Marciana

marciano
Dicen que la rabia, el desamor, la frustración y otras emociones de exagerada pasión son fuente de inspiración para muchos artistas, quienes encuentran en esos sentimientos encontrados, una musa que les permite crear. En mi caso, no creo arte en el sentido mero de la palabra, sino que escribo viñetas de la realidad que observo y que me exorciza lo suficiente como para no poder ignorarla. Vamos a hablar claro, me siento como una marciana en mi propio país.
Esta mañana en una panadería de Arecibo, en un esfuerzo por ordenar un sandwich que no llevara carne, me topé con una misión casi imposible. No tengo nada en contra de los carnívoros, ya que también he consumido carne durante muchísimos años de mi vida. Sin embargo, en mi nueva etapa de vegetariana (dejé de comer carne durante 10 años hasta el 2010 y ahora he retomado este estilo de vida), he llegado a la conclusión de que adoptar esta dieta va en contra de la puertorriqueñidad. Ser vegetariano, sobre todo fuera del área metro de la isla, equivale a ser marciano. Esta mañana tuve que repetir mi orden cuatro veces, puesto que la cajera no lograba entender que debía excluir la opción de jamón que aparece en la pantalla de la computadora.
-"Deja ponerlo bajo tostada, mejor", me dijo en un inicio. Luego, al intentar ubicar mi emparedado bajo dicha categoría, tampoco logró excluir el dichoso trozo de carne.
-"¿Cómo hago para quitarle el jamón", le preguntó la cajera a su compañera.
-"Llámate al manager para preguntarle, porque nunca he tenido que hacer eso", le contestó.
No existe categoría para los no-carnívoros en esta isla, ni tampoco para los emparedados que no contienen carne. En el cuarto intento por ordenar mi sandwich y a punto de rendirme- decidí tener paciencia.
-"¿Sin jamón, verdad?", me volvió a cuestionar la cajera.
-"Sí", le contesté. "Pero,  ¿quieres pastrami o pavo mejor?", me volvió a preguntar.
-"Lo quiero sin carne, por favor", le contesté, ya evidentemente molesta.
A menudo me parece que vivo en un circo en el que la orden del día son personas que no se alimentan sanamente, ni saben vestirse de un modo decente y de acuerdo a su cuerpo, ni tampoco muestran saber comportarse civilmente. Hablan en tonos altos de voz y decoran cada oración con un "mi amor, mi cielo, mama, mamita". Muchos solo conocen opciones alimentarias que incluyen combos agrandados con papas fritas en aceite animal, refrescos anormalmente enormes con derecho a refill, azúcar en sus mil y una representaciones y ni hablar del consumo de frutas y vegetales, que queda terminantemente excluído del plato.
Personas que procuran un estilo de vida saludable o alterno a la norma, conforman un grupo minoritario en este circo. Casi a diario me encuentro ante personas que al ver mis opciones para el almuerzo, me formulan preguntas como: "¿estás a dieta?", "no rebajes más porque te vas a desaparecer" o, "¿de qué tu padeces? ". Mi padecimiento es querer ser saludable; punto y se acabó. Hago lo que funciona para mí y no pretendo que sea la norma para todos, pero lo que sí me hierve la sangre es sentirme como una marciana constantemente. La noción de la medicina preventiva o de estilos de vida alternativos queda constantemente excluído de la norma o de lo que se establece como normal en este país.
Ante este panorama, me enfrento a la disyuntiva: ¿realmente estaré pidiendo demasiado o seré yo la que en realidad tenga que modificarme? ¿Cómo hago para sentirme parte de esta sociedad sin cambiar mis valores o poner en juego mi salud?
No comer carne o elegir decisiones alimentarias saludables equivale, muy lamentablemente, a ser extraterrestre en esta isla. Me preocupa sobremanera la dejadez y la baja autoestima que padecemos como pueblo. No es de sorprendernos pues, que los hospitales, los CDT y las clínicas mentales o psicológicas se desbordan a diario con multitudes de pacientes y padecimientos crónicos. Tampoco nos debe alertar que ya a los veinte años, existan personas que padecen de condiciones severas como resultado de sus malas decisiones y estilos de vida corrosivos. Que niños sufran de diabetes, que no hayan comido nunca vegetales y peor de todo, que tampoco tengan dónde recurrir a obtener educación sobre esto.
En una sociedad en la que esto sea lo esperado, lo aceptado y el diferente, el que no sigue las normas e intenta vivir su vida de modo alternativo, procurando la salud, queda excluído, ¿qué podemos esperar?

