Enseñanzas de Shiva


Una de las primeras cosas que aprendí sobre el hinduismo es la creencia en una trinidad muy poderosa, responsable por todo lo que ocurre en nuestro mundo, nuestras vidas y nuestras futuras reencarnaciones. Me refiero a Trimurti, es decir, tres dioses principales: Brahma (el creador), Vishnu (el preservador) y mi favorito, Shiva, el destructor. En Occidente, estamos acostumbrados a asociar la destrucción con algo negativo, con la carencia, muerte o perdición que deja irremediablemente, un vacío. En India, por otra parte, la destrucción es sinónimo de renacer, de aniquilar algo que ya no sirve o cumple con su función y reemplazarlo por algo nuevo, útil, beneficioso. Sin que ocurra la destrucción, es imposible que se abra el paso a lo nuevo. El desapego, es por lo tanto, uno de los simbolismos principales de la figura de Shiva.

Esto me ha hecho pensar en las relaciones que mantenemos durante el transcurso de nuestra vida. Cuando estaba en la escuela superior, tenía una mejor amiga. Ambas éramos hijas únicas y como siempre estuvimos acostumbradas a buscar la manera de divertirnos solas, éramos también bastante creativas- sobre todo, ella. Se nos ocurrían mil cosas, nos disfrazábamos, hacíamos calendarios juntas, jugábamos, cantábamos, soñábamos y siempre la pasábamos bien. Cuando terminamos la escuela, cada una tomó un rumbo diferente y poco después, nos desconectamos. Un par de veces intentamos reconectar, pero ya no era como antes. Teníamos ahora diferentes intereses y cada cual hizo de su vida lo que había visualizado. Mirando atrás, recuerdo haberme sentido muy mal por pensar que debía hacer mayor esfuerzo para conservar aquella amistad. Llegué a pensar que era incluso mi culpa que ya no fuéramos las amigas que habíamos sido durante tanto tiempo. Sin embargo, por más que intentara enmendar mi relación con ella, ya no teníamos la conexión de antes. Ya no fluía y todo esfuerzo por lograr reestablecer el vínculo del pasado, era pues eso, un esfuerzo en vano. La realidad es que no había nada que enmendar ni corregir, sino que la amistad había dejado de cumplir su función y había pues, llegado a su fin. Ya no era necesaria. Sin apatía ni resentimiento, nos dejamos de hablar por muchos años y abrimos paso a nuevas relaciones que sí tenían razón de ser en ese momento. Algunas duraderas, otras pasajeras.

Ahora, en otra fase de mi vida, también he tenido que desapegarme de muchas cosas- relaciones incluídas, sobre todo amistosas. La destrucción no necesariamente conlleva un proceso tormentoso ni debe implicar recelos ni ataduras forzosas. Muchas veces nos topamos con personas que nos ayudan a aprender lecciones, a crecer o a ver la vida desde otro ángulo. Una vez esa lección ha sido adquirida y puesta en práctica, la relación deja de existir, se desvanece. Y eso está bien. Sin embargo, una desesperada necesidad de aferrarnos, de forzar que las cosas fluyan y tal vez también por no quedar mal con los otros, no nos permite dejar ir y aceptar esa destrucción. ¿De qué sirve atarnos a personas u objetos que ya no nos hacen felices? Al final del día, con quien debemos quedar bien es con nosotros mismos.

Desde que regresé de India he tenido que poner a prueba mi vida y hacer muchos cambios que consideraba beneficiosos y necesarios para mi bienestar. He cambiado mi dieta, mi rutina, mis hábitos y también mis relaciones con otros. Algunas personas no lo entienden o me lo han cuestionado. Es difícil explicar lo que ocurre dentro de nosotros mismos cuando experimentamos esa necesidad de metamorfosis y la realidad es que no existe la urgencia de hacerlo. Quien te respeta y quiere (y de verdad importa), comprenderá que lo haces por tu bien.
El símbolo de Shiva me ha ayudado a asimilar que la destrucción es algo muy bonito y beneficioso y solo a través de ella, podemos dar paso a cosas y relaciones nuevas que nos ayuden a convertirnos en personas más auto-satisfechas. ¿De qué nos sirve forzar una conexión ya muerta? Dejando ir, nos hacemos más libres, y por lo tanto, más felices.

