Monzón

   
  
 Conozco solo una India. La India de monzón. Mientras que en Puerto Rico estremece la sequedad de la tierra por consecuencia de una tremenda sequía, aquí en el otro extremo del mundo, lo que hay es agua. Es casi ley de vida en India que a la hora de la siesta en los meses de verano- justo después del almuerzo- caen del cielo enfurecidamente enormes chorros de agua. Pareciera como si las deidades estuvieran enfadadas. La lluvia de monzón no tiene piedad de nadie. Aunque lleves paraguas y un jacket a prueba de agua, da igual. Terminas siempre enchumbado.
Hace ocho años cuando visité India por primera vez, mi amiga Andrea y yo recorrimos el norte del país desde Nueva Delhi hasta llegar a Katmandú, Nepal. Estuvimos para la misma época lluviosa y cada día nos bañábamos en el agua celestial. Cada año este país se limpia de sus impurezas. Los torrenciales que caen de las nubes son capaces de purificar el alma más corroída. Todo corre, todo fluye, todo pasa. 
Ahora aquí en las Himalayas se repite mi historia. Lo único que ahora las nubes y la niebla cubren los montes de un velo blanco. Cuando pasan es que traen consigo gotas infinitas. No se ven carros, personas y caos, sino verdor perenne. De noche, las gotas retumban y se convierten en ríos al caer sobre  el techo. 
La lluvia diaria impide que se sequen las cosas. De hecho, si aceptas venir aquí para esta época, es imprescindible aceptar también que estarás siempre mojado. Los zapatos, las medias, la camisa, los pantalones, el bolso de mano... todo. Nunca logras secarte ni calentarte por completo. Supongo que igual que las carreteras, los carros, las casas y toda las impurezas de la vida humana que se purifican con el monzón- yo también soy parte de ese ciclo. 
Todo corre, todo fluye, todo pasa. 

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