talentosa cantante, aún no se ha apagado. Sin embargo, entre sus temas Quizás, quizás, quizás Bésame mucho- era innegable sentir un aire de pena y nostalgia, pues es evidente que la presencia de los primeros integrantes de Buena Vista, se desvanece frente a nuestros ojos.
Como bien mencionó anoche el maestro de ceremonia, Silverio Pérez, Buena Vista ha servido de ejemplo, no solo como un grupo musical que ha ubicado los ritmos cubanos y caribeños en el mapamundi para el disfrute de todos los aficionados, sino también como símbolo de unificación y apertura de Cuba para todo el planeta.
¡Es con mucha pena que nos despedimos de este legendario grupo cubano!

Enlaces relacionados:
Buena Vista Social Club (Música en YouTube)

Marciana

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Dicen que la rabia, el desamor, la frustración y otras emociones de exagerada pasión son fuente de inspiración para muchos artistas, quienes encuentran en esos sentimientos encontrados, una musa que les permite crear. En mi caso, no creo arte en el sentido mero de la palabra, sino que escribo viñetas de la realidad que observo y que me exorciza lo suficiente como para no poder ignorarla. Vamos a hablar claro, me siento como una marciana en mi propio país.
Esta mañana en una panadería de Arecibo, en un esfuerzo por ordenar un sandwich que no llevara carne, me topé con una misión casi imposible. No tengo nada en contra de los carnívoros, ya que también he consumido carne durante muchísimos años de mi vida. Sin embargo, en mi nueva etapa de vegetariana (dejé de comer carne durante 10 años hasta el 2010 y ahora he retomado este estilo de vida), he llegado a la conclusión de que adoptar esta dieta va en contra de la puertorriqueñidad. Ser vegetariano, sobre todo fuera del área metro de la isla, equivale a ser marciano. Esta mañana tuve que repetir mi orden cuatro veces, puesto que la cajera no lograba entender que debía excluir la opción de jamón que aparece en la pantalla de la computadora.
-"Deja ponerlo bajo tostada, mejor", me dijo en un inicio. Luego, al intentar ubicar mi emparedado bajo dicha categoría, tampoco logró excluir el dichoso trozo de carne.
-"¿Cómo hago para quitarle el jamón", le preguntó la cajera a su compañera.
-"Llámate al manager para preguntarle, porque nunca he tenido que hacer eso", le contestó.
No existe categoría para los no-carnívoros en esta isla, ni tampoco para los emparedados que no contienen carne. En el cuarto intento por ordenar mi sandwich y a punto de rendirme- decidí tener paciencia.
-"¿Sin jamón, verdad?", me volvió a cuestionar la cajera.
-"Sí", le contesté. "Pero,  ¿quieres pastrami o pavo mejor?", me volvió a preguntar.
-"Lo quiero sin carne, por favor", le contesté, ya evidentemente molesta.
A menudo me parece que vivo en un circo en el que la orden del día son personas que no se alimentan sanamente, ni saben vestirse de un modo decente y de acuerdo a su cuerpo, ni tampoco muestran saber comportarse civilmente. Hablan en tonos altos de voz y decoran cada oración con un "mi amor, mi cielo, mama, mamita". Muchos solo conocen opciones alimentarias que incluyen combos agrandados con papas fritas en aceite animal, refrescos anormalmente enormes con derecho a refill, azúcar en sus mil y una representaciones y ni hablar del consumo de frutas y vegetales, que queda terminantemente excluído del plato.
Personas que procuran un estilo de vida saludable o alterno a la norma, conforman un grupo minoritario en este circo. Casi a diario me encuentro ante personas que al ver mis opciones para el almuerzo, me formulan preguntas como: "¿estás a dieta?", "no rebajes más porque te vas a desaparecer" o, "¿de qué tu padeces? ". Mi padecimiento es querer ser saludable; punto y se acabó. Hago lo que funciona para mí y no pretendo que sea la norma para todos, pero lo que sí me hierve la sangre es sentirme como una marciana constantemente. La noción de la medicina preventiva o de estilos de vida alternativos queda constantemente excluído de la norma o de lo que se establece como normal en este país.
Ante este panorama, me enfrento a la disyuntiva: ¿realmente estaré pidiendo demasiado o seré yo la que en realidad tenga que modificarme? ¿Cómo hago para sentirme parte de esta sociedad sin cambiar mis valores o poner en juego mi salud?
No comer carne o elegir decisiones alimentarias saludables equivale, muy lamentablemente, a ser extraterrestre en esta isla. Me preocupa sobremanera la dejadez y la baja autoestima que padecemos como pueblo. No es de sorprendernos pues, que los hospitales, los CDT y las clínicas mentales o psicológicas se desbordan a diario con multitudes de pacientes y padecimientos crónicos. Tampoco nos debe alertar que ya a los veinte años, existan personas que padecen de condiciones severas como resultado de sus malas decisiones y estilos de vida corrosivos. Que niños sufran de diabetes, que no hayan comido nunca vegetales y peor de todo, que tampoco tengan dónde recurrir a obtener educación sobre esto.
En una sociedad en la que esto sea lo esperado, lo aceptado y el diferente, el que no sigue las normas e intenta vivir su vida de modo alternativo, procurando la salud, queda excluído, ¿qué podemos esperar?