Esta lección me llevó a reconectarme con aquella mejor amiga de la infancia muchos años más tarde. También me ha ayudado a soltar otras amistades que ya no me satisfacen, sin ningún rencor ni resentimiento. Las enseñanzas de Shiva me han hecho comprender que se ha de destruir para que se pueda volver a crear y que un gran paso en todo este proceso, es la aceptación.
Como arquitecto de tu destino, te corresponde solo a ti elegir qué decides entrar en tu vida y a qué le niegas esa entrada. Dicho esto, ¿por qué no permitir el paso solo a aquello que nos hace bien y dejar ir aquello que ya no nos sirve?  Al igual que nuestro clóset requiere deshacernos de piezas de ropa que ya no usamos, nuestras relaciones también prescinden de mantenimiento y de echar a un lado lo que ya dejó de cumplir un propósito. Vive en el presente y regenéralo sin temor, pues lo que fue, tiene permiso de transformar y lo que será, eventualmente llegará sin presión ni fuerza.

Tragicomedia

chente
Anoche presencié el peor show de comedia jamás antes visto. Nunca me había pasado tal cosa. Por lo general, me encantan los stand-ups y hasta los romantic comedies cliché de Adam Sandler, de vez en cuando no hacen daño. Si de comedia boricua se trata, a menudo también frecuento obras de Teatro Breve y me las gozo de rabo a cabo y, hasta su muerte, me reía con los monólogos del aclamado, Luis Raúl. Sin embargo, lo de anoche no es posible ubicarlo en la categoría de buena comedia, sino de bufonada.
Recién haber presentado y llenado a cabalidad su octava función en el Teatro Tapia del Viejo San Juan, el show de Chente Ydrach tenía buena pinta y parecía prometedor. Había escuchado uno que otro podcast de su muy popular programa, Masacote y la verdad es que me llamó la atención su estilo. En conversación con la Lcda. Alexandra Lúgaro, por ejemplo, a pesar de estar medio perdido y no representar para nada a un locutor preparado y orientado a obtener cierta información de sus entrevistados, me hizo reír un montón. Su tono relajado, coloquial y tan calle, aproxima a los entrevistados al oyente y crea un ambiente de confort y familiaridad. Me producían carcajadas sus ocasionales coños y su honestidad le agrega un valor singular a muchas otras entrevistas que se transmiten por radio. Sin embargo, lo de anoche, de ninguna manera fue lo que me imaginaba, ni mucho menos parecido a la opinión positiva que tenía acerca del Chente de Masacote.
A las 7:00pm hizo eco la tercera llamada y un par de minutos después, se encendió el foco principal en tarima. La voz en off de Chente presentó a un personaje que parecía ser un amigo suyo. El treinticincoañero de afro asimétrico, tenis coloridas y camisa estrujada, rápido agarró el micrófono. Ansiosa por escuchar cómo comenzaría el show, le dirigí toda mi atención. En menos de dos minutos había dicho que su mujer era una gran puta, que  tenía sexo con todos, mientras que el no había "chichao en seis meses". Acto seguido escuché una ola de carcajadas de parte del público, formado en su mayoría por adolescentes y prepas universitarios, salvo uno o dos malubicados, en cuyo grupo, me incluía.
