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SEQUíA


Estamos secos. Deshidratados. Desecados. Chupados. Enjutos. No queda ni pizca de agua. El río La Plata ya muestra cómo la tierra ha comenzado a abrirse. Las fotos que se publican en los medios, dan miedo. Un director de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados ha dicho hoy que si el nivel del embalse no aumenta pronto podría haber un racionamiento para los abonados de este río. Ha exhortado además a los ciudadanos a ser prudentes en su uso del agua. La cuenca debe llenarse pronto, sí o sí. Me contó una amiga que cuando abrió la pluma el otro día, lo que salía era lodo. Ayer en un viaje a Cayey, la cordillera- que suele siempre estar verdecita, frondosa y húmeda- parecía un desierto. Esto me hace recordar cuando era pequeña y con el paso del huracán Hugo en 1989, la gente hacía filas eternas para recoger agua de unos camiones. Cuenta el periódico que si este periodo seco que afecta a la isla en la actualidad se extiende, podríamos padecer de una peligrosa sequía.

La bruma del desierto de Sahara está que asfixia. Lavar los carros en esta época, no tiene sentido y se considera un acto imprudente e irresponsable. De noche, si el aire no está en 'high', no hay quien duerma. La vida de verano en el trópico está más pegajosa y sudorosa que nunca antes.

Sin embargo, esta sequía no afecta solo nuestro clima, sino todo nuestro entorno. Estamos secos por la falta de trabajo. Estériles ante la crisis económica. Extenuados ante la ola criminal. Evaporados por los tapones incesantes. Desecados por el cierre de las escuelas y la altísima tasa de éxodo que enfrentamos. Asimismo, por la falta de autonomía para corregir esta situación. Puerto Rico confronta un nivel anormalmente seco en todos los aspectos de la vida cotidiana. Mientras tanto en los residenciales públicos vemos unas enormes piscinas de plástico. Allí no hay sequía. Allí tampoco se reciben las cuentas millonarias de la AAA que nos llegan por correo a todos nosotros. Ante esta situación me pregunto:

¿Cuándo por fin lloverá?

El periódico mañanero


Me levanto hoy como todas las mañanas a leer las noticias de mi país. Antes del café, antes de todo, mi Ipad ya está sintonizado con la versión electrónica de El Nuevo Día, periódico principal de Puerto Rico. Muchas veces pienso que no es una buena manera de comenzar la mañana, pues rara es la vez que se encuentra alguna noticia positiva o inspiradora. Sin embargo, mi rutina no cambia, pues antes de ser periodista, soy ciudadana y considero una gran responsabilidad saber lo que ocurre en nuestro entorno, aún estando a miles de kilómetros de distancia.

Desde anoche la noticia que inundaba los medios era la del secuestro de un niño de un año a manos de su padrastro, en el pueblo de Vega Baja. Los detalles o motivos para cometer tan horroroso crimen aún se desconocen. Aparenta ser un acto de venganza y tortura hacia la madre de la criatura. Es una noticia que a pesar de ser igual de alarmante que los asesinatos, crímenes de odio, accidentes u otros sucesos que se producen en mi país, me provoca una sensación un poco diferente- de mayor repudio. Ya las víctimas de estos actos criminales no se reducen únicamente a narcotraficantes o delincuentes. Ahora hemos pasado a atacar a los más débiles: los niños.

Pronto cumplo tres años de mi estancia en Polonia, donde no ocurre ni una centésima parte de los actos homicidas y perversos que acontecen en mi isla. Aquí muy rara la vez se reportan asesinatos, balas perdidas o muertes por narcotráfico. Los crímenes se limitan a actos de vandalismo o algún borracho que se pone violento con otro. Justo ahora estoy cubriendo una unidad sobre crimen con mis alumnos y para no asustarlos, intento no proveer ejemplos de las atrocidades que ocurren en Puerto Rico. Ellos están muy ajenos a ese entorno. Ese mundillo que aunque gracias a Dios nunca me ha tocado muy de cerca, por ser puertorriqueña, lo conozco. He sentido miedo, he temido por la seguridad de mis seres queridos, he sido asaltada y amenazada con una cuchilla, he sabido tener que- en un sinnúmero de ocasiones- subir las ventanas de mi auto en los semáforos rojos por no saber si la sombra que tengo enfrente es capaz de hacerme daño. Asimismo, tengo amigos que han sido apuntados con armas de fuego, otros cuyos familiares han sido asesinados. También mi madre en alguna ocasión, mientras conducía, recibió impactos de bala en su carro, que agraciadamente no produjeron ningún detrimento aparte de lo estético.

No sé exactamente qué quiero decir con todo esto o incluso si tenga un objetivo fijo escribiendo esta entrada en mi blog. Me preocupa significativamente la situación de mi país. Mucha gente no entiende por qué vivo tan lejos y posiblemente esto tenga algo que ver con ello. Es deprimente abrir el diario y encontrar solo atrocidades que se cometen, y ahora incluso, ante los más débiles.

Algo tiene que cambiar. Ese bebé tiene que aparecer, pronto y sano. Y un mejor Puerto Rico, donde los niños puedan correr bicicletas en la calle libremente, las familias puedan disfrutar de espacios públicos al aire libre sin tener miedo y los jóvenes profesionales como yo y tantos otros, puedan conseguir buenos trabajos, compartir de cerca con sus familias y construir un futuro en PAZ, ARMONíA y BIENESTAR.

No es un sueño imposible, ¿verdad?

Una mirada al mundo