Enseñanzas de Shiva


Una de las primeras cosas que aprendí sobre el hinduismo es la creencia en una trinidad muy poderosa, responsable por todo lo que ocurre en nuestro mundo, nuestras vidas y nuestras futuras reencarnaciones. Me refiero a Trimurti, es decir, tres dioses principales: Brahma (el creador), Vishnu (el preservador) y mi favorito, Shiva, el destructor. En Occidente, estamos acostumbrados a asociar la destrucción con algo negativo, con la carencia, muerte o perdición que deja irremediablemente, un vacío. En India, por otra parte, la destrucción es sinónimo de renacer, de aniquilar algo que ya no sirve o cumple con su función y reemplazarlo por algo nuevo, útil, beneficioso. Sin que ocurra la destrucción, es imposible que se abra el paso a lo nuevo. El desapego, es por lo tanto, uno de los simbolismos principales de la figura de Shiva.

Esto me ha hecho pensar en las relaciones que mantenemos durante el transcurso de nuestra vida. Cuando estaba en la escuela superior, tenía una mejor amiga. Ambas éramos hijas únicas y como siempre estuvimos acostumbradas a buscar la manera de divertirnos solas, éramos también bastante creativas- sobre todo, ella. Se nos ocurrían mil cosas, nos disfrazábamos, hacíamos calendarios juntas, jugábamos, cantábamos, soñábamos y siempre la pasábamos bien. Cuando terminamos la escuela, cada una tomó un rumbo diferente y poco después, nos desconectamos. Un par de veces intentamos reconectar, pero ya no era como antes. Teníamos ahora diferentes intereses y cada cual hizo de su vida lo que había visualizado. Mirando atrás, recuerdo haberme sentido muy mal por pensar que debía hacer mayor esfuerzo para conservar aquella amistad. Llegué a pensar que era incluso mi culpa que ya no fuéramos las amigas que habíamos sido durante tanto tiempo. Sin embargo, por más que intentara enmendar mi relación con ella, ya no teníamos la conexión de antes. Ya no fluía y todo esfuerzo por lograr reestablecer el vínculo del pasado, era pues eso, un esfuerzo en vano. La realidad es que no había nada que enmendar ni corregir, sino que la amistad había dejado de cumplir su función y había pues, llegado a su fin. Ya no era necesaria. Sin apatía ni resentimiento, nos dejamos de hablar por muchos años y abrimos paso a nuevas relaciones que sí tenían razón de ser en ese momento. Algunas duraderas, otras pasajeras.

Ahora, en otra fase de mi vida, también he tenido que desapegarme de muchas cosas- relaciones incluídas, sobre todo amistosas. La destrucción no necesariamente conlleva un proceso tormentoso ni debe implicar recelos ni ataduras forzosas. Muchas veces nos topamos con personas que nos ayudan a aprender lecciones, a crecer o a ver la vida desde otro ángulo. Una vez esa lección ha sido adquirida y puesta en práctica, la relación deja de existir, se desvanece. Y eso está bien. Sin embargo, una desesperada necesidad de aferrarnos, de forzar que las cosas fluyan y tal vez también por no quedar mal con los otros, no nos permite dejar ir y aceptar esa destrucción. ¿De qué sirve atarnos a personas u objetos que ya no nos hacen felices? Al final del día, con quien debemos quedar bien es con nosotros mismos.