Enseñanzas de Shiva


Una de las primeras cosas que aprendí sobre el hinduismo es la creencia en una trinidad muy poderosa, responsable por todo lo que ocurre en nuestro mundo, nuestras vidas y nuestras futuras reencarnaciones. Me refiero a Trimurti, es decir, tres dioses principales: Brahma (el creador), Vishnu (el preservador) y mi favorito, Shiva, el destructor. En Occidente, estamos acostumbrados a asociar la destrucción con algo negativo, con la carencia, muerte o perdición que deja irremediablemente, un vacío. En India, por otra parte, la destrucción es sinónimo de renacer, de aniquilar algo que ya no sirve o cumple con su función y reemplazarlo por algo nuevo, útil, beneficioso. Sin que ocurra la destrucción, es imposible que se abra el paso a lo nuevo. El desapego, es por lo tanto, uno de los simbolismos principales de la figura de Shiva.

Esto me ha hecho pensar en las relaciones que mantenemos durante el transcurso de nuestra vida. Cuando estaba en la escuela superior, tenía una mejor amiga. Ambas éramos hijas únicas y como siempre estuvimos acostumbradas a buscar la manera de divertirnos solas, éramos también bastante creativas- sobre todo, ella. Se nos ocurrían mil cosas, nos disfrazábamos, hacíamos calendarios juntas, jugábamos, cantábamos, soñábamos y siempre la pasábamos bien. Cuando terminamos la escuela, cada una tomó un rumbo diferente y poco después, nos desconectamos. Un par de veces intentamos reconectar, pero ya no era como antes. Teníamos ahora diferentes intereses y cada cual hizo de su vida lo que había visualizado. Mirando atrás, recuerdo haberme sentido muy mal por pensar que debía hacer mayor esfuerzo para conservar aquella amistad. Llegué a pensar que era incluso mi culpa que ya no fuéramos las amigas que habíamos sido durante tanto tiempo. Sin embargo, por más que intentara enmendar mi relación con ella, ya no teníamos la conexión de antes. Ya no fluía y todo esfuerzo por lograr reestablecer el vínculo del pasado, era pues eso, un esfuerzo en vano. La realidad es que no había nada que enmendar ni corregir, sino que la amistad había dejado de cumplir su función y había pues, llegado a su fin. Ya no era necesaria. Sin apatía ni resentimiento, nos dejamos de hablar por muchos años y abrimos paso a nuevas relaciones que sí tenían razón de ser en ese momento. Algunas duraderas, otras pasajeras.

Ahora, en otra fase de mi vida, también he tenido que desapegarme de muchas cosas- relaciones incluídas, sobre todo amistosas. La destrucción no necesariamente conlleva un proceso tormentoso ni debe implicar recelos ni ataduras forzosas. Muchas veces nos topamos con personas que nos ayudan a aprender lecciones, a crecer o a ver la vida desde otro ángulo. Una vez esa lección ha sido adquirida y puesta en práctica, la relación deja de existir, se desvanece. Y eso está bien. Sin embargo, una desesperada necesidad de aferrarnos, de forzar que las cosas fluyan y tal vez también por no quedar mal con los otros, no nos permite dejar ir y aceptar esa destrucción. ¿De qué sirve atarnos a personas u objetos que ya no nos hacen felices? Al final del día, con quien debemos quedar bien es con nosotros mismos.

Desde que regresé de India he tenido que poner a prueba mi vida y hacer muchos cambios que consideraba beneficiosos y necesarios para mi bienestar. He cambiado mi dieta, mi rutina, mis hábitos y también mis relaciones con otros. Algunas personas no lo entienden o me lo han cuestionado. Es difícil explicar lo que ocurre dentro de nosotros mismos cuando experimentamos esa necesidad de metamorfosis y la realidad es que no existe la urgencia de hacerlo. Quien te respeta y quiere (y de verdad importa), comprenderá que lo haces por tu bien.
El símbolo de Shiva me ha ayudado a asimilar que la destrucción es algo muy bonito y beneficioso y solo a través de ella, podemos dar paso a cosas y relaciones nuevas que nos ayuden a convertirnos en personas más auto-satisfechas. ¿De qué nos sirve forzar una conexión ya muerta? Dejando ir, nos hacemos más libres, y por lo tanto, más felices.

Esta lección me llevó a reconectarme con aquella mejor amiga de la infancia muchos años más tarde. También me ha ayudado a soltar otras amistades que ya no me satisfacen, sin ningún rencor ni resentimiento. Las enseñanzas de Shiva me han hecho comprender que se ha de destruir para que se pueda volver a crear y que un gran paso en todo este proceso, es la aceptación.
Como arquitecto de tu destino, te corresponde solo a ti elegir qué decides entrar en tu vida y a qué le niegas esa entrada. Dicho esto, ¿por qué no permitir el paso solo a aquello que nos hace bien y dejar ir aquello que ya no nos sirve?  Al igual que nuestro clóset requiere deshacernos de piezas de ropa que ya no usamos, nuestras relaciones también prescinden de mantenimiento y de echar a un lado lo que ya dejó de cumplir un propósito. Vive en el presente y regenéralo sin temor, pues lo que fue, tiene permiso de transformar y lo que será, eventualmente llegará sin presión ni fuerza.

