El periódico mañanero


Me levanto hoy como todas las mañanas a leer las noticias de mi país. Antes del café, antes de todo, mi Ipad ya está sintonizado con la versión electrónica de El Nuevo Día, periódico principal de Puerto Rico. Muchas veces pienso que no es una buena manera de comenzar la mañana, pues rara es la vez que se encuentra alguna noticia positiva o inspiradora. Sin embargo, mi rutina no cambia, pues antes de ser periodista, soy ciudadana y considero una gran responsabilidad saber lo que ocurre en nuestro entorno, aún estando a miles de kilómetros de distancia.

Desde anoche la noticia que inundaba los medios era la del secuestro de un niño de un año a manos de su padrastro, en el pueblo de Vega Baja. Los detalles o motivos para cometer tan horroroso crimen aún se desconocen. Aparenta ser un acto de venganza y tortura hacia la madre de la criatura. Es una noticia que a pesar de ser igual de alarmante que los asesinatos, crímenes de odio, accidentes u otros sucesos que se producen en mi país, me provoca una sensación un poco diferente- de mayor repudio. Ya las víctimas de estos actos criminales no se reducen únicamente a narcotraficantes o delincuentes. Ahora hemos pasado a atacar a los más débiles: los niños.

Pronto cumplo tres años de mi estancia en Polonia, donde no ocurre ni una centésima parte de los actos homicidas y perversos que acontecen en mi isla. Aquí muy rara la vez se reportan asesinatos, balas perdidas o muertes por narcotráfico. Los crímenes se limitan a actos de vandalismo o algún borracho que se pone violento con otro. Justo ahora estoy cubriendo una unidad sobre crimen con mis alumnos y para no asustarlos, intento no proveer ejemplos de las atrocidades que ocurren en Puerto Rico. Ellos están muy ajenos a ese entorno. Ese mundillo que aunque gracias a Dios nunca me ha tocado muy de cerca, por ser puertorriqueña, lo conozco. He sentido miedo, he temido por la seguridad de mis seres queridos, he sido asaltada y amenazada con una cuchilla, he sabido tener que- en un sinnúmero de ocasiones- subir las ventanas de mi auto en los semáforos rojos por no saber si la sombra que tengo enfrente es capaz de hacerme daño. Asimismo, tengo amigos que han sido apuntados con armas de fuego, otros cuyos familiares han sido asesinados. También mi madre en alguna ocasión, mientras conducía, recibió impactos de bala en su carro, que agraciadamente no produjeron ningún detrimento aparte de lo estético.

No sé exactamente qué quiero decir con todo esto o incluso si tenga un objetivo fijo escribiendo esta entrada en mi blog. Me preocupa significativamente la situación de mi país. Mucha gente no entiende por qué vivo tan lejos y posiblemente esto tenga algo que ver con ello. Es deprimente abrir el diario y encontrar solo atrocidades que se cometen, y ahora incluso, ante los más débiles.

Algo tiene que cambiar. Ese bebé tiene que aparecer, pronto y sano. Y un mejor Puerto Rico, donde los niños puedan correr bicicletas en la calle libremente, las familias puedan disfrutar de espacios públicos al aire libre sin tener miedo y los jóvenes profesionales como yo y tantos otros, puedan conseguir buenos trabajos, compartir de cerca con sus familias y construir un futuro en PAZ, ARMONíA y BIENESTAR.

No es un sueño imposible, ¿verdad?

Gente

Un país no lo define su historia. Ni su geografía. Ni su belleza natural o lugares de interés. Mucho menos su lengua. Lo define su GENTE. Así es. Los seres humanos que coexisten con nosotros en este planeta delimitan y proporcionan (o arrebatan) vida a cada rincón que nos rodea. Por lo menos eso creo yo. Los catorce años que llevo dándole la vuelta al mundo me lo han comprobado.

 Mantengo infinitos recuerdos en lugares verdaderamente feos, muy pobres y descoloridos donde me sentí en el paraíso. La gente que me rodeaba era realmente maravillosa. Cuando viví en Lima por ejemplo, recuerdo las tardes grises, desérticas y polvorientas, de panoramas verdaderamente tristes. Sin embargo, mi alma siempre sonreía. Tenía los mejores amigos que había conocido en un parque cercano al vecindario de Surco. En las tardes después de trabajar como voluntaria en la escuela Fe y Alegría del pueblo jóven de Villa el Salvador (Información sobre la escuela), venían a recogerme en un Volkswagen viejo. Eran como ocho y no sé cómo hacíamos para caber todos en aquél vehículo tan pequeño. Algunas veces íbamos al litorial en el sur de la capital, donde un amigo tenía una casa de playa. La mayoría de los encuentros, sin embargo, se producían en el Parque de las Ardillas, cerquita de nuestras residencias. No era que hiciéramos gran cosa. Bastaba con hablar, contar o escuchar historias y dejar fluir. 

No recuerdo Lima como un lugar bonito en el sentido estético, sin embargo en mi memoria lo evoco como uno precioso. El sentido de humor de la gente era contagioso. Le ponían sobrenombres a todos y a todas. Aún con poco dinero, no nos faltaba nada. Siempre había sonrisas y buenos ratos. Mis memorias de ese lugar, y diría que de practicamente todos los países donde he vivido, provienen de la misma fuente: la GENTE.

Ahora todo ha cambiado. No ha sido por elección propia, eso está claro. En los casi tres años que llevo aquí la mayoría de los recuerdos que mantengo son positivos, pero no provienen de esa raíz. Han sido más bien relacionados a mi profesión o a logros que me he propuesto y los he alcanzado, pero tienen poco que ver con las personas. Y ahora que ya he llegado a la cima de esta etapa, me siento a reflexionar y me pregunto, ¿con quién compartiré todo esto? ¿Donde están los equivalentes a mis amigos limeños? ¿Y el Volky? 

Tristemente, nunca existió. Intento encajar, intento fluir, intento conectar. Pero no se da. Hay fricción, malos entendidos y mucha frustración. También soledad. No se producen encuentros casuales como aquél en el Parque de las Ardillas limeño. Es otra cultura, otra gente y por más que intente, no la logro entender.


Una mirada al mundo