Dudes with Swords



Si esto no es un curso de Antropología 101, no me explico qué será. Estamos en Nueva Delhi. Es otra dimensión, esto aquí. ¨Shukriya, Govind¨, le digo a nuestro nuevo amigo, encargado del hotelito donde nos estamos alojando, que queda justo enfrente a un crematorio enorme. Somos mochileras, y claro, el presupuesto apenas alcanza. Sin embargo, con una sonrisa basta. Govind nos ha ayudado a aclimatarnos perfectamente bien. Por su recomendación llegamos al Templo de Oro, la hermita mayor de los Sikh. En el poco tiempo que llevo aquí, observo cómo se me hace casi imposible diferenciar e identificar los grupos culturales/religiosos/espirituales, como quieras llamarle, que conviven en este país. El número es infinito. Sólo sé una cosa. Todo es símbolo. Todo es identidad. Los sikh, por ejemplo, nunca se cortan el cabello. Se lo amarran en forma de dona en el tope de la cabeza y luego lo cubren con un turbante. Llevan una espada pequeña que cuelgan del pantalón. Incluso los niños! Ah, y una pulsera de plata o cobre en la muñeca derecha (kara). Tampoco se afeitan la barba ni el bigote. A primera vista, las mujeres son igualitas a las hindúes. Visten saris brillantes y todo el resto del ajuar, la joyería, bindis, etc. La verdad es que aún no logro identificarlas. La identidad femenina es anónima, oculta, mientras que la del hombre parece ser uno de los rasgos más fehacientes de esta sociedad.
El Golden Temple es posiblemente el lugar más inverosímil que he visitado en mi vida. Se trata de una enorme estructura, casi una plaza en realidad, todo en mármol blanco. La gente camina descalza, todos dejan sus zapatos en la entrada. Los hombres parecen ser sacados de un cuento de hadas, tipo magos, brujos. Cubren sus delgados torsos con un pedazo de tela enorme de colores brillantes y un cinturón. Naranja y morado parecen ser los colores preferidos. En el centro de la ¨plaza¨ y detrás del templo principal, desde donde escuchamos la voz de un guru que llama a los discípulos a rezar por un altoparlante, se halla una enorme fuente. El calor es tan sofocante que los niños se refrescan los pies dentro de ella. Algunos hombres también intentan pescar (eso nunca lo entendí muy bien). Andrea y yo nos sentamos en el suelo. Nos cubre del sol un arco. Por lo menos el suelo de mármol donde nos tiramos es fresco porque el calor es casi insoportable. Te chupa las fuerzas, la energía. Durante un largo rato sólo compartimos silencio, risas incesantes y miradas de ¨Where the fuck are we, dude?!¨. El sudor no cesa de bajarme por la espalda, la cabeza, las mejillas. Llevamos nosotras también, un turbante en la cabeza, aunque no hay duda que cualquiera es capaz de identificarnos. Los magos caminan con sus espadas; las mujeres nos miran y se ríen entre ellas. Somos las únicas turistas, las únicas blancas, occidentales. Somos ¨El Otro¨. Somos espectadores de un gran circo cultural. Observamos desde cerca las actividades de estas personas hasta que se nos acerca un grupo de niños curiosos. ¨You are sessi¨, me dice el más pequeño. ¨One foto, please¨, le dice otro a mi amiga. Nos tomamos un par de fotos y decidimos retomar el rumbo.




¨No huelo muerte, a pesar de que estamos justo enfrente del crematorio ese¨, me dice mi amiga desde la terraza del hotel. El cielo es igual que en San Juan. Si tapara mis oídos para bloquear el sonido incesante de las bocinas, podría imaginarme que estoy en casa. Hace calor, mucho.

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