Desde que regresé de India he tenido que poner a prueba mi vida y hacer muchos cambios que consideraba beneficiosos y necesarios para mi bienestar. He cambiado mi dieta, mi rutina, mis hábitos y también mis relaciones con otros. Algunas personas no lo entienden o me lo han cuestionado. Es difícil explicar lo que ocurre dentro de nosotros mismos cuando experimentamos esa necesidad de metamorfosis y la realidad es que no existe la urgencia de hacerlo. Quien te respeta y quiere (y de verdad importa), comprenderá que lo haces por tu bien.
El símbolo de Shiva me ha ayudado a asimilar que la destrucción es algo muy bonito y beneficioso y solo a través de ella, podemos dar paso a cosas y relaciones nuevas que nos ayuden a convertirnos en personas más auto-satisfechas. ¿De qué nos sirve forzar una conexión ya muerta? Dejando ir, nos hacemos más libres, y por lo tanto, más felices.

Esta lección me llevó a reconectarme con aquella mejor amiga de la infancia muchos años más tarde. También me ha ayudado a soltar otras amistades que ya no me satisfacen, sin ningún rencor ni resentimiento. Las enseñanzas de Shiva me han hecho comprender que se ha de destruir para que se pueda volver a crear y que un gran paso en todo este proceso, es la aceptación.
Como arquitecto de tu destino, te corresponde solo a ti elegir qué decides entrar en tu vida y a qué le niegas esa entrada. Dicho esto, ¿por qué no permitir el paso solo a aquello que nos hace bien y dejar ir aquello que ya no nos sirve?  Al igual que nuestro clóset requiere deshacernos de piezas de ropa que ya no usamos, nuestras relaciones también prescinden de mantenimiento y de echar a un lado lo que ya dejó de cumplir un propósito. Vive en el presente y regenéralo sin temor, pues lo que fue, tiene permiso de transformar y lo que será, eventualmente llegará sin presión ni fuerza.