Tragicomedia

chente
Anoche presencié el peor show de comedia jamás antes visto. Nunca me había pasado tal cosa. Por lo general, me encantan los stand-ups y hasta los romantic comedies cliché de Adam Sandler, de vez en cuando no hacen daño. Si de comedia boricua se trata, a menudo también frecuento obras de Teatro Breve y me las gozo de rabo a cabo y, hasta su muerte, me reía con los monólogos del aclamado, Luis Raúl. Sin embargo, lo de anoche no es posible ubicarlo en la categoría de buena comedia, sino de bufonada.
Recién haber presentado y llenado a cabalidad su octava función en el Teatro Tapia del Viejo San Juan, el show de Chente Ydrach tenía buena pinta y parecía prometedor. Había escuchado uno que otro podcast de su muy popular programa, Masacote y la verdad es que me llamó la atención su estilo. En conversación con la Lcda. Alexandra Lúgaro, por ejemplo, a pesar de estar medio perdido y no representar para nada a un locutor preparado y orientado a obtener cierta información de sus entrevistados, me hizo reír un montón. Su tono relajado, coloquial y tan calle, aproxima a los entrevistados al oyente y crea un ambiente de confort y familiaridad. Me producían carcajadas sus ocasionales coños y su honestidad le agrega un valor singular a muchas otras entrevistas que se transmiten por radio. Sin embargo, lo de anoche, de ninguna manera fue lo que me imaginaba, ni mucho menos parecido a la opinión positiva que tenía acerca del Chente de Masacote.
A las 7:00pm hizo eco la tercera llamada y un par de minutos después, se encendió el foco principal en tarima. La voz en off de Chente presentó a un personaje que parecía ser un amigo suyo. El treinticincoañero de afro asimétrico, tenis coloridas y camisa estrujada, rápido agarró el micrófono. Ansiosa por escuchar cómo comenzaría el show, le dirigí toda mi atención. En menos de dos minutos había dicho que su mujer era una gran puta, que  tenía sexo con todos, mientras que el no había "chichao en seis meses". Acto seguido escuché una ola de carcajadas de parte del público, formado en su mayoría por adolescentes y prepas universitarios, salvo uno o dos malubicados, en cuyo grupo, me incluía.
Continué concentrada esperando que en algún momento el catchline del "comediante" yaucano me sacara al menos una risita, y... nada. Lo único que escuchaba eran groserías sin ningún tipo de estructura ni lógica y muchas repeticiones de: "tetas", "bicho", "mamar", "chichar". Después, a la vez que iba desabotonándose la camisa (para probar no sé qué cosa) y revelando sus chichos y pecho poco atractivo, producía ruidos sexuales en el micrófono. En un momento dado fingió ser, lo que creo, era un tecato muy drogado. Esperando que se produjera el momento en el que el tipo mostrara indicios de seguir algún tipo de guión o storyline, creatividad u originalidad- lo único que pude percibir fue una historia vergonzosa sobre cómo sus papás nunca chicharon bien.
En ese momento, desesperada, decidí textear a una amiga. No podía comprender cómo todo aquel montón de personas continuaba riéndose de semejante tontería y falta de tacto y prudencia a un nivel herculiano. Me respondió ella diciendo que tuviera paciencia, pues el show de Chente, según la opinión popular, era muy bueno. Decidí hacerle caso y al rato, subió a la tarima la estrella de la noche, con su típico atuendo: gorra de trockero, pelo largo ondulado, suéter bicolor y mahones. Desafortunadamente, a pesar de mi paciencia, poco cambió. Aquello no era un stand-up, sino una tragicomedia. Imposible imaginar que alguien fuera capaz de redactar un guión de semejante atrocidad sin sentido, sin lógica, sin historias que contar ni ironía contagiosa. Lo único que escuchaba era una gritería indescifrable que a menudo soltaba groserías al aire de la mano de un "cabrón mamabicho" o un "puñeta".
Sin embargo, antes de decidir por fin levantarme de aquella silla y abandonar tan bonito Teatro, me inundó una enorme sensación de desilusión, incluso tristeza. Tristeza por pensar que hoy en día se cree que por subir a un escenario y gritar anormalidades incoherentes en un micrófono, la gente se reirá. Que el público es tan poquita cosa que con que sueltes una cadena de malas palabras, seas super dramático y hables en un tono ensordecedor de voz, podrás incluso convertirte en celebridad. Tristeza porque me imaginé que si las paredes del Teatro Tapia fueran humanas, temblarían de asco y pena por haber presenciado en ocho ocasiones tal glorificación del inculto.
Siempre consideré que el humor es un indicio del nivel de intelecto de una persona. No todo el mundo es capaz de entender los doble sentidos, el juego de palabras, los chistes internos, o o el sarcasmo. Producir humor requiere de talento, de ingenio, de creatividad. Lo que presencié hoy fue un insulto a todo eso. Esa misma pena me hizo pensar que el grado de intelecto de todos esos chicos que se encontraban en la sala se limita a hablar de "yales, putas de la 15 con cojones, y cómo chichan tus papás". ¿En serio que con esa porquería se conforman y revuelcan en los asientos?
Así mismo, cogí mi cartera, me di media vuelta y decidí que no sería una espectadora más de aquella tragicomedia. Decidí invertir los próximo quince dólares en comprar dos mojitos para mí y mi acompañante para quitarnos tan mal sabor de la boca. Y fue la mejor idea que pude haber tenido.
 