Continué concentrada esperando que en algún momento el catchline del "comediante" yaucano me sacara al menos una risita, y... nada. Lo único que escuchaba eran groserías sin ningún tipo de estructura ni lógica y muchas repeticiones de: "tetas", "bicho", "mamar", "chichar". Después, a la vez que iba desabotonándose la camisa (para probar no sé qué cosa) y revelando sus chichos y pecho poco atractivo, producía ruidos sexuales en el micrófono. En un momento dado fingió ser, lo que creo, era un tecato muy drogado. Esperando que se produjera el momento en el que el tipo mostrara indicios de seguir algún tipo de guión o storyline, creatividad u originalidad- lo único que pude percibir fue una historia vergonzosa sobre cómo sus papás nunca chicharon bien.
En ese momento, desesperada, decidí textear a una amiga. No podía comprender cómo todo aquel montón de personas continuaba riéndose de semejante tontería y falta de tacto y prudencia a un nivel herculiano. Me respondió ella diciendo que tuviera paciencia, pues el show de Chente, según la opinión popular, era muy bueno. Decidí hacerle caso y al rato, subió a la tarima la estrella de la noche, con su típico atuendo: gorra de trockero, pelo largo ondulado, suéter bicolor y mahones. Desafortunadamente, a pesar de mi paciencia, poco cambió. Aquello no era un stand-up, sino una tragicomedia. Imposible imaginar que alguien fuera capaz de redactar un guión de semejante atrocidad sin sentido, sin lógica, sin historias que contar ni ironía contagiosa. Lo único que escuchaba era una gritería indescifrable que a menudo soltaba groserías al aire de la mano de un "cabrón mamabicho" o un "puñeta".
Sin embargo, antes de decidir por fin levantarme de aquella silla y abandonar tan bonito Teatro, me inundó una enorme sensación de desilusión, incluso tristeza. Tristeza por pensar que hoy en día se cree que por subir a un escenario y gritar anormalidades incoherentes en un micrófono, la gente se reirá. Que el público es tan poquita cosa que con que sueltes una cadena de malas palabras, seas super dramático y hables en un tono ensordecedor de voz, podrás incluso convertirte en celebridad. Tristeza porque me imaginé que si las paredes del Teatro Tapia fueran humanas, temblarían de asco y pena por haber presenciado en ocho ocasiones tal glorificación del inculto.
Siempre consideré que el humor es un indicio del nivel de intelecto de una persona. No todo el mundo es capaz de entender los doble sentidos, el juego de palabras, los chistes internos, o o el sarcasmo. Producir humor requiere de talento, de ingenio, de creatividad. Lo que presencié hoy fue un insulto a todo eso. Esa misma pena me hizo pensar que el grado de intelecto de todos esos chicos que se encontraban en la sala se limita a hablar de "yales, putas de la 15 con cojones, y cómo chichan tus papás". ¿En serio que con esa porquería se conforman y revuelcan en los asientos?
Así mismo, cogí mi cartera, me di media vuelta y decidí que no sería una espectadora más de aquella tragicomedia. Decidí invertir los próximo quince dólares en comprar dos mojitos para mí y mi acompañante para quitarnos tan mal sabor de la boca. Y fue la mejor idea que pude haber tenido.
 