Tragicomedia

chente
Anoche presencié el peor show de comedia jamás antes visto. Nunca me había pasado tal cosa. Por lo general, me encantan los stand-ups y hasta los romantic comedies cliché de Adam Sandler, de vez en cuando no hacen daño. Si de comedia boricua se trata, a menudo también frecuento obras de Teatro Breve y me las gozo de rabo a cabo y, hasta su muerte, me reía con los monólogos del aclamado, Luis Raúl. Sin embargo, lo de anoche no es posible ubicarlo en la categoría de buena comedia, sino de bufonada.
Recién haber presentado y llenado a cabalidad su octava función en el Teatro Tapia del Viejo San Juan, el show de Chente Ydrach tenía buena pinta y parecía prometedor. Había escuchado uno que otro podcast de su muy popular programa, Masacote y la verdad es que me llamó la atención su estilo. En conversación con la Lcda. Alexandra Lúgaro, por ejemplo, a pesar de estar medio perdido y no representar para nada a un locutor preparado y orientado a obtener cierta información de sus entrevistados, me hizo reír un montón. Su tono relajado, coloquial y tan calle, aproxima a los entrevistados al oyente y crea un ambiente de confort y familiaridad. Me producían carcajadas sus ocasionales coños y su honestidad le agrega un valor singular a muchas otras entrevistas que se transmiten por radio. Sin embargo, lo de anoche, de ninguna manera fue lo que me imaginaba, ni mucho menos parecido a la opinión positiva que tenía acerca del Chente de Masacote.
A las 7:00pm hizo eco la tercera llamada y un par de minutos después, se encendió el foco principal en tarima. La voz en off de Chente presentó a un personaje que parecía ser un amigo suyo. El treinticincoañero de afro asimétrico, tenis coloridas y camisa estrujada, rápido agarró el micrófono. Ansiosa por escuchar cómo comenzaría el show, le dirigí toda mi atención. En menos de dos minutos había dicho que su mujer era una gran puta, que  tenía sexo con todos, mientras que el no había "chichao en seis meses". Acto seguido escuché una ola de carcajadas de parte del público, formado en su mayoría por adolescentes y prepas universitarios, salvo uno o dos malubicados, en cuyo grupo, me incluía.
Continué concentrada esperando que en algún momento el catchline del "comediante" yaucano me sacara al menos una risita, y... nada. Lo único que escuchaba eran groserías sin ningún tipo de estructura ni lógica y muchas repeticiones de: "tetas", "bicho", "mamar", "chichar". Después, a la vez que iba desabotonándose la camisa (para probar no sé qué cosa) y revelando sus chichos y pecho poco atractivo, producía ruidos sexuales en el micrófono. En un momento dado fingió ser, lo que creo, era un tecato muy drogado. Esperando que se produjera el momento en el que el tipo mostrara indicios de seguir algún tipo de guión o storyline, creatividad u originalidad- lo único que pude percibir fue una historia vergonzosa sobre cómo sus papás nunca chicharon bien.
En ese momento, desesperada, decidí textear a una amiga. No podía comprender cómo todo aquel montón de personas continuaba riéndose de semejante tontería y falta de tacto y prudencia a un nivel herculiano. Me respondió ella diciendo que tuviera paciencia, pues el show de Chente, según la opinión popular, era muy bueno. Decidí hacerle caso y al rato, subió a la tarima la estrella de la noche, con su típico atuendo: gorra de trockero, pelo largo ondulado, suéter bicolor y mahones. Desafortunadamente, a pesar de mi paciencia, poco cambió. Aquello no era un stand-up, sino una tragicomedia. Imposible imaginar que alguien fuera capaz de redactar un guión de semejante atrocidad sin sentido, sin lógica, sin historias que contar ni ironía contagiosa. Lo único que escuchaba era una gritería indescifrable que a menudo soltaba groserías al aire de la mano de un "cabrón mamabicho" o un "puñeta".
Sin embargo, antes de decidir por fin levantarme de aquella silla y abandonar tan bonito Teatro, me inundó una enorme sensación de desilusión, incluso tristeza. Tristeza por pensar que hoy en día se cree que por subir a un escenario y gritar anormalidades incoherentes en un micrófono, la gente se reirá. Que el público es tan poquita cosa que con que sueltes una cadena de malas palabras, seas super dramático y hables en un tono ensordecedor de voz, podrás incluso convertirte en celebridad. Tristeza porque me imaginé que si las paredes del Teatro Tapia fueran humanas, temblarían de asco y pena por haber presenciado en ocho ocasiones tal glorificación del inculto.
Siempre consideré que el humor es un indicio del nivel de intelecto de una persona. No todo el mundo es capaz de entender los doble sentidos, el juego de palabras, los chistes internos, o o el sarcasmo. Producir humor requiere de talento, de ingenio, de creatividad. Lo que presencié hoy fue un insulto a todo eso. Esa misma pena me hizo pensar que el grado de intelecto de todos esos chicos que se encontraban en la sala se limita a hablar de "yales, putas de la 15 con cojones, y cómo chichan tus papás". ¿En serio que con esa porquería se conforman y revuelcan en los asientos?
Así mismo, cogí mi cartera, me di media vuelta y decidí que no sería una espectadora más de aquella tragicomedia. Decidí invertir los próximo quince dólares en comprar dos mojitos para mí y mi acompañante para quitarnos tan mal sabor de la boca. Y fue la mejor idea que pude haber tenido.
 