Indra Devi

  
I just finished a marvelous book titled "The Goddess Pose" about the daring and impetuous life of a woman called Indra Devi. As is common upon reaching the last page of a book you are truly enjoying, I was quickly clutched with a sensation half way between sadness- for it was soon to be over-, and the need to share on Morphologie, how exciting the reading was. For those who have never heard of Indra Devi- and don't feel bad, because for some reason bibliography dedicated to her is scarce- she was among many other things, the woman who helped popularize yoga in the West.
Born in the Latvian city of Riga in 1899 to a teenage Russian aristocrat mother, Eugenia Vassilievna, was unlike any other woman of her time. She was extremely avantgarde and Michelle Goldberg, the author of this superbly well-written biography, recognized Devi's unconventional nature from the start of her writing. In fact, the book is cleverly divided into four parts, each of which is titled according to Devi's identity at that time. Born as Eugenia (Part 1), she continued her life to take the role of Jane (Part 2), a more anglosaxon name to pronounce among her British expat friends during her years in India;  Part 3 is Indra Devi, her yogini name, and finally, Part 4, is Mataji, another word for mother, as many of her students and friends called her during the last phase of her life. 
Indra Devi's life was, without a doubt, fascinating. Far from being peaches and cream, her existence was marked by a great deal of displacement, war, disownment, struggle, solitude, fear, and traumas. Every chapter of her waking hours was characterized by a completely different context, country, mental state, and political and social scenario. Raised under the Russian Empire by her grandparents, she then aspired to become an actress like her mother. Although at the time this profession was frowned upon and often compared to prostitution, Devi managed to make a respectable career for herself, first in Europe, and later on in Hollywood. Faced with the constant need to belong to something and seek spiritual growth and development, she traveled to the East alongside her husband at the moment, who was a Czech diplomat. In India, Devi found her true self and became involved with many important political leaders, such as Nehru and Gandhi- and eventually also received training in the discipline and philosophy of yoga with gurus, such as Krishnamacharya. Important to mention is the fact that at the time (contrary to nowadays), yoga was a practice reserved exclusively for men. No foreigners, and much less so women were admitted to teachings. However, Devi with the help of her diplomatic connections and charismatic personality (probably also her stubbornness), achieved what no one else did: to be trained by one of India's most notorious gurus.
During her first encounters with yoga, Devi wrote: "The discipline of paying attention to the habitual way your thoughts unfold, to the familiar grooves of your mind, seemed like cognitive therapy, but cheaper. I loved that I could find psychological solace and a workout at the same time."  
As I mentioned earlier, Devi adopted several identities throughout her lifetime, and never struggled with the idea of grasping to the past. On the contrary, one of her life mottos was detachment, which some could argue, she took to another level, practically disconnecting from anything that got in the way of her absolute freedom. Although she was married twice, Devi never had any children or even really longed for them.  Her true platonic love and aspiration was her mother, but because she had abandoned her as a child to pursue an acting career, this is possibly the reason Devi adopted her philosophy of un-attached love from such an early age. 
The book is not only a great bibliographical account of Indra Devi's life, but also a great contribution to the history of yoga itself, from its growing popularity in Kremlin Moscow in the 1900's, to its influence on the esotherical movements such as the Theosophical and Anthrosophy societies around Europe, Nazi ideology ("heavily emphasized bodily purity through diet, rhythmic gymnastics, homeopathic medicine"...) to New Age movements in the U.S decades after,  and the development of modern yoga in India with gurus such as Krishnamacharya, Vivekananda, and later on, Patthabi Jois and B.K.S. Iyengar. 
After all, Devi's historical accounts encompassed 102 years of great political, social, cultural and spiritual revolutions. Throughout her life she struggled with bureacracy, restlessness, fear, and instability. Her early years were marked by war- although her privileged position as an aristocrat together with her good manners, luck, and charisma helped her to stay unscarred. Moreover, her ability to remain untouched in spite of upheaval and calamity alongside her passion and discipline for yoga, not only characterized her, but also honored her with a long and rewarding life. As the author writes: "she had a pilgrim soul and could find peace anywhere on earth."
She viewed yoga as a method for improving oneself, as a type of self-psychoanalisis which she took very seriously. Adopting a vegetarian diet since the 1920's, Devi was adamant about eating "cadavers" or  "dead food." She cherished her independence above everything else and was focused on her spiritual development, and later on on teaching and disseminating the lessons shared to her by her gurus. She lived in the present moment, often ignoring and covering up the scars and people of her past. She was gentle mannered, but had a fierce and stubborn personality, who few people were able to tame. She truly believed  in yoga and its benefits for humankind, and the truth is, that we in the West know and receive yoga's benefits in part too because of this woman, who was one of the pioneers in spreading the yoga movement, although continues to remain unknown to the great majority. 
  

