Respiro de la multitud


En el mundo desborda la presencia de humanos. También de carros, celulares y cemento. Falta aire pulcro y paisajes y personajes sacados de cuentos. El que viaja y verdaderamente conoce algo sobre el planeta cada vez tiene más claro lo difícil que es encontrar un lugar especial que no haya sido explotado por otros viajeros en busca de una experiencia ¨diferente¨. Europa Occidental ya no da de qué hablar. Sur América se ha puesto de moda, especialmente países como Brasil y Argentina. Y recientemente lo más ¨in¨ es el sureste de Asia. Cuando estuve en India en 2007, mi amiga Andrea y yo raramente nos topamos con algún turista. Unos años antes cuando viví en Malasia y viajé por Tailandia e Indonesia, aún se podía conseguir escapar del mar de turistas. Ahora, sin embargo, hay cada vez más occidentales ocupando estas zonas. Muchos países asiáticos se han convertido en una especie de circo cultural que recibe más visitas anuales, incluso que lugares como Disney. En cada esquina es común chocarte con un mochilero o alguien en busca de un hostal.
Soy muy crítica con este tema, lo reconozco. No me gustan los turistas en masa, ni las guías, ni los menúes en inglés, ni los mochileros. Sin embargo amo viajar, soy 100% odófila y llevo 12 años de mi vida dedicándola a esta actividad. Siempre que puedo, procuro irme a descubrir nuevos destinos lejos de las multitudes.
 En esta ocasión, mi razón para viajar era refugiarme en el sol, la playa. Buscaba escapar un poco de los días grises y lluviosos de la primavera en Polonia. Con un presupuesto limitado, Ryanair resultó ser la mejor opción en cuanto a líneas aéreas y entre los destinos directos desde la ciudad en la que vivo, encontré un nombre exótico. Sin más, compré un billete, hice una reserva en un hotel barato, me dediqué a leer un poco sobre el lugar, conocer la cultura y lugares de interés...

 Llegó el día de mi partenza y algunas horas más tarde, pisé suelo nuevo. Una joya de lugar. Todo lo que el real viajero verdaderamente busca de una experiencia en el extranjero. Se trata de Creta, la isla más grande de Grecia y la quinta más grande en el Mediterráneo. Con una superficie de 8,300 kilómetros cuadrados, una costa de 1,040 y una población de 600,000 habitantes- con lo cual, siendo de Puerto Rico, resulta ser mucha tierra para pocas personas. Ocho días de sol mediterráneo, algunas playas de piedras, otras de arena y unas en las que mientras tomas el sol es posible observar montañas nevadas al otro extremo.


Creta me renovó con caminatas rocosas entre cabras, impresionantes acantilados, mar turquesa, olivos, naranjos y carreteras serpentinas.


Creta es vida. Un lugar para recordar que recomiendo a cualquier viajero que aprecie un país donde el presente encuentra el pasado. Donde a pesar de haber crisis, la gente aprovecha los atardeceres para sentarse con una cerveza y jugar bargammon entre amigos. Donde las ensaladas realmente griegas no llevan lechuga, donde el aceite de oliva va con todo. Donde a las 7 de la mañana puedes encontrar un agricultor local que te prepare un cafecito en su bar. Donde caminas por una costa infinita, te mojas los pies en el agua y no ves a nadie. Donde los días no tienen horas y no importa más nada aparte de ese momento.

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