Indra Devi

  
I just finished a marvelous book titled "The Goddess Pose" about the daring and impetuous life of a woman called Indra Devi. As is common upon reaching the last page of a book you are truly enjoying, I was quickly clutched with a sensation half way between sadness- for it was soon to be over-, and the need to share on Morphologie, how exciting the reading was. For those who have never heard of Indra Devi- and don't feel bad, because for some reason bibliography dedicated to her is scarce- she was among many other things, the woman who helped popularize yoga in the West.
Born in the Latvian city of Riga in 1899 to a teenage Russian aristocrat mother, Eugenia Vassilievna, was unlike any other woman of her time. She was extremely avantgarde and Michelle Goldberg, the author of this superbly well-written biography, recognized Devi's unconventional nature from the start of her writing. In fact, the book is cleverly divided into four parts, each of which is titled according to Devi's identity at that time. Born as Eugenia (Part 1), she continued her life to take the role of Jane (Part 2), a more anglosaxon name to pronounce among her British expat friends during her years in India;  Part 3 is Indra Devi, her yogini name, and finally, Part 4, is Mataji, another word for mother, as many of her students and friends called her during the last phase of her life. 
Indra Devi's life was, without a doubt, fascinating. Far from being peaches and cream, her existence was marked by a great deal of displacement, war, disownment, struggle, solitude, fear, and traumas. Every chapter of her waking hours was characterized by a completely different context, country, mental state, and political and social scenario. Raised under the Russian Empire by her grandparents, she then aspired to become an actress like her mother. Although at the time this profession was frowned upon and often compared to prostitution, Devi managed to make a respectable career for herself, first in Europe, and later on in Hollywood. Faced with the constant need to belong to something and seek spiritual growth and development, she traveled to the East alongside her husband at the moment, who was a Czech diplomat. In India, Devi found her true self and became involved with many important political leaders, such as Nehru and Gandhi- and eventually also received training in the discipline and philosophy of yoga with gurus, such as Krishnamacharya. Important to mention is the fact that at the time (contrary to nowadays), yoga was a practice reserved exclusively for men. No foreigners, and much less so women were admitted to teachings. However, Devi with the help of her diplomatic connections and charismatic personality (probably also her stubbornness), achieved what no one else did: to be trained by one of India's most notorious gurus.
During her first encounters with yoga, Devi wrote: "The discipline of paying attention to the habitual way your thoughts unfold, to the familiar grooves of your mind, seemed like cognitive therapy, but cheaper. I loved that I could find psychological solace and a workout at the same time."  
As I mentioned earlier, Devi adopted several identities throughout her lifetime, and never struggled with the idea of grasping to the past. On the contrary, one of her life mottos was detachment, which some could argue, she took to another level, practically disconnecting from anything that got in the way of her absolute freedom. Although she was married twice, Devi never had any children or even really longed for them.  Her true platonic love and aspiration was her mother, but because she had abandoned her as a child to pursue an acting career, this is possibly the reason Devi adopted her philosophy of un-attached love from such an early age. 
The book is not only a great bibliographical account of Indra Devi's life, but also a great contribution to the history of yoga itself, from its growing popularity in Kremlin Moscow in the 1900's, to its influence on the esotherical movements such as the Theosophical and Anthrosophy societies around Europe, Nazi ideology ("heavily emphasized bodily purity through diet, rhythmic gymnastics, homeopathic medicine"...) to New Age movements in the U.S decades after,  and the development of modern yoga in India with gurus such as Krishnamacharya, Vivekananda, and later on, Patthabi Jois and B.K.S. Iyengar. 
After all, Devi's historical accounts encompassed 102 years of great political, social, cultural and spiritual revolutions. Throughout her life she struggled with bureacracy, restlessness, fear, and instability. Her early years were marked by war- although her privileged position as an aristocrat together with her good manners, luck, and charisma helped her to stay unscarred. Moreover, her ability to remain untouched in spite of upheaval and calamity alongside her passion and discipline for yoga, not only characterized her, but also honored her with a long and rewarding life. As the author writes: "she had a pilgrim soul and could find peace anywhere on earth."
She viewed yoga as a method for improving oneself, as a type of self-psychoanalisis which she took very seriously. Adopting a vegetarian diet since the 1920's, Devi was adamant about eating "cadavers" or  "dead food." She cherished her independence above everything else and was focused on her spiritual development, and later on on teaching and disseminating the lessons shared to her by her gurus. She lived in the present moment, often ignoring and covering up the scars and people of her past. She was gentle mannered, but had a fierce and stubborn personality, who few people were able to tame. She truly believed  in yoga and its benefits for humankind, and the truth is, that we in the West know and receive yoga's benefits in part too because of this woman, who was one of the pioneers in spreading the yoga movement, although continues to remain unknown to the great majority. 
  