Silent Baba

  
Uno de los personajes más interesantes que conocí durante mi reciente estadía en India fue Silent Baba. Aunque ha transcurrido ya semana y media desde que regresé a Puerto Rico, la huella que dejó este ser humano en mí, aún perméa. Lo conocí una noche en un restaurante tailandés que quedaba cerca de nuestra residencia en Bhagsu (Himachal Pradesh, India). Estaba sentado en la mesa con nuestras maestras de la escuela de yoga. Una vez ellas cenaron y se marcharon, Silent Baba acaparó mi atención por completo. Primero por su colorido y atractivo atuendo. Vestía una camisa color oro con algunos residuos de escarcha, un sarón llevaba amarrado a la cintura que le llegaba casi a los tobillos, unos dreadlocks bicolores adornaban su cabeza y muchos collares, pulseras, sortijas y otra bisutería colgaba de sus muñecas, cuello y dedos. El primer contacto fue una sonrisa, ese gesto que no merita de traducción ni de gran justificación. Casi de inmediato, Baba se acercó a la mesa que compartía con una docena de mis amigos internacionales, que también hacían el curso de yoga conmigo. 
Se me sentó al lado y haciendo diferentes sonidos y murmullos con la boca intentaba comunicarme algo. Me pareció raro que no hablara y de primera instancia solo supuse que era sordo mudo. Rápido, al ver que no le entendía, agarró una servilleta del centro de la mesa, sacó su bolígrafo que siempre lleva en el bolsillo de su camisa, y se puso a escribir. "I am Silent Baba", leía el mensaje. "I haven't spoken a word in three years".
Con una cara de aturdimiento me di cuenta que había errado en mi suposición inicial y que no padecía de ninguna aflicción de salud, sino que su silencio era por elección propia. Resulta que en el 2012, Silent Baba hizo un voto de silencio de doce años y se encontraba apenas a una tercera parte de su camino. A pesar de compartir mucho tiempo con Baba, nunca llegué a profundizar en muchos aspectos de su vida ni conocer su historia por completo. En cierto modo ese aire de desconocimiento y misticismo era precisamente lo que me atraía a este personaje. 
En India, aún existe y perméa en cada aspecto de la vida cotidiana, el sistema de castas que dividé por estratificación social a cada miembro del país en cinco grandes grupos: brahmanes (sacerdotes), chatrías (políticos), vaishias (comerciantes, artesanos y campesinos), shudrás (esclavos y obreros) y por último, parias/dalits que son los intocables (se consideran por debajo del sistema de castas y sufren de un discrimen atroz). Sin embargo, yo añadiría a este modelo tradicional, una nueva categoría: los sadhus u hombres sagrados, a quien comúnmente se les llama Baba.
Un sadhu es lo equivalente a un asceta hindú o monje que hace ciertos votos, entre ellos la penitencia, la austeridad y la pobreza, en un intento de obtener la iluminación. Los sadhus practicamente renuncian a todos los vínculos que les unen a lo terrenal o material y se dedican a la meditación. Por lo general, un sadhu vive dentro de la sociedad, pero intenta ignorar y alejarse de los placeres y dolores humanos. Imitan a su dios Shiva, el principal de los ascetas, se pintan tres rayas en la frente e intentan destruir las tres impurezas y debilidades humanas: egoísmo, deseo y maya, o ignorancia. Muchos como Silent Baba viven o pasan mucho tiempo en contacto con la naturaleza, en cuevas, bosques o templos. En la sociedad india los sadhus son altamente respetados e incluso venerados. Se les donan alimentos y otras necesidades con habitual frecuencia.
A Silent Baba no parecía que le faltara nada. Siempre sonreía, se comunicaba aunque fuera por medio de servilletas y tinta y no con la voz y compartía con muchas personas, tanto locales como extranjeros. Todos le conocían. En los cafés, le donaban siempre chai (té), tabaco y platos de comida. Sin embargo, un día me enteré que la historia de Silent Baba no fue siempre tan color de rosa. Parece que en el pasado era muy problemático, e incluso violento. A menudo se peleaba con las personas y buscaba conflicto. Un par de veces hasta lo botaron de lugares públicos y le impedían que regresara. ¿Habrá sido su voto de silencio una manera de auto-corregirse? ¿Habrá obtado por el sigilo para silenciar esos impulsos? Son preguntas que no podré nunca saber a ciencia cierta. Lo que sí me pone a pensar el caso de Silent Baba es sobre cómo nosotros en occidente lidiamos con nuestros conflictos, traumas y problemas personales. En lugar de buscar las soluciones dentro de nosotros mismos, acudimos casi siempre a "curas" externas. Nos medicamos con muchas pastillas, le pagamos a un psicólogo o consejero para que nos escuche, nos ahogamos en vicios y placeres: comer, beber, ir de compras, consumir drogas y escapar de los problemas.
De más está decir que en viajes a oriente, sobre todo a países como India, se aprende muchísimo, y más que nada, acerca de uno mismo. Si queremos obtener resultados diferentes y ver mejoras en nuestra salud física, mental y emocional, prescindimos hacer cambios en nuestros hábitos y rutinas. Alterar nuestra dieta, nuestra mente y las relaciones que mantenemos con otros comstituye el inicio de este proceso. Así mismo como hizo Silent Baba, optar por la mudez y silenciar nuestras mentes de distracciones externas para enfocarnos en aquello que deseamos obtener es uno de esos caminos que encierra muchas soluciones a nuestra vida. 
  

