MADHRGARH



Estoy en un enorme castillo que le pertenece a un rey que acabo de conocer de la casta guerrera. Su familia lleva casi un siglo viviendo en esta fortificación. Son personas influyentes de Madhrgarh y aunque ya no se habitan en las hermosas habitaciones que encierran estas paredes, algunas personas afortunadas como Andrea y yo, conseguimos alojarnos aquí por unas pocas rupias. Llevamos en la India ya algunas semanas. Llegamos después de dos horas de viaje, que de hecho pasaron volando, desde la ciudad rosada: Jaipur. Es interesante este pueblito. La vista del fuerte, que queda escalado en una loma de un verdor inusual para esta parte del país, es majestuosa. Parece medieval. En la falda de la montaña se ubica el pueblito, ¨village style¨, super pobre, fangoso, tiendas indescifrables. La gente es diferente que en Delhi y Jaipur. Son pueblerinos que no acostumbran tener contacto con el exterior. Tienen miradas tímidas y son reservados, aunque nuestro primer encuentro con los niños desafió esta impresión y más que cualquier otra cosa, pareció un ataque. Decidimos caminar solas y aventurar un poco. Con el último bocado del almuerzo aún en la boca, descendimos la montaña. Nos topamos con unos críos de pieles morenas, brillantes ojos y bastante sucios, que nos tiraban por todas partes. ¨One poto (foto) please¨, le decían a Andrea al ver que llevaba una moderna Nikon colgada del cuello. Otro me agarró por el brazo y luego por el bolso, fuertemente y circunvalándome los pasos. Me quito el abaniquito que llevaba en las manos, algo que me enfadó mucho. Le alzé la voz y parece que entendió. Terminaron alejándose sin más.

Mi amiga se enamoró del rey, quien el resto de los pueblerinos llaman ¨Chief¨ (u otro apodo que se asemeja a eso) y mientras seguimos nuestra marcha me relata su breve encuentro amoroso. El pueblecito en realidad no tiene ninguna atracción turística. Gracias a Dios! Una vez más somos las únicas turistas. Lo más bonito es sentarte al tope del fuerte, cosa que no le permiten a los locales y admirar los pavos reales bailando y coqueteando entre sí. Hay cientos! Y uno que otro mono y cotorras de plumaje verde chatré y picos rojos. La gente mola también. Les fascina que les tomen fotos y se mueren de la risa cuando ven sus perfiles en la pantalla de la cámara.
Una vez llegamos al pueblo unos chicos nos llevaron a dar una vuelta y terminamos subiéndonos en uno de sus camellos. Bueno,en realidad no encima, sino en una carreta en la parte trasera. Luego Andrea decidió regresar a tomar una siesta y yo me fui con uno de los trabajadores del fuerte a ver la artesanía local y uno de los templos. Fue corta la aventura puesto que no tenía nada de impresionante aquella hermita; ni siquiera un ícono! Decidí que era mejor idea aprovechar el momento para impartirles una clase de salsa principiante a un grupo de niños que me habían seguido durante todo el tiempo. Primero los agrupé en un círculo inmenso y poco a poco fui enseñándoles el paso básico. ¨Front, middle, back, middle¨ decían mientras intentaban mover sus piecitos y caderas al ritmo latino. ¨Dancing, dancing!¨. Me moría de la risa hasta que me cayó un impresionante aguacero y me empapapé por completa. Decidí regresar a la habitación, tomar una ducha y cambiarme antes de irnos a cenar. La comida fue bastante simple (los no-vegetarianos comieron cabra), algo que me tomó de sorpresa considerando la usual explosión gastronómica de este lugar. Los próximos días serán de descanso, ya que llevamos bastante tiempo padeciendo del frenesí de las ciudades y de veras que da gusto poder escapar un poco de todo.

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