Silent Baba

  
Uno de los personajes más interesantes que conocí durante mi reciente estadía en India fue Silent Baba. Aunque ha transcurrido ya semana y media desde que regresé a Puerto Rico, la huella que dejó este ser humano en mí, aún perméa. Lo conocí una noche en un restaurante tailandés que quedaba cerca de nuestra residencia en Bhagsu (Himachal Pradesh, India). Estaba sentado en la mesa con nuestras maestras de la escuela de yoga. Una vez ellas cenaron y se marcharon, Silent Baba acaparó mi atención por completo. Primero por su colorido y atractivo atuendo. Vestía una camisa color oro con algunos residuos de escarcha, un sarón llevaba amarrado a la cintura que le llegaba casi a los tobillos, unos dreadlocks bicolores adornaban su cabeza y muchos collares, pulseras, sortijas y otra bisutería colgaba de sus muñecas, cuello y dedos. El primer contacto fue una sonrisa, ese gesto que no merita de traducción ni de gran justificación. Casi de inmediato, Baba se acercó a la mesa que compartía con una docena de mis amigos internacionales, que también hacían el curso de yoga conmigo. 
Se me sentó al lado y haciendo diferentes sonidos y murmullos con la boca intentaba comunicarme algo. Me pareció raro que no hablara y de primera instancia solo supuse que era sordo mudo. Rápido, al ver que no le entendía, agarró una servilleta del centro de la mesa, sacó su bolígrafo que siempre lleva en el bolsillo de su camisa, y se puso a escribir. "I am Silent Baba", leía el mensaje. "I haven't spoken a word in three years".
Con una cara de aturdimiento me di cuenta que había errado en mi suposición inicial y que no padecía de ninguna aflicción de salud, sino que su silencio era por elección propia. Resulta que en el 2012, Silent Baba hizo un voto de silencio de doce años y se encontraba apenas a una tercera parte de su camino. A pesar de compartir mucho tiempo con Baba, nunca llegué a profundizar en muchos aspectos de su vida ni conocer su historia por completo. En cierto modo ese aire de desconocimiento y misticismo era precisamente lo que me atraía a este personaje. 
En India, aún existe y perméa en cada aspecto de la vida cotidiana, el sistema de castas que dividé por estratificación social a cada miembro del país en cinco grandes grupos: brahmanes (sacerdotes), chatrías (políticos), vaishias (comerciantes, artesanos y campesinos), shudrás (esclavos y obreros) y por último, parias/dalits que son los intocables (se consideran por debajo del sistema de castas y sufren de un discrimen atroz). Sin embargo, yo añadiría a este modelo tradicional, una nueva categoría: los sadhus u hombres sagrados, a quien comúnmente se les llama Baba.
Un sadhu es lo equivalente a un asceta hindú o monje que hace ciertos votos, entre ellos la penitencia, la austeridad y la pobreza, en un intento de obtener la iluminación. Los sadhus practicamente renuncian a todos los vínculos que les unen a lo terrenal o material y se dedican a la meditación. Por lo general, un sadhu vive dentro de la sociedad, pero intenta ignorar y alejarse de los placeres y dolores humanos. Imitan a su dios Shiva, el principal de los ascetas, se pintan tres rayas en la frente e intentan destruir las tres impurezas y debilidades humanas: egoísmo, deseo y maya, o ignorancia. Muchos como Silent Baba viven o pasan mucho tiempo en contacto con la naturaleza, en cuevas, bosques o templos. En la sociedad india los sadhus son altamente respetados e incluso venerados. Se les donan alimentos y otras necesidades con habitual frecuencia.
A Silent Baba no parecía que le faltara nada. Siempre sonreía, se comunicaba aunque fuera por medio de servilletas y tinta y no con la voz y compartía con muchas personas, tanto locales como extranjeros. Todos le conocían. En los cafés, le donaban siempre chai (té), tabaco y platos de comida. Sin embargo, un día me enteré que la historia de Silent Baba no fue siempre tan color de rosa. Parece que en el pasado era muy problemático, e incluso violento. A menudo se peleaba con las personas y buscaba conflicto. Un par de veces hasta lo botaron de lugares públicos y le impedían que regresara. ¿Habrá sido su voto de silencio una manera de auto-corregirse? ¿Habrá obtado por el sigilo para silenciar esos impulsos? Son preguntas que no podré nunca saber a ciencia cierta. Lo que sí me pone a pensar el caso de Silent Baba es sobre cómo nosotros en occidente lidiamos con nuestros conflictos, traumas y problemas personales. En lugar de buscar las soluciones dentro de nosotros mismos, acudimos casi siempre a "curas" externas. Nos medicamos con muchas pastillas, le pagamos a un psicólogo o consejero para que nos escuche, nos ahogamos en vicios y placeres: comer, beber, ir de compras, consumir drogas y escapar de los problemas.
De más está decir que en viajes a oriente, sobre todo a países como India, se aprende muchísimo, y más que nada, acerca de uno mismo. Si queremos obtener resultados diferentes y ver mejoras en nuestra salud física, mental y emocional, prescindimos hacer cambios en nuestros hábitos y rutinas. Alterar nuestra dieta, nuestra mente y las relaciones que mantenemos con otros comstituye el inicio de este proceso. Así mismo como hizo Silent Baba, optar por la mudez y silenciar nuestras mentes de distracciones externas para enfocarnos en aquello que deseamos obtener es uno de esos caminos que encierra muchas soluciones a nuestra vida. 
  