Sin traducción

  Me encantan los aeropuertos, los aviones y las ciudades nuevas como punto de partida para desarrollar nuevas historias. En los aviones y aeropuertos sobre todo, se puede observar de cerca el comportamiento tanto individual como colectivo de una cultura, una etnia, un país. 
Los boricuas solemos ser escandalosos en estos escenarios. Aplaudimos cuando aterriza cada avión. Nos encanta cargar con muchos "motetes", maletas enormes y empacar "light" no es lo nuestro. Solemos también viajar en grupos, hablamos alto, nos hacemos escuchar. Los indios, por su parte, también se hacen sentir, pero de un modo muy diferente. 
Me encuentro en estos momentos a bordo de un vuelo de la Transaero, una aerolínea rusa. Despegamos Nueva Delhi y vamos en el aire rumbo a Moscú. A mi lado, un grupo de indios, todos hombres. Algunos llevan turbantes y una sola pulsera delgada en la muñeca derecha, dos símbolos que ponen en evidencia su fé sij de modo inoculto. Muchos visten mahones y camisas a cuadros o t-shirts. Hablan simultáneamente y en tonos de voz altos. Mueven mucho las manos y se tocan entre sí, haciendo gestos con los hombros, las cabezas, los torsos. El afecto entre personas del mismo sexo es bastante común en India. 
Las mujeres, por otra parte, escasean. Desde aquí no veo a ninguna. Será porque el lugar de muchas mujeres indias no es un avión, sino la casa. Será por esa misma razón que estos hombres me miran confusos y no me quitan los ojos de encima desde hace un tiempo.
Hace horas, cuando cada quien encontraba su asiento asignado y ubicaba su equipaje de mano en los compartimientos, estos grupos de hombres, en lugar de hacer lo mismo, buscaban conversación. Se alternaban los asientos y taponaban los pasillos. Todo en busca de un compañero para hablar. Uno incluso, sin mirar, se me sentó al lado, sin importar que no fuera su asiento y comenzó a buscar pleito con otro hombre al costado. El avión parece ser para ellos lo equivalente a una plaza pública donde se discuten temas de economía, política, quien sabe si incluso de religión, problemas en el trabajo o la familia. 
Los indios en este vuelo ocupan dos terceras partes de la embarcación. La otra se divide entre israelitas viajeros que regresan a su tierra y unos pocos rusos que estuvieron también peregrinando por India. A esos no se les siente. Permanecen mudos, dormidos o desinteresados. Solo hay espacio para las conversaciones de estos hombres sij. 
Un vuelo, muchas culturas y ningún punto medio. Aquí nadie se entiende. Para comenzar, las revistas de Transaero son todas en ruso y sin traducción. Las películas, igual. Las azafatas apenas pueden comunicarse con los pasajeros por no hablar inglés. La comida que sirven no sabe si considerarse india, rusa o incluso, alimento. A bordo de esta nave después de mes y medio peregrinando por las Himalayas, me encuentro tan aturdida como todos los presentes. Los indios por confundir el aire con un recreo, los israelitas porque tienen que rehacer sus vidas después de haber cumplido el servicio militar obligatorio y luego un viaje por Oriente, los rusos que son minoría en su propia aerolínea y yo- que no me ubico en ninguna categoría. 
Simplemente me he perdido la traducción y el diccionario cultural de lo que sucede en este microcosmos.
Inhalo, exhalo. Miro a mi alrededor y sonrío, porque eso sí que no prescinde de una traducción.
  

