Vivir aquí no tiene sentido. No tiene sentido porque ya no existe. No queda nada más que un recuerdo de lo que fue. La Ciudad del Cetí es una metrópoli que, en su momento, brilló por luz propia, pues era una meca de la alta sociedad, pero que, sin embargo ahora, lleva muerta más de una década. Vivir en Arecibo no tiene sentido a menos que estés jubilado, tengas varias casas y mucho dinero como para darte el lujo de irte a donde quieras cuando quieras, seas muy muy mayor o, como yo, los enigmas de la vida, te hayan traído aquí.
Hace poco cumplimos quinientos años de historia arecibeña. Se conmemoraron los cinco siglos desde que el Capitán Correa- un militar boricua del ejército español- defendió estas costas de invasores británicos en 1702. Dicen mis vecinos que el Alcalde de este municipio, a pesar de no ser de su partido, "está tratando contra viento y marea de levantar el pueblo, aún sin tener un centavo".
En esta celebración se intentó organizar actividades culturales en el casco viejo, en el malecón y sus alrededores. Prepararon un calendario desde la Alcaldía, diseñaron murales (algunos completos, la mayoría a medias), se le dio una mano de pintura a un puñado de edificios que están al borde del colapso y la plaza se decoró, de la mejor manera posible, tomando en cuenta el mal gusto de los políticos y su ajustado presupuesto. Se hizo lo que se pudo, dicen todos. Sin embargo, no fue suficiente. El cielo no puede taparse con una mano.
Caminar por el casco de Arecibo provoca sentimientos encontrados a medio paso entre la confusión, la pena y el temor. Confusión porque si eres como yo- relativamente nuevo/a en el barrio- no comprendes qué exactamente fue lo que pasó. Aquello parece una amalgama entre la Habana Vieja y la Varsovia posguerra. Las calles desoladas, edificios en ruinas, escombros por doquier, negocios trancados con candados oxidados, letreros de SE VENDE, una que otra anciana que se asoma por el balcón a ver quién es lo suficientemente atrevido/a como para pasearse por la calle...
Crisis es una cosa, pero el estado del pueblo de Arecibo es más que eso. Es como si se hubiera desatado una guerra civil y solo se hubiese salvado el que huyó volando. Pena siento también porque el valor histórico y arqueológico de muchos edificios de esta zona, es grandioso y se está perdiendo aceleradamente. Sus fachadas, espaciosos balcones y arcos de estilo colonial aún rememoran aquella época de oro. A veces me paseo por esas calles, cierro los ojos y trato de imaginarme lo que era el Arecibo de antaño. No tanto de hace veinte años, sino de cien o más.
Arecibo me provoca también sensaciones de temor pues el vacío y el silencio absoluto son lo único que restan, sobre todo en el casco. Da igual que sea de día, de tarde o de noche. Si vas a pie por las calles del centro, no sabes qué esperar y a menudo cuando te cruzas con una esquina desolada, se te eriza la piel ante tal panorama de camposanto.
Lo triste es que la situación de Arecibo no se aleja tanto de la realidad de la mayoría de los pueblos de Puerto Rico. No incluyo, por supuesto, a San Juan, a Hatillo, que actualmente enfrenta un boom comercial o a Cabo Rojo, que recibirá a miles de turistas en esta Semana Santa- sino a los pueblos del interior de la isla. En San Sebastián han cerrado más de 150 negocios, me dijeron esta semana. La situación es prácticamente la misma en Maricao, Lares, Utuado, Adjuntas y tantos más.
La vida urbana de estos municipios se ha trasladado del centro a la periferia, o, simplemente ha muerto. Negocios de familia, farmacias, colmados, tiendas de ropa, de zapatos, en fin- ¡no queda nada! Pasearse por los cascos de los pueblos hoy en día equivale a un choque de emociones y un reality check de que las cosas van mal. Muy mal. No quiero sonar pesimista; solo escribo lo que observo. Por esta razón invito a las personas que creen que Puerto Rico es solo la capital, Condado y el Mall of San Juan, o aquellos que insisten en que no hemos tocado fondo, a pasearse por la isla.
Vayan y cuéntenme qué han encontrado.
Hace poco cumplimos quinientos años de historia arecibeña. Se conmemoraron los cinco siglos desde que el Capitán Correa- un militar boricua del ejército español- defendió estas costas de invasores británicos en 1702. Dicen mis vecinos que el Alcalde de este municipio, a pesar de no ser de su partido, "está tratando contra viento y marea de levantar el pueblo, aún sin tener un centavo".
En esta celebración se intentó organizar actividades culturales en el casco viejo, en el malecón y sus alrededores. Prepararon un calendario desde la Alcaldía, diseñaron murales (algunos completos, la mayoría a medias), se le dio una mano de pintura a un puñado de edificios que están al borde del colapso y la plaza se decoró, de la mejor manera posible, tomando en cuenta el mal gusto de los políticos y su ajustado presupuesto. Se hizo lo que se pudo, dicen todos. Sin embargo, no fue suficiente. El cielo no puede taparse con una mano.
Caminar por el casco de Arecibo provoca sentimientos encontrados a medio paso entre la confusión, la pena y el temor. Confusión porque si eres como yo- relativamente nuevo/a en el barrio- no comprendes qué exactamente fue lo que pasó. Aquello parece una amalgama entre la Habana Vieja y la Varsovia posguerra. Las calles desoladas, edificios en ruinas, escombros por doquier, negocios trancados con candados oxidados, letreros de SE VENDE, una que otra anciana que se asoma por el balcón a ver quién es lo suficientemente atrevido/a como para pasearse por la calle...
Arecibo me provoca también sensaciones de temor pues el vacío y el silencio absoluto son lo único que restan, sobre todo en el casco. Da igual que sea de día, de tarde o de noche. Si vas a pie por las calles del centro, no sabes qué esperar y a menudo cuando te cruzas con una esquina desolada, se te eriza la piel ante tal panorama de camposanto.
Lo triste es que la situación de Arecibo no se aleja tanto de la realidad de la mayoría de los pueblos de Puerto Rico. No incluyo, por supuesto, a San Juan, a Hatillo, que actualmente enfrenta un boom comercial o a Cabo Rojo, que recibirá a miles de turistas en esta Semana Santa- sino a los pueblos del interior de la isla. En San Sebastián han cerrado más de 150 negocios, me dijeron esta semana. La situación es prácticamente la misma en Maricao, Lares, Utuado, Adjuntas y tantos más.
La vida urbana de estos municipios se ha trasladado del centro a la periferia, o, simplemente ha muerto. Negocios de familia, farmacias, colmados, tiendas de ropa, de zapatos, en fin- ¡no queda nada! Pasearse por los cascos de los pueblos hoy en día equivale a un choque de emociones y un reality check de que las cosas van mal. Muy mal. No quiero sonar pesimista; solo escribo lo que observo. Por esta razón invito a las personas que creen que Puerto Rico es solo la capital, Condado y el Mall of San Juan, o aquellos que insisten en que no hemos tocado fondo, a pasearse por la isla.
Vayan y cuéntenme qué han encontrado.