Sin traducción

  Me encantan los aeropuertos, los aviones y las ciudades nuevas como punto de partida para desarrollar nuevas historias. En los aviones y aeropuertos sobre todo, se puede observar de cerca el comportamiento tanto individual como colectivo de una cultura, una etnia, un país. 
Los boricuas solemos ser escandalosos en estos escenarios. Aplaudimos cuando aterriza cada avión. Nos encanta cargar con muchos "motetes", maletas enormes y empacar "light" no es lo nuestro. Solemos también viajar en grupos, hablamos alto, nos hacemos escuchar. Los indios, por su parte, también se hacen sentir, pero de un modo muy diferente. 
Me encuentro en estos momentos a bordo de un vuelo de la Transaero, una aerolínea rusa. Despegamos Nueva Delhi y vamos en el aire rumbo a Moscú. A mi lado, un grupo de indios, todos hombres. Algunos llevan turbantes y una sola pulsera delgada en la muñeca derecha, dos símbolos que ponen en evidencia su fé sij de modo inoculto. Muchos visten mahones y camisas a cuadros o t-shirts. Hablan simultáneamente y en tonos de voz altos. Mueven mucho las manos y se tocan entre sí, haciendo gestos con los hombros, las cabezas, los torsos. El afecto entre personas del mismo sexo es bastante común en India. 
Las mujeres, por otra parte, escasean. Desde aquí no veo a ninguna. Será porque el lugar de muchas mujeres indias no es un avión, sino la casa. Será por esa misma razón que estos hombres me miran confusos y no me quitan los ojos de encima desde hace un tiempo.
Hace horas, cuando cada quien encontraba su asiento asignado y ubicaba su equipaje de mano en los compartimientos, estos grupos de hombres, en lugar de hacer lo mismo, buscaban conversación. Se alternaban los asientos y taponaban los pasillos. Todo en busca de un compañero para hablar. Uno incluso, sin mirar, se me sentó al lado, sin importar que no fuera su asiento y comenzó a buscar pleito con otro hombre al costado. El avión parece ser para ellos lo equivalente a una plaza pública donde se discuten temas de economía, política, quien sabe si incluso de religión, problemas en el trabajo o la familia. 
Los indios en este vuelo ocupan dos terceras partes de la embarcación. La otra se divide entre israelitas viajeros que regresan a su tierra y unos pocos rusos que estuvieron también peregrinando por India. A esos no se les siente. Permanecen mudos, dormidos o desinteresados. Solo hay espacio para las conversaciones de estos hombres sij. 
Un vuelo, muchas culturas y ningún punto medio. Aquí nadie se entiende. Para comenzar, las revistas de Transaero son todas en ruso y sin traducción. Las películas, igual. Las azafatas apenas pueden comunicarse con los pasajeros por no hablar inglés. La comida que sirven no sabe si considerarse india, rusa o incluso, alimento. A bordo de esta nave después de mes y medio peregrinando por las Himalayas, me encuentro tan aturdida como todos los presentes. Los indios por confundir el aire con un recreo, los israelitas porque tienen que rehacer sus vidas después de haber cumplido el servicio militar obligatorio y luego un viaje por Oriente, los rusos que son minoría en su propia aerolínea y yo- que no me ubico en ninguna categoría. 
Simplemente me he perdido la traducción y el diccionario cultural de lo que sucede en este microcosmos.
Inhalo, exhalo. Miro a mi alrededor y sonrío, porque eso sí que no prescinde de una traducción.
  

Una mirada al mundo