Himalayan Festival of Arts and Literature

 
Ayer por primera vez en la historia, en un cafecito precioso lejos de todo y enclavado en las montañas de Mcloed Ganj en India, se reunieron una docena de artistas, investigadores, poetas, músicos, invitados y otros exponentes de la cultura himalaya que conforma la zona india de Himachal Pradesh y el Tíbet- para celebrar el Himalayan Festival of Arts & Literature. El evento recogió donativos destinados a niños pobres, materiales escolares y voluntariados con refugiados tibetanos. Organizado por la Independent Media Foundation India, una ONG que fomenta el desarrollo de medios independientes, arte, literatura y la publicación de textos- el evento se llevó a cabo en Illiterati Cafe, un espacio super acogedor tipo biblioteca que reúne una enorme variedad de interesantes libros sobre India de todo tipo de temas: geografía, cultura, kama sutra, historia, yoga, tantra, mitología, etc. Su dueño es un belga que lleva alrededor de veinte años residiendo en esta región de la India. El espacio combina tanto libros como un interesante y auténtico menú de platos indios, italianos y ricos teces a base de azafrán y otras especias exóticas. 
Acudí al evento con una amiga de Suiza, la única que aún permanece en India como yo después de haber culminado el curso de yoga con otros cuarenta y dos participantes. Para mi sorpresa, una vez entramos al café, vislumbré a mis dos amigos tibetanos, a quien dediqué la última entrada de este blog. Resulta que Ten Phun, uno de ellos, recitaría dos poemas de su más reciente libro The Wanderers al público presente. La experiencia fue surreal y muy emotiva, pues cada verso que recitaba sobre la experiencia tibetana, los monjes que se auto-inmolan a nombre de su lucha no-violenta y la importancia de la compasión en su ideal budista fueron capaces de aguar los ojos de muchos de los presentes, incluyéndome. 
Otro de los invitados fue John Bellezza, un estadounidense que reside aquí y es autor y arqueólogo, quien habló sobre la antigüedad de la cultura tibetana que oscila los 35,000 años. Mencionó además las riquezas de Himachal Pradesh y su atractivo para temas de investigación. Por último, enfatizó la importancia de preservar las antiguas culturas tribales de esta zona y sobre los peligros de la globalización. 
Además de estos eventos, también hubo presentaciones musicales, charlas sobre el medio ambiente, yoga, espiritualidad, cultura y temas afines.
¿Qué aprendí y quiero compartir?
La palabra Dharamsala es sinónimo de refugio, un lugar de descanso para los peregrinos, los monjes y los refugiados. Y también para muchas personas aquejadas y atormentadas por sus vidas. De la misma manera en que es un lugar de sanación, también existe mucha perdición, pues hay muchos otros que no se interesan por enderezar sus vidas y andan perpetuamente desorientados por estos montes. 
Dalai Lama significa "océano de sabiduría".  Además, el 14no Dalai Lama lleva mayor parte de su vida residiendo en India que en el Tíbet. Posiblemente haya comido más daal (lentejas indias) que momos (empanadas tibetanas).
En el budismo no existe un dios creador, a diferencia de las principales religiones monoteístas. Buda jamás se refirió a sí mismo como Dios. Una de sus enseñanzas más conocidas es: Los deseos son la raíz de todo sufrimiento. ¡Medítalo!
Las Himalayas son el mayor centro espiritual y de sanación de India. Aquí se albergan cientos de escuelas de yoga, ayurveda y otras prácticas terapéuticas, que se consideran un importante recurso de "soft power" para esta nación. Muchos (no todos) de estos recursos son puro negocio y trampas para los turistas. 
A diferencia de occidente, en India cuando se practica yoga, los asanas (posturas) forman solo una pequeña porción de esta filosofía. Si uno se enfoca solo en las posturas, se ignora el resto del proceso, a la vez que disminuye el potencial de nuestro propio crecimiento. 
Por último, tres claves del budismo tibetano que deben servir de base para cualquier persona son las siguientes: compasión, reflexión y acción. La sabiduría, además, se adquiere mediante la compasión y empatía hacia otros. 

Wanderers

  
Ever since I started planning my trip to Dharamsala and began reading and researching this region of the Himalayas, I immediately knew that everything regarding Tibetan refugees and related topics, interested me. "Dharamsala days, Dharamsala nights", was the only reference book I had read on the matter and after being here for a month, I figured it was time to start interviewing and meeting people who could make me feel more familiar to this population and their reality. Yesterday as I walked around McLoed Ganj- the town adjacent to Bhagsu where the headquarters of the Tibetan Government in exile stands- my wish finally came true. In a restaurant on a hill nearby the temple and residence of the Dalai Lama, I met three Tibetan refugees, more or less my age.
Initially they were sat outside enjoying one of the few dry days of monsoon season. Later on a cooker with a boiling soup was placed on the opposite end of the long table where my friends and I were sat down inside the restaurant. Shortly after one of the waitresses brought out several plates with fresh veggies, raw meat and other seasonings and placed it alongside the other dishes. The Tibetans walked inside and sat next to us on the table on the floor surrounded by pillows. They began adding the veggies and the meat, stiring the concoction, and anxiously waiting for it to cook. They had big smiles and grinned and laughed often. I asked them what they were preparing and immediately, Ten Phum, the most outspoken of the three, who calls himself a "surviving actor", began explaining that it was a Chinese spicy dish considered by some to be "addictive and delicious". The other two guys were Ten Phum's childhood friends, also Tibetan refugees: Ten Top, a designer who completed his studies in South Korea, where he was offered a scholarship, and Tenzin Tsewang, a filmmaker who studied in Delhi. 
As the meal was consumed, the conversation began flowing and I soon decided I was interested in their story and  what they had to say. Ten Phum, began telling me how he arrived to India through the Himalayas from Tibet with his aunt, when he was eleven. Because of the fact visas at that time were only granted to people over the age of 18, "during certain checkpoints, I had to cover under blankets and hide". Even so, he considers being fortunate in comparison to others who are detained, encarcerated and even tortured by Chinese authorities if caught during this exodus journey. Although Ten Phum has not seen the rest of his family since the moment he left, for they all remain back in Tibet, he contacts them by phone once in a while. "Half of my heart is in Tibet, and the other half is here", he says. "I don't want to go back even though I miss them".
When I ask him more about his family, Ten Phum reaffirms that he doesn't really consider having a family, other than his childhood friends. These three friends who met while attending classes in a Tibetan boarding school in McLoed, not only share a similar story, but now also work on creative projects together. Their mission is clear. They wish to share their life stories and for their land to be free from Chinese occupation once again. Because Tibetans face harsh censorship and are unable to voice their opinions in their own country, these three friends use art as a vehicle to spread their message of love and compassion as young political refugees in India. "I just want to make people in Tibet happy and proud. I wish humanity in general were free. Many of us have lost our sensibility and through my message I hope to change this", says Ten Thop. 
Their most recent collaboration is inspired by a poetry book Ten Phum wrote in English. "The Wanderer" is based on the spiritual journey of the main character who is seeking his true path in life. Thanks to the sponsorship of tourists and foreign entrepreneurs, the book will finally be published and presented this Friday in McLoed. Ten Phum is obviously thrilled and has gone to explore other creative projects in film together with Tenzin. They are currently finishing the script in order to film a movie based on the same book. 
Ten Phum, Ten Top, and Tenzin's stories are inspiring. Even though their lives have been filled with constant struggles, the need to detach from their families and culture, and in many cases face discrimination for their permanent status as Tibetan refugees- they hold no anger or resentment. "Should I say thank you to India or use my efforts to share my message with Tibet?", says Ten Phum. These three guys, who consider themselves outsiders in both India and their own countries, are no different from the majority of people their age.
As the afternoon unfolds and we continue to share stories and experiences, I soon realize that in spite of our differences, at the end of the day, we are all quite similar. We all wish for the same. We are all wanderers. And we all hope our efforts will lead us to the path of our own spiritual journey. 

