Encendamos las luces


Desde hace algunas semanas he notado que esta época navideña no es igual a otros años. En mis viajes entre Arecibo y San Juan, así como alrededor de otros pueblos de la isla y en el área metro también, me ha llamado la atención la obscuridad que reina en las calles. Además de los postes de luz, muchos de ellos, que brillan por la ausencia de focos- reina la negritud ante la ausencia de bombillas y decoración navideña. La navidad en Puerto Rico se reconoce por ser además de la más larga en el mundo- ya que dura alrededor de dos meses- una de las más alegres, las más alumbradas, coloridas y musicales. El boricua se reconoce por ser barroco tanto en su comportamiento, como en su selección de ornamentos para decorar su hogar, sobre todo en la época navideña.

Recuerdo cuando era niña y regresaba con mi familia desde San Sebastián, el pueblo de mi madre, durante las navidades. Gran parte del camino lo dedicábamos a admirar, comentar y deleitarnos de los adornos, las luces festivas y el engalanamiento que desfilaba en muchos de los hogares durante esta época. Algunos mucho más extravagantes que otros nos llamaban mucho la atención. Estrellas, nacimientos, figuras de Santa Cló, los Reyes Magos, venados, muñecos de nieve, de todo un poco se observaba. El décor navideño extravagante no excluía clases sociales. Desde los balcones de los residenciales públicos también podía admirarse la selección de bombillas coloridas y otros adornos alegres. En muchos casos, los más pobres solían decorar sus hogares incluso más que los ricos.  

Este año algo ha cambiado. El espíritu navideño no está encendido como solía siempre estarlo. En mi urbanización en Arecibo, las casas decoradas pueden contarse con los dedos de la mano. La mayoría brillan por su tenebrosidad. En el complejo residencial de mi madre en Guaynabo, igual. Uno que otro vecino ha colocado una corona de pino en la puerta, pero es la minoría. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué hemos perdido esa energía navideña que tanto nos caracteriza?

Una conocida comentó el otro día que la gente está desilusionada y sin ánimo. Ante la ineptitud del gobierno, la crisis económica, el desempleo, la ola masiva de emigración, el crimen desenfrenado y la falta de opciones para cambiar esta realidad. La situación no es la mejor, eso lo sabemos todos. Cada vez nos pintan un cuadro más decrépito en los medios, los temas de conversación se tornan más deprimentes y es normal sentirse desanimado. Sin embargo, algunas cosas alentadoras sí suceden mucho más a menudo de lo que nos creemos (o nos hacen creer).

Ayer estuve en un concierto de la Orquesta Filarmónica. La semana pasada me deleité de otros dos espectáculos: el encendido navideño de San Juan y el concierto de Calle 13. En todos vi personas de todas las edades compartiendo. Sonreían, disfrutaban en familia, bailaban, comían frituras, se tomaban un traguito, tocaban maracas. El talento de esta isla desborda, sobre todo en el ámbito artístico y musical. En todos esos conciertos que mencioné subían al escenario a pequeños músicos. Eduardo de Calle 13 presentó a su hija Azul de seis años que tocó el piano frente a 35,000 personas. En el encendido de San Juan con Ismael Miranda tocaron timbales varios niños. Anoche en la Filarmónica, más de treinta pequeños sonaron cuatro todos juntos, luego se subieron otros treinta encabezados por un chico con síndrome Down a tocar gűiro. La audiencia no podía contener la emoción, era impresionante.  

Quiero decir con esto que aún quedan motivos por celebrar. Nuestra isla, igual que el resto del mundo, enfrenta una situación preocupante, sin embargo, no es el final. Nos caracteriza un espíritu vivaracho, alegre, de aguinaldos y celebración en familia. Aún queda la juventud. Aún queda la música, el talento y el mañana. Encendamos las luces tanto en nuestro hogar, como en nuestro corazón. 

¡Feliz Navidad!

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