Un paso más cerca de Dharamsala

En ocho días parto a una ciudad llamada Dharamsala, en el corazón de las Himalayas, específicamente en la zona de la India llamada Himchal Pradesh. Ubicada en el epicentro del Valle Kangra, Dharamsala es un lugar místico, montañoso, espiritual y muy acogedor, repleto de monasterios, ashrams de yoga y escuelas de budismo y otras disciplinas antiquísimas y de auto-curación. Estaré durante cuarenta días en esta ciudad que muchos consideran sagrada, pues además de recibir a cientos de peregrinos, es también la residencia oficial del Dalai Lama y la sede del gobierno tibetano en exilio. Será la segunda vez que pise suelo indio, pero la primera en que me encaminaré por un propósito muy diferente: el de certificarme como instructora de yoga.
Llevo practicando esta ciencia y filosofía, desde hace aproximadamente nueve años. Aún no soy capaz de tirarme la pierna por encima de la cabeza o de convertirme en un pretzel humano, sin embargo, desde el primer día en que incursioné en este lindo viaje llamado yoga, supe que quería convertir esta disciplina en un estilo de vida. Asimismo, educarme más en esta práctica para así poder contagiar a otros con sus beneficios terapéuticos.
La palabra yoga proviene del sanscrito y significa unión. Unión tanto de cuerpo, como de mente, de filosofía, como de prácticas meditativas de posturas (asanas) y de respiración. Es precisamente esta unión, la que me atrajo a este nuevo destino.
No cabe duda de que este viaje en el que completaré un curso intensivo con otros extranjeros practicantes de yoga, que incluye diversas áreas como la meditación, anatomía, filosofía, prácticas de poses y ejercicios de respiración, ayurveda, entre otros- conlleva y requiere, obligatoriamente, una preparación. Además de una dieta balanceada y un regimen de posturas y respiramientos específicos, decidí buscar literatura sobre la ciudad de Dharamsala, un lugar interesante desde diferentes puntos de vista.
Dharamsala Days, Dharamsala Nights es un libro escrito por una mujer que lleva el pseudónimo Pauline MacDonald. Esta investigadora independiente oriunda de Canadá, vivió durante tres años en Dharamsala, donde entabló amistad con muchísimos refugiados tibetanos, tanto newcomers (los que han nacido en Tibet y escapan de jóvenes) y los settlers (que se consideran exiliados, pues nacieron en Nepal o India, o emigraron mucho antes).
Junto a su hijo adolescente, MacDonald decidió emigrar a Dharamsala, siempre interesada por la realidad que viven estas personas con estátus permanente de refugiados y luego de tres años, documentó sus memorias. Aunque no es periodista ni socióloga, sus historias combinan el humor, la veracidad y la transparencia y dan una idea bastante clara de qué esperar una vez en Dharamsala, sobre todo desde una perspectiva fresca. Según los críticos, la única falla que comete es ofrecer sus recuentos personales desde una óptica subjetiva, pues es evidente su afinidad con los newcomers, grupo al que favorece sin tapujos. Incluso, llegó a casarse con uno de ellos, aunque más tarde se divorciaría.
Las idiosincracias de los refugiados tibetanos en India, sobre todo en Dharamsala, conforman una complicada telaraña de relaciones de poder, abuso, violencia, abuso de sustancias controladas, depresión, desempleo, y sobre todo, mucha injusticia. Por una parte, los newcomers, en su mayoría tuvieron que huir de su natal Tibet por los abusos en su contra por parte del gobierno chino desde 1950 en que invadieron la zona- y por otra, al llegar a Dharamsala, continúan experimentando prejuicios tanto de parte de indios, como de los settlers. Según la historia de MacDonald, se les hace practicamente imposible a estas personas encajar en ninguno de los dos mundos, ni conseguir derechos básicos y acceso a servicios de salud, educación, protección legal, empleo, etc.
En ocho días me embarco a esta parte tan distante del mundo: Dharamsala. No veo la hora de, igual que la autora, contar mi propia historia.

Los lunes volvieron a ser como antes

Saudade es una palabra que usan los brasileros mucho. La pronuncian cada vez que quieren expresar una sensación parecida a la nostalgia, la añoranza y los sentimientos de vacío que provocan la partida de algo en la vida. No existe una sola palabra en español para definirla. La saudade se siente, no se define. Es una ausencia que incomoda y pesa en el alma. En la saudade yace también un poco de rabia. Es nuestra alma pidiéndonos a gritos volver a un momento preciso, a una situación que ya aconteció. Es también el precio que se paga por vivir momentos que nunca se repetirán. Que recordarás para siempre.
Los lunes volvieron a ser como antes. Antes cuando no habías llegado. Cuando salía del trabajo de noche y regresaba a casa donde no se escuchaba nada aparte de los gritos vociferados del predicador a través del altoparlante. El mismo predicador que perseguimos en la calle aquel día. Que llamamos a la policía para quejarnos porque invadía nuestra paz. La guarida de sosiego que construimos en este tiempo que estuviste aquí. Casi medio año que jamás olvidaré. Que estoy segura que que tú tampoco. Ahora ya te has ido. Ineludible y tan desprevenidamente. Ni pude despedirme, ni verte por última vez. Porque la vida es así. De misterios existimos, crecemos, somos.
Pareciera que después de la calma siempre tenga que invadir la desarmonía. Nada puede ser perfecto. Ni casi perfecto. Pero nosotros sí lo fuimos, o por lo menos, creíamos serlo. Hasta que te arrancaron de este sueño sin piedad. Sin razón, sin señal, ni aclaración. Enigmas que lanza el universo en nuestro camino para que uno los reconozca y pueda superarse un poco más. Amarga melancolía es lo que me arropa hoy. Cuando estabas aquí, llegué a acostumbrarme al predicador. Ya ni lo escuchaba, ni me molestaba. Ahora que tu ausencia me estrangula, me saca de quicio más que nunca. ¿Cómo haré para dejar de importarme todo, así como lo hacía cuando estabas tú? 