Indra Devi

  
I just finished a marvelous book titled "The Goddess Pose" about the daring and impetuous life of a woman called Indra Devi. As is common upon reaching the last page of a book you are truly enjoying, I was quickly clutched with a sensation half way between sadness- for it was soon to be over-, and the need to share on Morphologie, how exciting the reading was. For those who have never heard of Indra Devi- and don't feel bad, because for some reason bibliography dedicated to her is scarce- she was among many other things, the woman who helped popularize yoga in the West.
Born in the Latvian city of Riga in 1899 to a teenage Russian aristocrat mother, Eugenia Vassilievna, was unlike any other woman of her time. She was extremely avantgarde and Michelle Goldberg, the author of this superbly well-written biography, recognized Devi's unconventional nature from the start of her writing. In fact, the book is cleverly divided into four parts, each of which is titled according to Devi's identity at that time. Born as Eugenia (Part 1), she continued her life to take the role of Jane (Part 2), a more anglosaxon name to pronounce among her British expat friends during her years in India;  Part 3 is Indra Devi, her yogini name, and finally, Part 4, is Mataji, another word for mother, as many of her students and friends called her during the last phase of her life. 
Indra Devi's life was, without a doubt, fascinating. Far from being peaches and cream, her existence was marked by a great deal of displacement, war, disownment, struggle, solitude, fear, and traumas. Every chapter of her waking hours was characterized by a completely different context, country, mental state, and political and social scenario. Raised under the Russian Empire by her grandparents, she then aspired to become an actress like her mother. Although at the time this profession was frowned upon and often compared to prostitution, Devi managed to make a respectable career for herself, first in Europe, and later on in Hollywood. Faced with the constant need to belong to something and seek spiritual growth and development, she traveled to the East alongside her husband at the moment, who was a Czech diplomat. In India, Devi found her true self and became involved with many important political leaders, such as Nehru and Gandhi- and eventually also received training in the discipline and philosophy of yoga with gurus, such as Krishnamacharya. Important to mention is the fact that at the time (contrary to nowadays), yoga was a practice reserved exclusively for men. No foreigners, and much less so women were admitted to teachings. However, Devi with the help of her diplomatic connections and charismatic personality (probably also her stubbornness), achieved what no one else did: to be trained by one of India's most notorious gurus.
During her first encounters with yoga, Devi wrote: "The discipline of paying attention to the habitual way your thoughts unfold, to the familiar grooves of your mind, seemed like cognitive therapy, but cheaper. I loved that I could find psychological solace and a workout at the same time."  
As I mentioned earlier, Devi adopted several identities throughout her lifetime, and never struggled with the idea of grasping to the past. On the contrary, one of her life mottos was detachment, which some could argue, she took to another level, practically disconnecting from anything that got in the way of her absolute freedom. Although she was married twice, Devi never had any children or even really longed for them.  Her true platonic love and aspiration was her mother, but because she had abandoned her as a child to pursue an acting career, this is possibly the reason Devi adopted her philosophy of un-attached love from such an early age. 
The book is not only a great bibliographical account of Indra Devi's life, but also a great contribution to the history of yoga itself, from its growing popularity in Kremlin Moscow in the 1900's, to its influence on the esotherical movements such as the Theosophical and Anthrosophy societies around Europe, Nazi ideology ("heavily emphasized bodily purity through diet, rhythmic gymnastics, homeopathic medicine"...) to New Age movements in the U.S decades after,  and the development of modern yoga in India with gurus such as Krishnamacharya, Vivekananda, and later on, Patthabi Jois and B.K.S. Iyengar. 
After all, Devi's historical accounts encompassed 102 years of great political, social, cultural and spiritual revolutions. Throughout her life she struggled with bureacracy, restlessness, fear, and instability. Her early years were marked by war- although her privileged position as an aristocrat together with her good manners, luck, and charisma helped her to stay unscarred. Moreover, her ability to remain untouched in spite of upheaval and calamity alongside her passion and discipline for yoga, not only characterized her, but also honored her with a long and rewarding life. As the author writes: "she had a pilgrim soul and could find peace anywhere on earth."
She viewed yoga as a method for improving oneself, as a type of self-psychoanalisis which she took very seriously. Adopting a vegetarian diet since the 1920's, Devi was adamant about eating "cadavers" or  "dead food." She cherished her independence above everything else and was focused on her spiritual development, and later on on teaching and disseminating the lessons shared to her by her gurus. She lived in the present moment, often ignoring and covering up the scars and people of her past. She was gentle mannered, but had a fierce and stubborn personality, who few people were able to tame. She truly believed  in yoga and its benefits for humankind, and the truth is, that we in the West know and receive yoga's benefits in part too because of this woman, who was one of the pioneers in spreading the yoga movement, although continues to remain unknown to the great majority. 
  

Una mirada al mundo