Al unísono

  Los monjes mecen sus torsos repetidamente de alfrente hacia atrás en señal de que están memorizando mantras. La mayoría son jovencitos que han optado por dedicar sus vidas durante algunos años al estudio del budismo. Algunos se encuentran dentro del templo vestidos en largas batas color vino y sentados con piernas cruzadas, leyendo libros. Otros estudian profundamente. Repiten cada verso escrito a mano en sus cuadernos en un tono tan monótono que hace vibrar el monasterio como un enorme zumbador. En un salón pequeño en el ala posterior del templo otro grupo de monjes toca música a puerta cerrada. Retumban platos, hacen movimientos circulares sobre instrumentos metálicos y el escándalo que producen le da un toque cacofónico al zumbido que se siente en el resto del espacio. Al unísono cantan, producen sonidos, estudian, embotellan conocimiento, historia y mito. Entran en un leve trance y como visitante, es también difícil no dejarse llevar por la energía. 
Largos y delgados cojines color malva trazan diagonales a lo largo del interior del templo.  Sobre ellos, monjes, visitantes y huéspedes descansan sus mojados cuerpos a causa del monzón. Aquí es fácil cerrar los ojos y alcanzar un cierto grado de meditación. Desde luego, por el momento prefiero dejarlos abiertos para continuar observando. Solo existen colores brillantes en este mundo. El techo, adornado con banderas rojas y pinturas tibetanas, tiene un borde trazado en oro. El Buda, también en oro, vigila desde una ventanilla de cristal al fondo de todo, acompañado de otras deidades y fotos de los descendientes del Dalai Lama. Además del interior, la fachada del edificio arropada en verdor y campos, te aproxima a otro mundo. Un retiro mágico, espiritual, lejos de todo. Al unísono.
Me encuentro en el templo de la Gyuto Tantric University en una localidad cerca de Dharamsala, en el extremo norte de la India, cerca de Tibet. Este lugar tan místico se fundó en el año 1993 y el día exacto concuerda con la luna llena del calendario lunar tibetano. Aquí jóvenes tibetanos, la mayoría refugiados, vienen a estudiar budismo, meditación y otras prácticas metafísicas provenientes de su tierra. Aprendí en el curso de yoga que hago, que tántrico, a diferencia de la connotación sexual que se le suele agregar, significa otra cosa muy diferente. Tántrico se refiere a la acción de ahorrar energía. Según esta creencia, se considera que toda energía puede ser utilizada para propósitos espirituales y, que por lo tanto, debemos ahorrar impulsos de hacer lo contrario. La clave del budismo tibetano es la moderación y el auto-control. Estas dos vías permiten aproximarse al auto-estudio, la meditación y la austeridad. Además, se cree que todos las personas tienen la capacidad de alcanzar un grado de iluminación, así como el Buda. 
Mientras tanto decido que ahora sí quiero cerrar los ojos. Me siento sobre un cojín, también con piernas cruzadas y me enfoco en los sonidos que escucho a mi alrededor. Campanas, platos y metales que se chocan entre sí. El zumbido de los mantras. La lluvia que cae afuera. Todo un trance. Al unísono. 

Una mirada al mundo