¿Vivimos para depender o dependemos para vivir?


Mitad de la población de Puerto Rico recibe la ayuda del Programa de Asistencia Nutricional (PAN), o como le llamamos de manera coloquial en esta isla: cupones. Así lee el titular de una noticia de última hora publicada en El Nuevo Día que no ha hecho más que erizarme la piel y obligarme a escribir esta entrada de blog. Se trata de una población de 1,3 millones de personas y sobre 600,000 familias gobierno-dependientes. De esa cantidad, menos de la mitad (272,000 unidades) reportan algún ingreso. Evidentemente esa cifra va encabezada por una población femenina que son madres solteras y jefas de familia y la otra mitad corresponde a diferentes categorías que se consideran especiales, ya sea por edad, discapacidad, o alguna otra condición.

Hoy, yo posiblemente también me una a esa cifra de gobierno-dependientes. Me darán la contestación en dos semanas. Que conste que no soy ni mantenida ni soy una ignorante- mucho menos vaga. Rompo básicamente con todos los estereotipos del típico caso del beneficiario de ayudas que provee el gobierno. Tengo un doctorado, un empleo serio (aunque no provea salario todo el año) y es la primera vez que me encuentro en esta situación.

A diferencia de mí, muchos de los casos que se atienden en el Municipio de Arecibo corresponden a una población que no ha completado ni la escuela superior. Muchos afrontan problemas para leer y escribir y tienen que ir acompañados de tutores o familiares que les faciliten las gestiones.

Aparentemente en un esfuerzo por controlar que esta cifra de beneficiarios del PAN continúe disparándose al aire, ahora tardan dos semanas en corroborar que la pre-solicitud de un posible candidato sea verosímil, es decir, que la información proveída al momento de llenarse la solicitud por teléfono, sea real y no inventada.

Hoy también solicité otras ayudas. Tuve que pensarlo varias veces pues estoy completamente en contra de la gobierno-dependencia. Existen muchisímos casos de personas que han vivido sumergidos en la dependencia durante todas sus vidas. No conocen otra cosa. Por la razón que sea, están subordinados a recibir estas ayudas metálicas, alimentarias, de salud y de tantas otras cosas que se ofrecen en esta isla. No pueden subsistir sin ellas. Ni lo piensan. Van al supermercado y pagan con la Tarjeta de la Familia. Visitan el médico y sacan de sus bolsillas la Reforma de Salud. Reciben por correo o depósito directo, su cheque de Seguro por Desempleo o por Discapacidad. La lista es infinita.

Mi caso es diferente. Y posiblemente el de muchos otros también.

Hoy la prensa nos dice que la mitad de nuestra población es dependiente del gobierno. Solo la mitad de esa cifra reporta ingresos. ¿Y la otra mitad, estará mintiendo? Me gustaría pensar que sí, pues de lo contrario estamos hablando de una masa que a pesar de ser productiva (y en edad reproductiva también), no trabaja. ¿Por qué no trabaja? ¿Por qué no quiere, por qué no encuentra trabajo, o por qué si lo hace, tendrá que dejar de recibir estos beneficios? Si la contestación a la pregunta es esta última, me temo que estamos viviendo en una sociedad sin valor propio, sin autoestima, sin metas y sin la voluntad de echar hacia adelante por nosotros mismos. No le debe sorprender a nadie que seamos, por tanto, también la última colonia en el mundo.

Si no podemos decidirnos a no ser dependientes, tenemos ante nosotros el problema de los problemas. Peor incluso que la crisis económica, peor que la degradación de la economía, peor que todo. ¿Cómo podemos echar hacia adelante a este país y transformarnos en un pueblo fuerte, unido y comprometido si somos perpetuamente dependiente de otros? La dependencia temporal, es, en muchos casos (incluyendo el mío), una necesidad. Por la razón que sea, algunas personas se encuentran en una situación limítrofe donde o se han encontrado sin trabajo de momento o no reciben salario durante algunos meses del año. En fin, no tiene nada de malo solicitar una ayuda si se está claro que se trata de una situación transitoria. Sin embargo, unidades y unidades familiares que no conocen otra cosa que la dependencia y no podrían vislumbrar sus vidas sin estas ayudas- es lo que me preocupa enormemente.

Las ayudas del gobierno solo deben existir de manera provisional. Así es la situación en muchos países, donde el Seguro por Desempleo se cobra solo durante un número fijo de meses. En naciones como España donde se repartió el paro a todas las personas que quedaron cesanteadas de sus trabajos durante largos meses e incluso en muchos casos, años- esto probó ser una de las causas para continuar desangrando las ya afectadas finanzas del país. Si más de la mitad de la población no es capaz de subsistir sin el PAN, se cae de la mata que algo anda mal. Los salarios no van a la par con el costo de vida. La población está ahogada entre altos costos e impuestos, y quiero pensar que se trata de dependientes temporales y no lo contrario, porque sino, es hora de ir evaluando seriamente nuestras existencias y el sistema que nos rige.

¿Vivimos para depender o dependemos para vivir? Esa es la pregunta...

Una mirada al mundo